A comienzos de mes, el Salón de la Fama del tenis dio a conocer a sus nominados para la clase 2026. Un anuncio que llegó con un impacto: apareció Roger Federer, el primer integrante del “Big Three” que será inducido.
La inclusión del suizo generó polémica. No porque no se lo merezca, obvio, sino porque comenzaron los pedidos para que fuera una ceremonia especial, en la que se le separara del resto, tomando en cuenta lo destacado de su carrera y todo lo que significó para el deporte de la raqueta. En parte porque, al aparecer Federer, se corre el riesgo de que el resto de los considerados sea opacado por el interés mediático.
Esto corre, por ejemplo, para uno de sus grandes rivales en el circuito, el argentino Juan Martín del Potro. Tal vez en otros años la aparición de La Torre de Tandil tendría un mayor impacto en caso de no coincidir con Federer, que acaparará toda la atención.
Pero el anuncio también hizo ruido por otro nombre que fue considerado: Svetlana Kuznetsova. La jugadora rusa fue destacada en su tiempo, pero para muchos no tiene los logros necesarios para convertirse en “leyenda”, ya que ganó solo dos títulos de Grand Slam en singles (tiene otros dos en dobles) y alcanzó el número dos del ranking de la WTA.
Esto, tomando en cuenta el nombre que sigue sin aparecer en las listas del Salón de la Fama: Marcelo Ríos. El chileno continúa ostentando el dudoso honor de ser uno de los pocos N°s 1 masculino que, habiendo cumplido el plazo de elegibilidad necesario, todavía no tiene su placa propia en Newport.
¿Pesa más un título de Grand Slam que ser uno del mundo?
Para entrar al Salón de la Fama, se deben cumplir al menos cinco años desde el retiro oficial. Por eso Federer recién podrá entrar en 2026 y Rafael Nadal, que colgó la raqueta el año pasado, tendrá que esperar hasta 2029 para ingresar.
El Chino jugó su último partido oficial en abril de 2004, al quedar eliminado en segunda ronda del Challenger de San Luis de Potosí. Es decir, en 2009 fue su primera oportunidad, pero no fue considerado. Y ya pasó más de una década y la situación no cambió.
Siempre existe la posibilidad de que haya otros jugadores con más merecimientos, pero a esta altura esa no puede ser la única explicación.
Es cosa de ver la historia. De los 25 jugadores que llegaron a la cima del ranking ATP y ya no juegan, 18 ya fueron inducidos. Federer se sumará el próximo año y, casi con total seguridad, pronto lo seguirán Nadal y Andy Murray.
Eso deja a cuatro nombres en la nebulosa: además de Ríos, por ahora tampoco han sido considerados el austríaco Thomas Muster y los españoles Carlos Moyá y Juan Carlos Ferrero. La salvedad es que ellos tres han estado en la terna de postulantes varias veces, y si no han sido inducidos es porque todavía no reúnen los votos necesarios para entrar. Pero el Chino ni siquiera ha sido considerado y su caso no se ha debatido en los pasillos del Salón de la Fama.
Sí ganaron su lugar otros contemporáneos del Zurdo de Vitacura que, a diferencia de él, nunca fueron número uno: el estadounidense Michael Chang (en 2008), el alemán Michael Stich (en 2018) y el croata Goran Ivanisevic (en 2020). Un trío que, se podría argumentar, tuvo un peak de rendimiento durante un período mayor que el chileno, pero que de todas formas solo ganaron un título de Grand Slam en sus carreras, no necesariamente un palmarés que permita obviar que, de acuerdo a la clasificación mundial, nunca fueron “el mejor tenista del planeta”, a diferencia de Ríos. Si bien es discutible, cuesta creer que un título Major deba pesar más que haber llegado a lo más alto del ranking ATP.
Además, está el caso del australiano Patrick Rafter, quien si bien ganó dos veces el US Open, tiene el curioso título de ser el que menos tiempo estuvo en el N° 1; exactamente una semana, a diferencia de las seis de Ríos, en dos períodos durante su mágica temporada 1998.
Por cierto, hay que mencionar el caso de Guillermo Vilas, el argentino al que sus compatriotas siguen pidiendo se le reconozca como número uno en los años 70, y que entró sin problemas en 1991. Gustavo Kuerten, el único otro sudamericano que llegó al primer lugar, ingresó en 2012 y hoy incluso es “Embajador Global” del organismo.
Y para citar el caso más reciente, Del Potro sí ganó el Abierto de Estados Unidos 2009, pero solo tuvo como mejor puesto en el ranking un tercer casillero. Su lugar no está asegurado y todavía debe votarse, pero Ríos nunca ha entrado a ese proceso.
Argumentos a favor (y en contra) del Chino para el Salón de la Fama
Partamos respondiendo la primera pregunta: ¿Tiene Marcelo Ríos las credenciales para entrar al Salón de la Fama?
