El fútbol competitivo es hoy, no tiene memoria. Universidad de Chile sabe que está frente a la última oportunidad de volver a contar con Eduardo Vargas. Fue un jugador imprescindible en el mayor título internacional que tiene el club. ¿Pero de verdad es prioritario traerlo?
La U persigue dos objetivos centrales en lo que resta de temporada: ganar el campeonato local y avanzar en la Copa Sudamericana. En ese orden. Tiene actualmente un plantel competente para cumplir la primera misión, incluso sin reforzarse. Con los titulares y la banca que tiene, le alcanza. Para la segunda tarea, el nivel internacional, le falta.
A esta altura de los tiempos, el equipo no puede pretender igualarse al Fluminense, que clasificó directamente, o a Atlético Mineiro o Gremio, que deben jugar el playoff al igual que la U. Pero para intentar avanzar a las siguientes fases en el torneo continental sí debiera reforzarse donde evidencia fragilidades: un volante defensivo que cumpla la función de Marcelo Díaz -y que le dispute el puesto- y un lateral o extremo izquierdo, que le permita al entrenador afinar la prestación de Matías Sepúlveda.
Ambas son prioridades, necesidades hasta urgentes, podría decir un observador más exigente. ¿Tiene el mismo rótulo el caso de Eduardo Vargas?
Es efectivo que la coyuntura contractual del delantero mundialista es muy adecuada para que el club negocie con él. Está libre y no hay que pagarle nada a ninguno, tras rescindir con Nacional de Montevideo. El trato con el jugador es directo -seguramente con su representante- y las intermediaciones se evitan. Luego, por lo que se ha sabido, Vargas está con la disposición para volver a Chile, entonces la cuestión económica no sería una traba insalvable. Hasta ahí, bien.
La interrogante es: ¿a qué llegaría Vargas, cerca de los 36 años, con un precedente inmediato muy negativo como fue su paso por Uruguay, que en los últimos 5 años ha jugado 183 partidos y ha anotado 36 goles, un gol cada 5 partidos?
Si su llegada es una herramienta de mercadeo, un atractivo para que vaya más público al estadio, incluso una acción para recuperar la memoria y acercar a ese hincha que nada quiere saber con Azul Azul o un agradecimiento por los servicios prestados hace más de una década, todo se puede entender.
Pero si las razones de la presencia de Vargas como refuerzo son futbolísticas, es muy posible que Gustavo Álvarez tenga que explicar con variados argumentos la contratación, más allá de que hay entrenadores que gustan de los planteles numerosos y no le temen a los ruidos de camarín que hacen los futbolistas de peso histórico que miran el partido desde la banca o desde las tribunas.
Los antecedentes de la última parte de la notable carrera Vargas no son precisamente los mejores como para augurar que va a convertir más goles que Fernández, Di Yorio, Contreras o Guerra. Ni siquiera proyectando que estos últimos dos terminen sus vínculos con el club a fin de año, la presencia del atacante opera como un seguro de garantía de calidad.
El historial de lesiones que ha ido acumulando, sobre todo las pasadas temporadas, es un factor inevitable en la lista de pendientes, en consideración a que el delantero no va a llegar con un sueldo promedio. Todo eso, sin considerar que además, nuevamente, el tiraje de la chimenea azul encontrará otro tapón en el conducto.
Si hace un par de años, Vargas hubiera accedido a las ofertas que Universidad de Chile le hizo para regresar, hasta con alfombra roja habría sido recibido. Hoy, a la sombra de ese ídolo o símbolo de un pasado glorioso, su retorno es digno de una reflexión mayor y no de un capricho que culmine en un triste epílogo.
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