El director técnico argentino Gustavo Álvarez comenzó desde abajo en el fútbol. Mucho barrio, potrero, para luego experimentar un ascenso meteórico que lo puso en apenas unos años a dirigir en Primera División de Argentina.
Tuvo un paso más que destacado por Perú, para luego llegar al fútbol chileno y conseguir algo que no estaba en prácticamente ningún libro de pronósticos: sacar campeón a Huachipato, cuando apenas un año antes los Siderúrgicos peleaban por no descender.
El gran salto fue a Universidad de Chile y, si bien no pudo ganar el Campeonato Nacional con los azules (sí la Copa Chile), con su llegada se acabaron los días en que el Romántico Viajero pasaba las temporada mirando de reojo la zona de abajo de la tabla.
Álvarez es el invitado de Mario Salas en el nuevo podcast de En Cancha, Área Técnica. Un espacio a todo fútbol y en que la que manda es la pelota.
Aquí está la entrevista con el primer invitado de este nuevo lugar de encuentro para futboleros, Gustavo Álvarez...
El barrio, donde todo comenzó
-¿Dónde fueron tus inicios como futbolista?
Comencé en el club de mi barrio, donde sigue viviendo mi madre, en Lanús. El club más cercano es El Porvenir. Allí me inicié en las divisiones infantiles, luego juveniles. Voy a Racing y terminó en Lanús mi formación. Llego a Arsenal y debuto en Primera división en Temperley.
-¿Allí comenzaste a jugar profesionalmente?
Si, en Primera C, que es la Tercera. Temperley, por una sanción económica y reglamentaria, había descendido a Tercera y en ese momento yo llego al club. El primer año juego el reducido por el ascenso y perdemos en semifinales y el segundo salimos campeones.
-Temperley es de estos clubes antiguos de Argentina, con mucha historia, ¿no?
Son clubes con mucho arraigo. El hincha de Temperley es solo de Temperley y no de ese equipo y alguno más de Primera. Ha jugado algunos años en la división de honor, pero la mayor parte de su historia en el ascenso. Es un cuadro que llena la cancha cada vez que juega, independiente de la división en que este.
-No se da en muchos países del mundo la manera en que se vive el fútbol en Argentina…
A mí me parece que el fútbol es una de las mayores expresiones sociales. Argentina, lo que tiene, es que está distribuida la pasión en todos los equipos. Pero acá en Chile, en los equipos grandes, se nota algo muy similar. Es lo que noté cuando jugamos como local con la U, o de visita, la misma pasión.
-Y luego, el último club en que jugaste fue Barracas Central, el 98. Carrera corta…
Podía haber jugado varios años más, pero en un determinado nivel. Así que elegí tener mi propia profesión, para el día del retiro no caer en la disyuntiva de qué hacer. Si hubiera vuelto a vivir la misma vida, sigo jugando.
-¿Te quedaste con la espinita?
No, pero no por haber jugado en un nivel superior, en otra categoría o haber salido del país. Simplemente, por la pasión dentro de una cancha que es mucho más linda como jugador que como entrenador. Por eso siempre digo que si es que vuelvo a vivir, en vez de retirarme a los 28, hubiera jugado unos seis o siete años más. Ahí es donde se me superpone con los primeros estudios que hago, que fueron de educación física, para tener algo vinculado al deporte, al fútbol, pero muy lejos todavía de ser entrenador.
-¿Lo planificaste así? Retirarse y estudiar…
Se fue dando. En esa época, para jugar en el Ascenso, había que jugar y trabajar. Por lo menos los que dependíamos de lo que ganábamos, esa era la realidad. Entonces, si yo tenía que jugar y trabajar, prefería hacerlo en algo especializado, que fuera mi profesión y que se vincule con el deporte, el fútbol. Así que decidí estudiar educación física. Los dos últimos años de jugador ya estaba haciendo las dos cosas, fueron cuatro años. Luego, después de cuatro años, lo terminé y empecé a trabajar como PF.
