En Sudamérica, el fútbol funciona como un espejo brutal de las contradicciones sociales, económicas y culturales de cada país. Y a veces, ese espejo no refleja lo que esperamos. Un vistazo a la actual tabla de clasificación al próximo Mundial nos enfrenta a una paradoja difícil de ignorar: Chile, con uno de los contratos de televisión más lucrativos del continente y una liga con valoración respetable, se encuentra en el último lugar.
¿Cómo puede ser que un país que recibe 75 millones de dólares anuales por derechos de TV —muy por encima de otros países de Sudamérica como Uruguay (18 millones), Paraguay (25 millones), Ecuador (30 millones) o Colombia (55 millones)— esté eliminado matemáticamente hoy y futbolísticamente hace mucho tiempo? ¿Dónde está la coherencia entre los recursos disponibles y los resultados deportivos?
Para esta ultima pregunta, observe lo siguiente: En una década de análisis, los datos revelan una verdad incómoda para los románticos del fútbol. En las ligas del Big Five (Inglaterra, España, Italia, Alemania y Francia), el dinero no solo habla, sino que grita resultados. La correlación entre valor de mercado de los clubes y éxito deportivo es tan obvia que duele: Inglaterra, España e Italia superan el 90% de alineación estadística, demostrando que, en sus campeonatos, la tabla de posiciones es básicamente un reflejo directo de la inversión en jugadores. Alemania y Francia, con relaciones ligeramente menores (pero aun así robustas, por encima del 80%), confirman que, la riqueza sigue siendo el mejor predictor de triunfos y títulos.
Este caso nos obliga a revisar algunos supuestos cómodos que circulan en el discurso público. Uno de ellos: que el desarrollo económico de un país automáticamente se traduce en progreso deportivo. Chile, considerado durante años como un “modelo” en crecimiento económico y estabilidad institucional en la región, debería estar mejor en materia deportiva. Pero no lo está. Y eso es clave: el desarrollo material, si no se articula con un proyecto deportivo serio, no se convierte en goles.
Para Chile, el deporte en general nunca ha sido una prioridad. Piense usted que en la educación básica y media, la clase de educación física es el único lugar donde los estudiantes desarrollamos habilidades olímpicas... para evadirla. Ya sea por pereza, sudor o ese miedo ancestral a que nos escojan de últimos en los equipos, siempre hay una razón (o invento) para quedarnos sentados en la banca. Ironía máxima: la única actividad física que hacemos en gimnasia es estirar la imaginación para no hacer nada.
El problema parece estructural. Mientras otros países, con menos recursos pero con planificación deportiva clara, logran competir, Chile vive una especie de espejismo. Se moderniza su liga, se venden paquetes de derechos a precios históricos, se construyen estadios con una millonaria inversión pública. Pero el modelo no produce talento. No hay recambio generacional, no hay identidad futbolística, no hay proyecto a largo plazo.
La televisión paga, pero no entrena. El dinero fluye hacia las arcas de los clubes, pero no baja a las canchas. Se invierte en imagen, no en contenido. Se prioriza la rentabilidad, no la competitividad. Mientras tanto, la Selección Chilena envejece, los jóvenes no rinden, y los técnicos pasan sin dejar huella.
En contraste, Uruguay —un país con menos de 4 millones de habitantes y un presupuesto televisivo siete veces menor al de Chile— clasifica con regularidad, exporta talento, y mantiene un ADN futbolístico inconfundible. Lo mismo Ecuador, cuya inversión en formación juvenil ha dado frutos concretos. Venezuela que marcha séptimo en las clasificatorias (hoy disputaría repechaje) con un contrato anual de US$ 10 millones de la TV y con clubes que valen menos de un tercio de lo que valen los clubes chilenos. Bolivia, incluso, con una economía más precaria y apenas US$ 30 millones en derechos de TV, logra superar a Chile en la tabla y mantiene una opción de clasificar al Mundial. ¿Cómo se explica esta inversión sin retorno?
La respuesta no está solo en el fútbol, sino en la gestión de los recursos. En la forma en que se entiende el deporte, concibiéndolo como una herramienta de desarrollo humano o simplemente como un negocio para pocos. Chile, hoy, encarna la peor versión del capitalismo deportivo: mucho ingreso, poco resultado; mucho show, poca gloria.
*Alejandro Torres Mussatto es Director Magister en Finanzas, Universidad de Valparaíso.