Colo Colo se dio un paseo por el Monumental, lo hizo exhibiendo de los mejores pasajes de esta temporada en el torneo, frente a un Cobresal irreconocible, de sus peores versiones de este año. La goleada tuvo un inmediato efecto balsámico. Todos en el equipo popular enterraron el discreto partido que habían hecho hace cinco días en el norte, cuando empataron con el colista del campeonato, un espectáculo que se salvó de una crítica más aguda solo por el gritoneo entre Arturo Vidal y Fernando de Paul.
Pero apareció otro Colo Colo. Con Jorge Almirón de nuevo al borde la cancha, su inalterable gesto adusto, concentrado en el juego y el rictus serio, muy serio, porque más allá de que los goles caigan, entiende que la condición de técnico institucionalmente desechado es incómoda, injustificable, inédita e incomprensible. No solo en esta época, en la historia de cualquier entrenador del club albo.
Desahuciado por el presidente Aníbal Mosa, defendido por parte del directorio opositor solo por un tema financiero, semi ignorado por el plantel de jugadores que lo vio extraviado durante esos días caóticos, cuando el primer equipo jugaba por los tres puntos en Calera y el argentino estaba a cientos de kilómetros en el aeropuerto, Almirón se mantiene estoico. Da para pensar que continúa en la banca solo para no darle el gusto a Mosa más que por el millón y tanto de dólares que no le pueden pagar.
Técnicamente, no ha faltado nunca a su trabajo, ha ejecutado sus tareas -por los últimos resultados, con mucha eficiencia-, no ha llegado tarde ni se ha ido más temprano, no ha maltratado a la jefatura ni con una palabra, aunque se la mereciera. Cumple el contrato al pie de la letra, sin chistar. Es el empleado del mes.
La noche del martes, pese a la insistentes preguntas sobre su estado de ánimo y su relación con Mosa, Almirón solo deslizó una frase que se le podría atribuir como un mensaje indirecto a sus jefes: “El fútbol es para gente preparada”. Lo mencionó a partir de la derrota ante Racing en Copa Libertadores, cuando también él se preguntó “¿Por qué no podemos perder?” Pero el resto de sus sentencias, al más puro estilo del actor disciplinado que calcula hasta las pausas de silencio entre los diálogos.
Normalizar lo que sucede en Colo Colo con el entrenador y el presidente es insano. Tanto como pretender mantenerlo en un status quo. No puede terminar bien algo así. Y si llega a culminar de buena manera, sería el peor de los ejemplos a seguir.
Si bien el conflicto es consistente con este Centenario demencial, no hay ninguna organización que resista estructuras de relaciones bajo la tensión laboral que soporta Colo Colo, con los líderes de dos áreas estratégicas que no se quieren, no se hablan, ni se miran.
¿Qué va a suceder si Colo Colo pierde de mala forma el Superclásico o si el equipo sufre una racha negativa? ¿Cómo se gestiona a un entrenador como Almirón, herido hasta en lo más profundo de su orgullo profesional y que sabe que solo de él depende su salida? ¿En qué pie queda Aníbal Mosa y su decisión de echar al técnico con un equipo recuperado y que retoma los puestos de avanzada (lo que tampoco parece algo improbable de acuerdo a la diferencia de calidad del plantel con 14 de los 15 equipos del certamen)? ¿Sería lógico que Almirón haga borrón y cuenta nueva y se quede hasta que culmine su contrato a fines del 2026?
En el fútbol se suele decir que los buenos resultados subsanan todos los errores. En un fútbol normal, claro está. Pero este Colo Colo 2025 está en las antípodas de ser un club normal.