La historia de Fernando Cornejo con Cobreloa no empezó cuando firmó su primer contrato ni cuando debutó profesionalmente. Comenzó mucho antes, cuando era un niño que corría con una pelota detrás de su padre, el histórico Corazón Minero, capitán loíno en años dorados y referente imborrable del club.
Su legado, interrumpido por una enfermedad cuando su el jugador de Liga Deportiva Universitaria de Quito tenía 13 años, marcó para siempre el camino del volante que hoy, desde lejos, sigue soñando con vestir nuevamente de naranja.
- Más de esta entrevista: “Me gustaría tener otra oportunidad en la U, hoy soy un jugador completamente diferente”
En conversación con En Cancha Prime, Fernando Cornejo hijo repasa cómo fue crecer bajo el peso de un apellido ilustre, lo difícil que fue afrontar el descenso con el equipo al que su familia está ligada, y el orgullo que siente al ver cómo su hermano menor, Lucas, comienza a forjar su propia historia en Calama.
Entre recuerdos y emociones, se asoma un anhelo compartido: volver algún día a Cobreloa, esta vez junto a su hermano, para seguir escribiendo capítulos en una historia familiar que no se detiene.
-¿Cuándo te empezó a gustar el deporte y cómo fuiste formando tu carrera? ¿Cómo se dio ese inicio con Cobreloa?
Mira, yo creo que desde pequeño. Todo lo que vivió mi papá influyó mucho. Desde ahí nació el gusto por el fútbol. Siempre estuve al lado de él, donde iba, yo iba con una pelota. Jugaba con mi hermana, con amigos, con primos... si no jugaba a la pelota, sentía que algo me faltaba. Creo que ahí nació el sueño de ser futbolista. Además, acompañado por lo que mi papá logró en Cobreloa: si no me equivoco, salió campeón cuatro veces. Eso también despertó en mí un deseo de alcanzar la gloria.
- Más de esta entrevista: “Mi meta es jugar en la Liga Argentina y mi sueño es estar en la Selección Chilena”
-Eras muy pequeño justo en esa época gloriosa de Cobreloa, una que hasta hoy no se ha podido replicar.
Claro, vivimos muchas cosas en Calama. Estuvimos presentes en tres de esos campeonatos: dos en 2003 y uno en 2004. Fueron momentos muy importantes para el club, para mi papá, que en ese entonces era el capitán. Todas las entrevistas y la atención caían sobre él. Al principio uno sólo ve a su papá jugar, pero después va entendiendo todo lo que significó para Cobreloa. Eso me dio un impulso, un plus para querer llegar al fútbol profesional, sobre todo en el mismo club donde él brilló.
-¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo llegas a cadetes y al primer equipo?
Fue paso a paso. Al principio solo proyectándome, luego se dio la opción de entrar a cadetes en Calama. Antes muchos cadetes estaban en Santiago, había que ir allá y luego volver. Justo ese año la Sub 17 estaba en Calama, así que me dijeron que me quedara. Esperé ese año y al siguiente llegó la oportunidad. Entré al plantel profesional, firmé contrato y debuté. Era un sueño que buscaba hacía mucho, y sentía que mi papá me estaba viendo desde el cielo. Fue un orgullo enorme para nuestra familia. Eran pasos pequeños, pero para nosotros significaban muchísimo.