Gustavo Álvarez perfila una carrera como entrenador
-¿Cómo lo hiciste al principio?
Autogestión. Iba a los clubes de barrio y al presidente le decía que hiciera una escuelita de fútbol, 20 pesos, 10 para el club, 10 para mí. Al principio iba solo, porque había que generar el número de chicos. Luego, cuando crecía el número y dividir los grupos, ahí llevaba a un profe que me ayude. Si iba subiendo, llevaba dos y repartíamos los ingresos. Por ahí, tenía una escuelita los lunes y miércoles, otra los martes y jueves y así vivíamos.
-Como se dice en Chile, ¿Así parabas la olla?
Había que trabajar para comer. Yo ya ahí tenía familia y también uno se iba forjando el futuro, pero sin nada planificado. En ese momento, ni siquiera pensaba en el corto plazo ser entrenador ni PF en el fútbol profesional, sino en el día a día.
-Luego viene tu etapa como preparador físico y ayudante de campo…
Primero, como preparador físico. En el nivel que trabajábamos, el Ascenso argentino, segunda, tercera y cuarta categoría; es decir, lo que hoy sería Nacional B, Primera B Metropolitana y Federal A, no daba el presupuesto para tres. Entonces, se necesitaba al entrenador, en esta caso un amigo, Sergio Benet, y un asistente que pudiera hacer de PF también. Yo había hecho el curso de técnico, en 2004 y 2005, pero lo hice no con la ambición de ser técnico, sino como un complemento que me especialice como PF vinculado al fútbol.
-¿Diez años con Benet estuviste?
Sí. Pasamos por Defensa y Justicia, que en ese momento estaba en Segunda División. También Juventud Unida de San Luis…
-¿Qué es lo que más te marcó de ese periodo?
La pasión. No dejaba de ser una aventura, porque recorrimos prácticamente todo el país trabajando en el Ascenso. Recuerdo, por ejemplo, en Juventud de Pergamino no había para arrendar un departamento, por lo que dormía en la utilería del club. Estaban las pelotas, los conos, el colchón y un ventilador por si hacía calor. Son todos esfuerzos, pero cuando se dice “sacrificios”, bueno no, porque yo hacía lo que me gustaba. Había pasión. Lo puedo vincular con el esfuerzo, no quiero exagerar con los términos, pero la adversidad es parte de la vida. Las circunstancias en las que uno se debe sobreponer o imponer y seguir adelante. El camino tiene espinas, piedras, y hay que seguir adelante. Es normal. Lo tomo como matices propios del camino que uno decide recorrer. ¿Qué quería en esos momentos? No le ponía nombre propio al objetivo, sino una evolución permanente y a partir no del cargo ni del club, sino de crecer.
-¿Crecer?
Si salía un libro de un método diferente de preparación física, comprarlo. Analizar videos de entrenamientos, con distintas cualidades físicas y cómo se vinculaba eso con el juego y lo que el entrenador quería. No era lo mismo un DT que te pedía esperar y salir de contra a uno que quería presión todo el partido en campo rival. Yo tenía que preparar a los jugadores para eso y Sergio, el entrenador, me daba cada vez más responsabilidades tácticas. Primero, la pelota parada; después, el estratégico; luego, el análisis del rival. En un momento, le dije “Sergio, prácticamente, estoy haciendo toda la función y me gustaría dirigir, empezar una nueva carrera”. Y surge la posibilidad de Gimnasia y Esgrima de La Plata, en Séptima división, que sería un Sub 15. Ahí estuve 2013, 2014 y en septiembre de 2015 me llama Temperley para ser coordinador, jefe técnico de las juveniles y dirigir la reserva del equipo. Estaba en Primera Temperley en ese entonces.
-¿Empiezas a estabilizarte en ese momento?
