Tonto y retonto

De todos los problemas que tiene la ANFP, la precariedad de los clubes de la Segunda División profesional debe ser lo que menos preocupa a Pablo Milad y Jorge Yunge. Total, no tienen ni voz ni voto en el Consejo de Presidentes.

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Formación de Deportes Linares 2025El equipo de la Segunda División profesional es uno de los clubes más complicados en una serie que vive totalmente abandonada. Foto: Felipe Escobedo
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En el fútbol chileno ocurren cosas que nadie entiende, que no funcionan, que todos critican y, sin embargo, se mantienen como si fueran objetos inamovibles, que no se pueden transformar, reformar y, en el peor de los casos, eliminar. La regla Sub 21 es una de ellas. Desde todos los sectores se dice que no sirve, que está muy lejos de promover jugadores jóvenes, que es un lastre para los equipos y un dolor de cabeza para los entrenadores. De tal forma, se han elaborado todo tipo de triquiñuelas y atajos reglamentarios para juntar los benditos “minutos Sub 21” y no ser penalizado con tres puntos al final del campeonato.

Más lesiva que la Regla Sub 21 es la Segunda División profesional. La primera es una fantasía bienintencionada sin comprobación empírica que el tiempo ha terminado por desmentir. Una piedra en el zapato. La Segunda División tiene otra envergadura, es un problema estructural, destructivo, que con el paso de los años ha ido desguazando una cantidad importante de equipos y que en la actualidad ha entrado en una fase de pudrición sin vuelta. Es un cuerpo gangrenado, moribundo.

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Nacida hace doce años como tapón entre el fútbol aficionado y el profesional, es decir, los derechos de televisión, su concepción fue una muestra gráfica de la pequeñez y el egoísmo de los integrantes de Consejo de Presidentes. Para evitar que los equipos de Tercera División llegaran al profesionalismo, la ANFP creó, idea de Sergio Jadue y Felipe Muñoz, esta división intermedia levantada con el verso de tener filiales de los equipos de Primera. Los hubo, el primer año, pero desde ahí en adelante se transformó en un cuello de botella, un pequeño torneo de catorce equipos, que, además, tenía como consecuencia la obligación de pagar al campeón dos millones de dólares como “derecho de admisión” a la Primera B. Tan descarado y artificial era este pago, que en el mandato de Arturo Salah se redujo a la mitad y luego el TDLC lo prohibió por ir en contra de las reglas más básicas del mercado y la libre competencia.

En lo sustancial, la Segunda Profesional no ha cambiado pese al cachetazo del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia (TDLC) y la obligación de cesar con el cobro y devolver los dineros. Sigue siendo una división paria, sin autonomía, sin derecho a voz ni voto en el Consejo de Presidentes, viviendo de los dineros que algunos empresarios quieran poner para los distintos equipos.

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Esta semana se supo de la quiebra de San Antonio Unido, mientras que Melipilla y Linares sobreviven a base de completadas, bingos y colectas. Una vergüenza total que hizo que todas las instituciones integrantes de la serie sacaran esta semana un comunicado amenazando con “volver a sus orígenes”, el fútbol amateur, si es que no se arma una mesa de trabajo para reformar la división por completo.

De todos los problemas que tiene la ANFP, este debe ser el que menos preocupa a Pablo Milad. Total, los clubes no tienen ni voz ni voto en el Consejo. La Segunda está bien escondida en las noticias deportivas y pocos se preocupan por los sueldos de Melipilla o la cancha de entrenamiento del SAU. Ahora, cuando se va a lloriquear a la FIFA pidiendo una carta de apoyo para que no se reforme la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas y separen la ANFP de la Federación, sería bueno también contar a los popes de Zúrich la realidad de la última división profesional del fútbol chileno. El estado de abandono y maltrato en el que vive, sus orígenes espurios y su grave crisis económica. Ahí, señores Pablo Milad y Jorge Yunge, nos hacemos bien los tontos. Los tontos y retontos.

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