Un apellido que pesa en Calama
-¿Y cómo fue cargar con el apellido Cornejo? Porque es un apellido de peso, no sólo en Cobreloa, también en el fútbol chileno.
Sí, no fue fácil. Al principio uno no entiende la magnitud de lo que hizo mi papá. Fue mundialista, ganó títulos, dejó huella. Entonces existía esa comparación constante: ‘¿Será como el papá? ¿Jugará igual?’ Esa exigencia pesa, me costó y más cuando uno es chico, de 16 o 17 años. Había críticas, a veces duras, que desanimaban. Pero ahí fue clave el apoyo de mi mamá y mi hermana. Me decían que debía enfocarme en mí, en construir mi propio camino, y sentirme orgulloso de lo que logró mi papá. Eso me ayudó a enfocarme, a mejorar, y dejar las críticas en segundo plano.
-Ya en lo futbolístico, ¿sientes que heredaste algo de tu papá? ¿Compartieron alguna característica, más allá del número?
Lo que más me costó fue su pegada. Mi papá era extraordinario pateando tiros libres, goles de media distancia. Tenemos videos de muchos de sus goles en la familia. Ahí estoy al debe (ríe). Pero también me dicen que heredé su personalidad, su entrega por el equipo, su forma de correr. En eso sí nos parecemos bastante. El fútbol ha cambiado mucho: ahora se exige a los volantes hacer recorridos más físicos, el famoso box to box. Antes no era tan común. Cuando era chico veía sus partidos, cómo en los momentos difíciles siempre daba la cara. Eso lo tengo muy presente y trato de replicarlo.
-¿Y en lo humano? ¿Cómo fue para ti cuando tu papá ya no estaba? Debió ser duro, sobre todo porque todavía eras muy joven.
Sí, fue muy complicado. Toda nuestra vida giraba en torno a él y a Cobreloa. En ese tiempo, él quería ser director técnico, quería dirigir a Cobreloa. Estábamos muy ligados a ese mundo. Mi hermano menor tenía apenas dos años, y me tocó asumir un rol más de papá para él. Siempre traté de aconsejarlo, de estar ahí. Quería que supiera lo querido que era nuestro papá en Calama, a nivel nacional también. Mi mamá fue fundamental. Me ayudó en todo: me exigió terminar el colegio antes de dedicarme 100% al fútbol, y se sacrificaba muchísimo llevándome del colegio al entrenamiento y viceversa. Con mi hermano Lucas también hizo lo mismo. Me saco el sombrero por ella.
-¿Nunca sentiste rechazo por el fútbol después de la muerte de tu papá? ¿O al contrario, eso te motivó más?
Fue al revés. Nunca perdí ese foco de ser futbolista, también por él. Desde niño él estuvo ahí, aunque no era mucho de dar consejos, me hubiese gustado que quizás me dejara más cosas en lo futbolístico, pero él no era así. Era más silencioso, más reservado, mientras todos los papás retaban a sus hijos, él no me decía nada, pero su presencia se notaba. Eso hoy lo valoro mucho.

El momento más doloroso en la historia de Cobreloa
-¿Y cómo sentiste tu debut en Cobreloa? Porque fue en un momento complicado para el club.
Me tocó debutar en Antofagasta contra la U. de Chile. Un partido importante. El plantel me recibió muy bien. Algunos habían sido dirigidos por mi papá en juveniles, así que me arroparon bastante. Estaba muy nervioso, pero sentí apoyo. Ese partido no fue el mejor, apenas toqué la pelota unas dos o tres veces, empatamos 2-2. Pero después jugué nuevamente contra la U, esta vez en Santa Laura. Entré al minuto 60, me dieron más minutos y me sentí más confiado. Ganamos 4-0. Ese fue el debut que yo quería realmente.
-Y luego vino una temporada muy difícil para Cobreloa, incluido el descenso. ¿Cómo viviste eso?
Sí, fue muy duro. Ese año tuvimos tres técnicos. Yo ya estaba jugando varios partidos. El partido clave fue en Chillán, el todo o nada, y lamentablemente no me tocó jugar. Fue muy triste, porque Cobreloa nunca había descendido. A pesar de ser juvenil, dolía mucho. Siempre vi a Cobreloa triunfar con mi papá. Pero ese golpe también me ayudó a madurar. El año siguiente sirvió para fortalecernos, para que los más jóvenes tuviéramos oportunidades. Aunque nos costó mucho adaptarnos, el proceso nos sirvió bastante.

La tradición familiar continúa
-¿Y cómo ves hoy a Cobreloa desde afuera, con tu hermano Lucas ahí? ¿Qué significa para ti ver que el apellido Cornejo sigue en el club?
Siempre estoy pendiente de Cobreloa, más ahora que mi hermano firmó su primer contrato hace poco. Estoy muy contento por él. Hablamos mucho. Él quiere jugar ya, pero yo le digo que son procesos, que debe tener paciencia y enfocarse en mejorar. Sus compañeros lo han recibido bien, eso le da confianza. Y aunque ahora tendrá más presión por llevar el apellido y porque yo también jugué, sé que tiene las condiciones. De chico ya mostraba cosas que yo no tenía a su edad: buena pegada, intensidad, dinamismo.

-¿Te imaginas en unos años más jugando junto a tu hermano en Cobreloa, los dos con la camiseta naranja?
Sí, lo hemos conversado. Él dice que quiere la 8, y yo le digo que me toca a mí porque soy el mayor (ríe). Pero al que le toque, bienvenido. Me encantaría jugar con él, compartir camarín, ayudarlo con todo lo que he aprendido y acompañarlo en su camino.