Exacto. Y ahí ocurre una anécdota que me marca. Temperley el primer año se salva del descenso en la última fecha. Cuando llego al club, faltaban cuatro y deciden cambiar al entrenador. La gente que manejaba el fútbol me preguntó si podía dirigir al primer equipo y les dije que podía hacer un buen trabajo y salvarlo del descenso. Después de dos o tres partidos, el equipo sigue sin levantar, me ofrecen el cargo y les explico que si lo tomo, ya no vuelvo más a juveniles. Daba el paso definitivo, como cuando pasé de PF a DT. Si los resultados no me acompañaban, me iba del club, no volvía a juveniles. Tengo una red de contención ante el fracaso.
-Definiste tu carrera…
Tomamos al equipo a 14 puntos de salvarse. En ese tiempo, descendían cuatro en el fútbol argentino y salvamos la categoría en el último partido, en la cancha de Vélez. Allí comienza mi carrera como entrenador de fútbol profesional.
De Argentina a Perú: un nuevo desafío
-De ahí te vas a Aldosivi, pero ya siendo DT profesional…
A Segunda división. En ese momento, estaba décimo en el campeonato. Entonces, me pareció que si quería volver a dirigir en Primera, tenía que llegar con algún otro equipo, porque no tenía el nombre para que me llamaran los equipos como entrenador de Primera, sino solo la experiencia en Temperley. Conseguimos llegar a una final, la ganamos, ascendimos como campeones y dirigí a Aldosivi dos años en Primera. Después me voy a Patronato, pandemia y me voy a Perú…
-A Sport Boys
En plena pandemia. Me fue bien en Sport Boys. Ese campeonato tenía una particularidad: se jugaba todo en Lima. Al ser centralizado, los equipos de altura no tenían la ventaja que conlleva la altura. De hecho, descendieron todos los clubes de altura ese año. Sport Boys clasifica ese año a Sudamericana, que hacía 21 años que no jugaba copas internacionales.
-¿Te gustó el fútbol peruano?
En Perú, los clubes que tienen problemas económicos son intervenidos. Por el Gobierno, por la SUNAT (Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria)…
-Universitario, por ejemplo, sigue intervenido…
Claro. Sport Boys en ese momento tenía mucha deuda. Cambió la administración, de la que me llevó a mí por otra y tuve algunas dificultades. Recuerdo que había funcionarios con seis meses sin cobrar. A un club no lo mueve solo los jugadores y el comando técnico, sino utileros, cuerpo médico. La gente que hacía los traslados, porque no teníamos un predio propio. Lo planteé a la nueva administración, incumplieron con los pagos y yo puse mi cargo en garantía: si no cumplían con los pagos, yo daba un paso al costado para provocar un remezón que los hiciera tomar conciencia de la realidad. Faltando cuatro partidos, estábamos 60 personas en el lugar de entrenamiento. Jugadores, staff, médicos y esta gente se compromete a pagar el martes, a las 18 horas. Les dije que si a las 18:01 no pagaban, mi cargo estaba en garantía a favor de los funcionarios. No pagaron. Pegaron que era una amenaza, pero era verdad: muchas gracias por todo… Al otro día, cobraron, algunos los seis meses, otros cuatro, otros tres, porque mi salida provocó el remezón. “Le pagamos, profesor, vuelva”, pero no, ya estaba, hasta ahí llegamos.
-Después de eso…
Me llama Atlético Grau, que había ascendido de Tercera a Segunda y de Segunda a Primera. Un equipo del norte, de Piura, en el límite con Ecuador. Era el único equipo que no conocía, porque como pensaba que podía volver, había analizado plantel por plantel, jugador por jugador y a cuál podía elegir… A este equipo lo tuve que ver todo. Me llama el presidente y le digo “déjeme conocerlos primero”. Vi todos los partidos en Segunda, cómo ascendieron, y dirijo allí en 2022. El objetivo era no descender, pero a ese equipo lo armamos bien, aprovechamos bien los tres cupos a mitad de año, dos extranjeros y un peruano que había tenido en Sport Boys…
-¿A quién te llevaste?
