Impresionante. Increíble. Monumental. No son palabras para describir una hazaña deportiva ni un gol de media cancha, sino la capacidad de la Segunda División Profesional del fútbol chileno para generar pérdidas... y cada vez más grandes.
Si el fútbol es una industria, como tanto repiten los dirigentes, entonces la Segunda División debe ser su planta abandonada, con maquinaria oxidada, administración ciega y números en rojo fluorescente.
Las cifras son brutales: casi 4 mil millones de pesos en pérdidas solo en 2024, superando por mucho los ya lamentables 2.500 millones de 2023.
Solo un club —sí, uno— presentó una ganancia. San Joaquín, con sus gloriosos $7 millones de pesos a favor en el año 2024 (en 2023 registró una pérdida de -64 millones). El resto: pérdidas. Como las de San Antonio Unido (-898 millones en 2024 y -591 millones en 2023), Trasandino (-620 millones en el ejercicio 2024 y -474 millones el año 2023 ), Ovalle (-608 millones en 2024 y -50 millones en 2023) y Linares (-510 millones en el año 2024 y -342 millones en 2023), por mencionar a los más entusiastas en eso de fundirse.
¡Sorpresa! Los clubes están quebrados.
Recién con San Antonio Unido se comienza a hablar de clubes en quiebra, algo se viene arrastrado hace años. Casos como los de Provincial Osorno, con pérdidas de -309 millones el año 2024 y un patrimonio negativo de -397 millones. Sí, leyó bien, patrimonio negativo, es decir tiene obligaciones mayores a todos los recursos con los que cuenta. Ni aún liquidando o vendiendo todos sus activos lograría salir del pantano financiero en que se encuentra.
Concón National, que en su balance de 2024 reporta una deuda de largo plazo de 368 millones y dinero en caja de 520... mil pesos.
El ya mencionado caso de San Antonio Unido, con un patrimonio negativo de -798 millones, deudas de corto plazo de 921 millones, pero con recursos de corto plazo para sustentar dicha deuda de 22 millones de pesos.
O Trasandino, con un patrimonio reportado para 2024 de -1.476 millones, deudas de corto y largo plazo de 1.521 millones y un total de dinero en efectivo y otros recursos de 45 millones.
¿Y las explicaciones?
Siempre las mismas: que es una inversión, que son procesos, que los ingresos no alcanzan, que la pandemia, que la lluvia, que el VAR. Pero la verdad es más simple y brutal: no hay modelo de negocio. O mejor dicho, sí lo hay... pero está tan mal diseñado, que cada partido jugado es un paso más hacia la insolvencia. Cada club parece un experimento fallido de administración: algunos ni siquiera entregan los estados financieros a la Comisión para el Mercado Financiero(CMF).
No se trata de matar la categoría ni dejar morir el fútbol de regiones. Todo lo contrario. Se trata de intervenir antes de que esta Segunda División termine siendo una broma contable con camiseta. ¿Dónde están los planes de sostenibilidad financiera? ¿Dónde está el control financiero? ¿Dónde están los incentivos para que los clubes, al menos, aspiren a la supervivencia económica?
Porque seamos claros: si este campeonato fuera una empresa, ya estaría en quiebra. Si fuera una cooperativa, estaría intervenida. Y si fuera una familia, estaría hipotecada, endeudada, y con la luz y agua cortada.
Hoy la Segunda División no es ni un trampolín deportivo, ni una plataforma de desarrollo. Es un pozo sin fondo que cada año cuesta más llenar. Y si seguimos mirando para el lado, pronto nos vamos a quedar sin clubes, sin jugadores y sin campeonato. Eso sí, con estados financieros dignos de un thriller.