El Chino, incuestionablemente uno de los tenistas más talentosos de la historia, ganó 18 títulos en su carrera, incluyendo cinco de Masters 1000, conocidos como Súper 9 en su época; ahí se incluye su “triplete en arcilla”, uno de los cinco tenistas en la historia que ganaron los tres torneos sobre polvo de ladrillo de esta categoría: Montecarlo, Roma y, en su caso, Hamburgo (que luego fue reemplazado por Madrid). Una lista muy exclusiva en la que solo están Kuerten, Nadal, Novak Djokovic y, más recientemente, Carlos Alcaraz.
A eso se le suma, obviamente, el haber sido el 14° tenista que llegó a ser número uno en marzo de 1998, desde la creación del ranking ATP computarizado en 1973. Y lo hizo con categoría, ganando de forma consecutiva en Indian Wells y Key Biscayne, para cortar una racha de Pete Sampras que parecía eterna, con casi dos años (102 semanas) en lo más alto.
En contra le juegan tres factores, hablando de lo estrictamente deportivo. El primero y más obvio es nunca haber podido ganar un Grand Slam; lo más cerca que estuvo fue en 1998, cuando perdió la final del Australian Open ante el polémico Petr Korda. Fue la única vez que logró superar los cuartos de final en uno de los cuatro grandes, instancia que alcanzó en otras cinco oportunidades (otras dos en Melbourne, un par en Roland Garros y una en el US Open).
El otro es su casi total ausencia del Torneo de Maestros (hoy ATP Finals), el evento que al final de cada temporada reúne a los ocho mejores jugadores del año. Solo una vez logró clasificar, en 1998, y apenas pudo jugar un partido antes de retirarse por lesión; en 1996, 1997 y 1999 quedó a un paso de entrar. Un registro pobre a la hora de hablar de los mejores de la historia en este deporte. Solo cuatro veces terminó una temporada dentro del top ten, la mayor cantidad de la historia para el tenis chileno, pero poco a escala global.
Por último, su poco éxito a nivel colectivo. En Copa Davis, donde su prime lo pasó jugando en escuadras donde le faltaba un escudero en singles y siempre se le tenía que buscar un partner en dobles (modalidad que no le gustaba). Esos factores le impidieron llevar a Chile al Grupo Mundial, quedándose tres veces en el repechaje. Y ni hablar de los Juegos Olímpicos, donde su única participación fue en Sydney 2000 y terminó en escándalo, más que por perder en primera ronda, por negarse a desfilar en la ceremonia inaugural, pese a su condición de abanderado nacional.
¿Suficientes para desacreditarlo? Una leyenda del tenis como Mats Wilander cree que sí.
“Puedes ser el mejor en el ranking, pero no significa que seas el mejor tenista. Sólo que en determinado tiempo nadie fue más consistente que tú. No se entra al Salón de la Fama por haber sido consistente”, señaló hace unos meses a La Tercera.
Pero otra figura todavía más relevante que el sueco cree lo contrario. “Para ser honesto, no sé lo que hace falta para admitir a alguien. Él fue uno de mis jugadores favoritos de ver, así que votaría que sí”, dijo Roger Federer hace una década, consultado por su postura sobre si el Chino debía ser inducido.
¿Qué es y cómo se entra al Salón de la Fama?
Si bien sus orígenes se remontan al siglo XIX, el Salón de la Fama del Tenis como se le conoce hoy comenzó en 1954, cuando la familia Van Allen le dio una estructura formal al museo que se había construido en Newport, una pequeña localidad residencial en la costa este de Estados Unidos. Ahí se jugaba en sus comienzos el US Open, antes de mudarse a Nueva York, y durante décadas cobijó el ATP de Newport, un pequeño torneo sobre pasto cuyo mayor atractivo era disputarse en paralelo a la inducción de los nuevos elegidos.
Oliver Campbell, Joseph Clark, James Dwight, Richard Sears, Henry Slocum, Malcolm Whitman y Robert Wren, todos norteamericanos, fueron los primeros seleccionados en 1955 por su aporte en los albores de la actividad; un año después entraron las primeras mujeres y hubo que esperar dos décadas para que se incluyera al primer jugador extranjero, el británico Fred Perry. Poco a poco se fueron saldando las deudas históricas -particularmente notable fue la clase de 1976, cuando los cuatro “Mosqueteros” franceses (Jean Borotra, Jacques Brugnon, Henri Cochet y René Lacoste) entraron todos al mismo tiempo- hasta comenzar a ponerse al día y empezar a reconocer a las leyendas con mucho menos tiempo de espera.