A Joao Villamarín de Universitario me lo llevo a Grau. A Cuqui (Fernando Andrés) Márquez, de Argentina. Ya tenía a Rodrigo Salinas, el 9, que jugó acá en La Serena; a Joel López Pissano, un chico de Rosario Central, y a Daniel Franco, un central argentino. Le agrego a un lateral peruano que venía de Alianza y me hacía los minutos juveniles, Sebastián Cavero…
-¡Ah claro, yo lo tuve! Debutó conmigo, pero no era lateral, era externo en esos años…
Sí, es que le gustaba atacar, no defender. Me hacía los minutos siendo titular, así que era un gran alivio. El equipo, entonces, hace una segunda rueda de primero-segundo con Cristal y Alianza. Finalizamos terceros en ese campeonato, pero en la acumulada no jugamos torneo internacional por un punto.
-Si tuvieses que hacer una diferencia con el fútbol chileno, ¿cuál sería?
En general, hemos logrado que nuestros equipos jueguen de manera similar. En el caso de Perú, hubo que subirles mucho la intensidad, esa es la diferencia que noto. Con excepción de Cristal, Universitario y Alianza, a los otros equipos les cuesta sostener la intensidad. Y ¿A qué le sacan provecho? A la altura. Hay equipos que juegan a 4 mil metros, como Binacional, pero en el llano en promedio la liga chilena es bastante más intensa.
-Para el peruano, la altura no es ningún tema. Es más uno el que se complica…
Cuando llegamos a enfrentar a Binacional, en Juliaca, recuerdo que en el estadio había un cartel que dice “usted va a jugar un partido de fútbol a 4.200 metros sobre el nivel del mar. Bienvenido”. Y debajo de ese bienvenido, había un tubo de oxígeno. Yo les decía a los muchachos que íbamos a jugar en altura y que tiene la particularidad que cuesta recuperarse entre los esfuerzos. El problema no es el esfuerzo en sí, sino la deuda de oxígeno y la taquicardia que tienes, que necesitas más tiempo para recuperarte. Vamos a presionar adelante y a recuperar mano a mano, porque si recuperamos, en un esfuerzo cercano al arco rival, podemos hasta patear al arco. En cambio, si recuperamos en nuestro campo y necesitamos un esfuerzo para recuperar, cómo lo hacemos para recorrer 70 metros para llegar al otro arco…
-Buena estrategia…
Nosotros en la altura asumíamos más riesgos que jugando como locales. Con Grau jugábamos en casa con mucho calor, a la 1, al mediodía, con 46 o 47 grados. Me echaba agua en las zapatillas. De local ganábamos, pero no era necesario jugar en ese horario. Era más mística, porque yo pensaba que teníamos que superar al rival por jugar bien y no por el clima. El día que no haga calor o se nuble, ¿qué hacemos? Pero en la altura, arriesgábamos mucho más. Ese año, perdimos un solo partido en la altura, de los nueve que jugamos. 1-0 con Melgar, en Arequipa. Después, ninguno más…
Los conceptos futbolísticos de Gustavo Álvarez
-¿En qué equipo basaste tu idea de juego? Porque nosotros como técnicos, muchas veces copiamos…
Coincido en que es copiar, imitar, pero a partir de un sentido. Creo mucho en que la idea de juego de un equipo debe representar un sentir. En la vida, lo que me pase quiero que sea producto de mis decisiones, arriesgando, y cuando miremos para atrás, bueno, me fui bien, me fue mal, acerté, me equivoqué, pero decidí yo. Un partido de fútbol es lo mismo: si cedo la iniciativa para no perder, voy a depender de que el rival esté impreciso o tenga un mal día. Por ahí se equivocan en alguna y tengo para ganar, pero dependo a que se equivoquen. A mí me gusta provocar que se equivoque, ir a buscar. Asumir ese protagonismo de mirar para atrás y decir “Fui yo mismo”. A partir de ahí, buscar propuestas ofensivas. Mis inicios fueron 4-3-3 bien clásicos, en ese momento el Barcelona si se quiere. Movimiento por bandas combinado de lateral interno y extremo. Intento de salida organizada, presiones altas y cuando tengo oportunidad Grau lo armo para 3-4-2-1. Debutamos con Alianza, en Matute, y ya vamos con ese esquema, empatamos 1-1 jugando muy bien. Todo el año lo jugamos así.
