
No tenía figuras. No destacaba por su juego colectivo. No tenía gol. No contaba con un entrenador que luciera una trayectoria ganadora en la banca. Clasificó al torneo por ser local. No hizo una campaña previa esperanzadora. La gran mayoría de sus jugadores procede de un campeonato casi inexistente en términos de competitividad, en el que gran parte de los clubes chilenos asume por obligación. ¿Por qué a esta Selección Sub 20 de Chile le tendría que haber ido mejor en el Mundial? Si pasó, además, a octavos de final en virtud al fair play.
Hace largo tiempo que en los Mundiales si las selecciones locales no son fuertes, sólidas, competentes, el solo hecho de jugar en casa es una anécdota. Descartemos entonces que la Sub 20 jugaba con ventaja. Al contrario, como no hizo una etapa preparatoria con un contexto propio de un Mundial, vale decir, estadios con público, presión ambiental, crítica periodística, una gira al exterior decente, evidentemente la atmósfera durante el campeonato sería una barrera.
En lugar de haber convertido la localía en una plataforma de despegue, los estadios llenos fueron un agujero negro que chupó a varios jugadores y que incidió en que Chile jugara peor de lo que juega. Pese a que el director chileno del Mundial, Felipe de Pablo, se ufanaba que en la etapa previa Chile tuvo más partidos públicos que privados (“dato mata relato”, dijo muy suelto de cuerpo el otro día), el pánico escénico se percibió desde el debut ante Nueva Zelanda, en el único triunfo nacional, con un gol en el último minuto.
Desde De Pablo y su absurda respuesta estadística, la conducción cada vez más nefasta de la dupla del Maule, Pablo Milad-Jorge Yunge, hasta la ineptitud del Consejo de Presidentes. En ellos recae la responsabilidad directa del bochornoso Mundial Sub 20 de la Selección Chilena. Tacaños, ignorantes, miopes y displicentes.
Párrafo aparte para Milad, que en este Mundial circula de estadio en estadio como un fantasma de sonrisa idiota acompañando a presidentes de federaciones extranjeras y ‘dignatarios de FIFA’, que alegará que a esta Selección se le dieron todos los recursos. Eso lo dejará tranquilo. Procederá, en cuanto pueda, a traspasarle el peso de este muerto a Nicolás Córdova. Como se lo ha transferido a todos los técnicos que ha contratado y que fracasaron en su objetivo junto a Yunge, el operador mudo.
Es incuestionable que el pobrísimo balance también tiene un responsable técnico en Nicolás Córdova. Los números que van a trascender de Chile en este Mundial son negativos, porque su paso a octavos de final es fortuito y de discutibles méritos. Toda la hojarasca de las métricas, por lo demás, distorsionó el eje del debate central: la calidad futbolística del equipo. La Sub 20 apenas tuvo pasajes de buen fútbol en estos cuatro partidos, tres de ellos perdidos; la intermitencia de estos episodios dentro de la historia completa hace que finalmente el ensayo sea fallido, que el final sea trunco. El equipo nunca expuso una superioridad consistente, dominio del trámite de juego, careció de certezas de conjunto y de liderazgo individual dentro de la cancha.
Córdova tuvo dos años para mapear un universo de jugadores, seleccionar una “elite” del medio nacional y trabajar un plantel. El tiempo para desarrollar conceptos fue más que razonable. Su trabajo e idoneidad no se ponen en duda. Ha lugar su defensa en cuanto a que los factores de la competencia del fútbol joven no contribuían a una mejor performance y que a cierta edad se hace muy dificultoso modificar criterios erróneos y malas prácticas adquiridas en el proceso formativo. Pero toda la argumentación colisiona frontalmente con el período que tuvo para influir versus el juego exhibido durante este Mundial, y su fondo argumental técnico se ve agravado cuando el análisis de los partidos se distanció sideralmente de lo vio que el resto.
Está más que claro que el jefe técnico de las Selecciones menores clausuró ante México el acceso para comandar un nuevo ciclo en la Selección Adulta. Va a tener que dar una vuelta mucho más larga, si es que algún día llega a ser seleccionador nacional. Si la Federación lo nombrara, por el contrario, se perdería un tipo de trabajo que en el fútbol chileno escasea, el de planificar, unificar y construir un proceso de fútbol formativo, a partir de una metodología compartida con los clubes. Córdova lo está haciendo y su liderazgo en ese plano no debería desperdiciarse. Este feo tropiezo mundialista tal vez sea un primer paso y no uno en falso.