Tras unos cambios en las reglas y formatos, hoy hay tres categorías en las que se puede entrar al Salón de la Fama: “jugadores antiguos” que todavía no han sido considerados, “jugadores nuevos” en sus primeros años de elegibilidad y “contribuidores”, por lo general periodistas u organizadores que fueron claves para el deporte. En años recientes también se sumó un acápite para el tenis en silla de ruedas.
Hasta la fecha, 270 personas han sido ungidas, representando a 28 países diferentes.
Para ser elegido, hay que cumplir con un proceso de siete pasos, partiendo por ser postulado. Esto, aunque no lo crea, lo puede hacer cualquiera, llenando el siguiente formulario. Son cuatro los criterios que, se sugiere, deben ser considerados para tirar un nombre sobre la mesa.
- Que haya jugado en los 20 años previos a la postulación.
- Que lleve 5 años sin jugar oficialmente en el circuito ATP o WTA
- Que tenga un “récord distinguido” al más alto nivel
- Que también haya representado al tenis “con integridad, espíritu deportivo y carácter”
Esta postulación se debe presentar hasta el 10 de enero de cada año, a fin de ser considerado para el próximo período. Es decir, si alguien quiere que su jugador favorito entre para la clase de 2027, le quedan menos de tres meses de plazo o tendrá que esperar al siguiente ciclo.
Dicho eso, resulta difícil considerar que nunca ningún hincha chileno haya postulado a Marcelo Ríos o, si se quiere, a alguno de nuestros otros tenistas más reputados, como Anita Lizana, Luis Ayala, Nicolás Massú y Fernando González.
Y es que ahí entran en juego los otros pasos, que toman cerca de nueve meses hasta que en octubre se anuncia a los escogidos.
Hay dos comités que primero determinan si un tenista tiene las credenciales para ser considerado, y luego se realiza una votación interna para corroborar la selección, donde se tiene que reunir un 75% de los sufragios de la mesa, en privado. El Salón solo menciona que los participantes son “exjugadores, periodistas, expertos y contribuyentes al juego”, pero sin identificarlos con nombre y apellido.
No hay un máximo ni mímimo de seleccionados cada año, por lo que se puede dar un escenario como el de 2022, cuando nadie fue anunciado. En los últimos años se agregó también un porcentaje de votos de los hinchas, que luego se ponderan en el cómputo final.
Ríos: “Me importa una ra...”
Según el mismo Salón, ser elegido es considerado “el máximo honor que se puede otorgar en el tenis”, solo reservado para aquellos que “se han destacado jugando y contribuyendo al deporte”.
Pero ahí surge la duda. ¿Le importa realmente a Marcelo Ríos pertenecer a tan selecto grupo? Porque claro, podemos organizar campañas masivas de presión, o empezar a hacer lobby en las más altas esferas para que su caso sea escuchado, pero tal vez sea una iniciativa fútil si el principal involucrado no tiene interés en que su nombre aparezca.
Y si como jugador se caracterizó por su personalidad apática, caracterizada en su clásica frase del “No estoy ni ahí”, ese parece ser el caso con el Chino.
“Me han criticado bastante por haber sido número uno sin haber ganado un Grand Slam, y esa es una de las razones por las que no fui elegido al Hall of Fame, que se lo dieron a Ivanisevic”, dijo el zurdo en un podcast en 2020. “Cuando nosotros jugábamos había una Copa Grand Slam, donde iban los mejores 16 de los cuatro Grand Slams. Eso debería tener un peso. Jugaban los 16 mejores y lo gané (en 1998), era importante y lo jugaban todos. Para mí ese es mi Grand Slam”.
“Federer me quería para el Salón de la Fama (pero) que me elijan me importa una ra..., no quiero ni estar. Pero que Federer haya dicho que soy uno de los mejores, para mí eso es más importante”, agregó en aquella oportunidad, la única vez que se ha referido al tema.
“Ser Hall of Fame de los gringos, que nunca me llevé bien con ellos, no me quita el sueño”, concluyó, entregando tal vez la clave en todo este debate.
Eternamente ganador del Premio Limón de la prensa en Roland Garros al jugador “más pesado” con los medios, hoy Ríos no tiene defensores influyentes en el circuito. No por nada, cuando estaba a punto de ser número 1, la influyente Sports Illustrated le dedicó un polémico artículo con el poco sutil título de “Marcelo Ríos: el Hombre más odiado en el tenis”.
Esa fama lo acompaña hasta el día de hoy, radicado en Florida y sin nexos con el circuito, y siempre será un factor. Declaraciones como las de hace cinco años seguramente llegaron a Newport, donde por algo su nombre nunca ha surgido como candidato. Un reconocimiento que claramente sería el corolario de su brillante carrera, pero que a la luz de la evidencia, nunca llegará.
Si para el propio Ríos no es algo importante, tal vez el resto tampoco tengamos que seguir perdiendo el sueño por ello.