Desde hace varias semanas la discusión de volver a los torneos cortos, los desterrados Apertura y Clausura, es un tema que ronda en Quilín. No sería extraño que desde la ANFP salgan a desentenderse de la versión, porque se trata de una propuesta que al directorio le provoca urticaria pues se empezó a conversar a partir de una serie de conflictos que el fútbol chileno tiene que resolver a la brevedad, si no quiere que la precariedad financiera se transforme en una crisis abrumadora. Y al dueto Pablo Milad-Jorge Yunge no hay nada que le disguste más que tomar decisiones y hablar del escaso dinero que hay en tesorería.
Está más que claro que la cantidad de partidos que juegan la mayoría de los clubes chilenos es insuficiente. Dejemos de lado cuándo, dónde y cómo se disputan, porque ése es otro tema, que sabemos que le compete también a la autoridad gubernamental, que ya con el tema de seguridad pública está sobrepasada y que con los barristas-delincuentes no ha hecho lo que podría hacer si tuviera voluntad política y no viviera atemorizada por el año electoral.
Si hablamos solo de lo cuantificable respecto a partidos, resulta que la conclusión es insoslayable: el grueso de los equipos chilenos, los que no acceden a torneos internacionales por temporada, tiene un bajo número de cotejos anuales.
La poca cantidad ha desmejorado el producto desde la perspectiva de la competitividad deportiva, la continuidad del campeonato y la tensión dramática del mismo, es decir, su atractivo. Son muchos los dirigentes de clubes, sobre todo los que pertenecen a controladores ligados al mundo de los prestamistas o de los representantes, que quieren jugar lo menos posible, ojalá en la menor cantidad de meses, para tener un bajo costo variable durante el mayor número de meses del año que se pueda y así rentabilizar lo más que se pueda.
Aquel modelo de negocio que ha sido respaldado por el dueto Milad-Yunge, sin convicción, valentía ni visión para enfrentar a un Consejo de Presidentes manejado por la corriente de los empresarios-representantes, también ha generado una profunda grieta que golpea un factor sensible: las saludables relaciones que se deben tener con el socio estratégico. Un socio que hace posible que el fútbol chileno se desarrolle sin que la mayoría de los clubes desaparezca: la televisión. O sea, TNT Sports.
Hoy, TNT Sports y la ANFP están en una disputa legal que bien podría terminar con el fútbol profesional criollo como lo entendemos, si es que la Corte de Apelaciones de Santiago refrenda el fallo arbitral que estableció que los clubes deben pagarle a la estación alrededor de 40 millones de dólares por incumplimiento de contrato, al no acreditarse el total de partidos comprometidos, y la parte favorecida hace que el cobro sea en billetes.
Razones sobrarían para que Warner Bros. Discovery, dueño de TNT Sports, tirase el mantel -dañando los cimientos del fútbol nacional, pero también hiriéndose a sí misma- porque los clubes chilenos han hecho todo lo posible para transgredir el contrato no jugando lo que debían jugar y jugando como no deben hacerlo. Suspensiones de partidos al por mayor, programaciones demenciales, espectáculos lamentables, estadios indignos incluso para el fútbol amateur, canchas impresentables y un listado largo de otras anomalías dan prueba de ello.
Es en ese contexto donde la fórmula Apertura y Clausura, con sus respectivos playoffs, aparece como uno de los temas de discusión para intentar subsanar el daño, incrementando el número de fechas y el atractivo de un campeonato para una audiencia cada vez más exigente que, al tener acceso a otras ligas de primer nivel, hace que sus parámetros sean progresivamente más críticos con el producto local. No solo por el nivel futbolístico superior de las ligas extranjeras, sino que por la rigurosidad de sus calendarios, el respeto a la programación y la puesta en escena.
La argumentación a favor de volver con los torneos de Apertura y Clausura, con puntajes acumulados de los dos certámenes que definen clasificación a copas internacionales y descensos, es que posibilita tener más curvas de interés a lo largo de cada campeonato, lo que muchas veces no se da en uno largo, si es que un equipo se escapa en la punta u otro queda empantanado en el fondo, lo que resta emoción y atractivo. Todo aquello, sin considerar la opción de reengancharse en la lucha por la corona, otorgada por el hecho de partir de cero una vez que se definen los clasificados a los playoffs, y también generar un mercado intertemporada aún mayor que el actual, limitado por un número de traspasos por club y no siempre coordinado con el mercado de pases internacional.
En contrapartida, los opositores a los campeonatos cortos aducen que éstos privilegian a los clubes poderosos y con mayor plantel, capaces de cumplir una campaña discreta en la fase regular y orientar el esfuerzo solo a partir de los playoffs. Argumentan que un certamen de 30 fechas es el más justo, ya que premia una campaña íntegra y no pasajes o rachas, es decir, prima la regularidad de un equipo por sobre los momentos.
Las conversaciones se han llevado por ahora a puertas cerradas y con mucho sigilo. La discusión a nivel de clubes ha sido selectiva y de carácter informal, pero es altamente probable que se transparente en el encuentro de presidentes de clubes que se realizará la próxima semana en Viña del Mar. La respuesta que a priori predomina, extraoficial por cierto, no es precisamente favorable a abandonar el actual formato.
La ANFP enfrenta otra situación delicada y no puede seguir tensando la cuerda con un socio que ha sido demasiado paciente y que requiere algo más que buenas intenciones, sino que gestos concretos. Este directorio, pese a su marcada tendencia a la displicencia, tampoco puede seguir impasible frente a un problema que puede dañar lo que más, o lo único, que le duele: el bolsillo.