-¿Tenías alguna referencia del fútbol chileno?
Tenía muchas ganas de venir a Chile. En Perú habíamos hecho una buena campaña, había ofertas, pero utilicé el mismo criterio que cuando me fui de Argentina: podía dirigir en Segunda, no tenía ofertas de Primera en Argentina, pero vamos a abrir otro mercado. Vamos a Chile entonces, además por el desafío que te provoca. Ponerte a prueba, por más que el idioma sea el mismo y seamos vecinos, es otra cultura, otro fútbol. Era ponerme a prueba y desafiarme a mí me gusta. Llego a Huachipato con un plantel armado. En ese momento solo se iba a incorporar un jugador y se iba a vender a otro. Walter Mazzanti se iba y llegaba Mateo Acosta, un 9. Yo llegaba y entrenaba al equipo.
-¡Ja! Tomaste el equipo que había dejado yo el año anterior… Se había salvado del descenso y tuvo un cambio radical contigo.
Ahí vamos a las características de los jugadores. El formato era el mismo que en Perú, pero yo el líbero lo hacía con (Claudio) Sepúlveda. Entonces, cuando no teníamos la pelota, se hundía Claudio y luego salía. Los dos medios lo hacía con dos mixtos o con un mixto y un enganche, porque podía poner a Jimmy (Martínez) y a (Gonzalo) Montes o a Montes y (Javier) Altamirano. Jugar con Cris (Martínez) como media punta y un 9. Después, por las puntas, dos laterales que ataquen, Joaquín Gutiérrez y Nico Baeza o Antonio Castillo, pero el formato era el mismo: Huachipato jugaba 3-4-2-1. Parecía 4-3-3, pero no lo era.
-A mí me tocó analizarlo, porque nos enfrentamos con Magallanes, y una de las cosas que más me costaba era el movimiento de Claudio, porque hacía tan bien esto de meterse entre medio. Esa línea la transformabas en tres y salías jugando siempre…
El equipo fue mutando, porque la primera rueda terminamos primeros, ahí con la U y Cobresal. Y, entonces, creí que había que darle un salto de calidad. Esa intertemporada del invierno, que fue larga, empecé a trabajar con los laterales por dentro y que Claudio no se hundiera. Entonces, en vez de tres y dos, dos y tres. Lo entreno, pero no lo uso, porque no lo vi tan bien como lo otro… Hasta que aparece (Felipe) Loyola. Baja el nivel (Brayan) Palmezano y sube el de (Julián) Brea, entonces, del lado derecho jugaba con Brea abierto y ya no necesitaba carrilero. Loyola me entraba en diagonal y tenía más sorpresa. Iba de lateral a 8 y terminaba debajo del arco. Del otro lado, como Cris usaba la segunda calle, seguía pasando por afuera con Baeza o Castillo. De un lado, cerrábamos al lateral y jugábamos con extremo y, del otro, cerrábamos al mediapunta y pasábamos con el lateral. Y tuve que reemplazar a Altamirano…
-Se fue a Estudiantes de La Plata…
Tenía a Montes y a Jimmy. Se los explico y Jimmy me dice que no hay problema, si se quedaba de espaldas sentía que lo podía hacer. Montes me dice que él necesitaba llegar de frente. Entre los dos cumplen la función. Yo acepto que se nos haya ido la característica, pero no la función. No podíamos quedar incomunicados entre el medio y el ataque. Claudio, si Jimmy o Montes iban a ser así, seguiría saliendo, para compensar y quedar con dos en el medio.
Un llamado de atención crítico que rindió frutos
-Lo que hiciste en Huachipato fue espectacular, pero me llamó la atención una cosa. Hubo un momento en el campeonato en que pones una especie de ultimátum. Les pides a todos en el club que den este salto cualitativo. “Oye, creámonos el cuento”. ¿Fue así?
Siempre pensé que podríamos salir campeones. Claro, cuando estás en la segunda mitad, en que restan siete u ocho partidos. Los momentos más duros fueron con Magallanes. Que me acuerdo que venías a saludarme y yo decía “uf, no quiero hablar con nadie” ¡Ja! Empatamos 1-1, con el penal de Jimmy a Villanueva, que lo toma…
-No teníamos por dónde nosotros…
Penal y ahí se nos complica el campeonato. Quedaban tres partidos: Católica, Ñublense y Audax. Nueve puntos. Cobresal había perdido el día anterior en El Salvador, así que teníamos la oportunidad de ganarle de ganarle a Magallanes. Pero yendo al otro momento que mencionas, lo que noté fue lo siguiente: cuando agarramos la punta, empezaron a hablar en el club del “colchón de puntos”. Y yo, “para”, cómo así que colchón de puntos. Le preguntaba al profe, al asistente; hasta ahí yo no intervenía. El club venía de años de sufrir, hasta que se salvó del descenso en Copiapó. Entonces yo digo, el colchón, para qué sirve, hagámoslo literal, para descansar y dormir y el equipo se me va a descansar y a dormir cuando estábamos primeros. No lo soltemos hasta el final y ese era el mensaje. Yo empecé a notar en el club un conformismo porque ya ese año no peleábamos el descenso y ¡estábamos primeros! Entonces, para mí, mediocridad es no ir por más y no lo es no conseguir algo. Porque un jugador que de cuatro puntos sube a seis no es un mediocre, se superó. En cambio, uno de siete que es toda su carrera de siete, ese es un mediocre. Entonces, lo planteo…
-Pero fuiste fuerte, categórico…
Sí. Les dije que si no querían salir campeones, entonces me iba. Teníamos todo para pelear el campeonato y los jugadores me aceptan que ellos habían hecho “uf, este año no peleamos el descenso”. Fue en la previa contra O’Higgins. Ganamos 2-0.
-Yo había conocido la realidad de Huachipato y era cierto. Llevaba dos o tres años peleando el descenso. Yo cuando llegué en 2021 nos salvamos por secretaría, esa es la verdad. Después, en 2022 hacemos una buena primera rueda, pero una muy mala segunda rueda. Yo decía que tal vez me faltó eso que hiciste…
Me haces acordar de cosas que no están latentes. Yo analizo a los entrenadores anteriores: Mario Salas, (Gustavo) Florentín, (Nicolás) Larcamón. Todos tuvieron una buena primera rueda y una no tan buena segunda. Algo pasa en el club. Entonces, jugadores con la expectativa de ser transferidos en lo individual o equipo acostumbrado a sufrir y que ese año no estaba sufriendo y por eso se relaja. Si no tienes la amenaza del descenso, te relajas. Y yo observé eso. Por eso les dije “muchachos, hay que creerse el cuento y trabajar para ser mejores; no conformarse con una buena primera rueda”.
-Y eso, futbolísticamente, se expresaba muy bien en la cancha…
Era un muy buen plantel y la verdad es que yo tenía una base de trabajo. Cuando digo que tengo mucha admiración por ti no lo digo solo por la carrera, sino por ese plantel. No hubo que acomodarlo. Quizás desde lo táctico pudimos cambiar algunas cosas, pero no hubo que acomodarlo al trabajo, Muy disciplinado, muy obediente, y eso tiene que ver mucho con los entrenadores anteriores. Ese plantel lo habías armado y entrenado tú.
-El equipo pegó el salto de calidad contigo…
Fue un campeonato medio irregular de varios equipos. Nosotros tuvimos un bache a mitad de torneo y después no perdimos más. Luego de ese partido con O’Higgins, perdimos 3-1 con Colo Colo y de ahí en adelante no perdimos más en todo el campeonato y por eso salimos campeones…