Es matemática pura. Hoy en los torneos oficiales chilenos los equipos juegan 36 partidos fijos. Los del Torneo Nacional y seis de la fase de grupos de la Copa Chile. Universidad Católica, por ejemplo, disputará 37, pues jugó además la definición para clasificar a la Copa Sudamericana. Ese es el piso y es muy poco, porque el año tiene 52 semanas y quedan 15 libres. O sea, más de tres meses.
Somos el país que menos juega en el continente, y es una pena que para revisar el sistema tuviera que venir un previsible fallo judicial adverso tras una pésima negociación por parte del fútbol. No se reunieron en Viña del Mar, al arrullo de las olas, porque la crisis del torneo lo exigiera, sino porque una millonaria sentencia en contra los obligó a ponerse creativos y buscar fórmulas para ofrecer a cambio de evitar la quiebra.
Aferrados con una mano al borde del precipicio, la ANFP quiso dar una muestra de unidad y convergencia, pero dejó en claro, una vez más, la falta de liderazgo. No habló Pablo Milad para sintetizar la cita junto al mar, sino voceros espontáneos tratando de disimular el mal gusto que les provoca planificar con la soga al cuello, si se perdona la metáfora.
Quizás ya olvidamos el despropósito que fue interrumpir el campeonato tras el estallido, y prolongar la inactividad con la pandemia. Desde entonces al fútbol chileno se le inoculó el virus de los largos recesos, las interrupciones prolongadas, la suspensión de partidos ante la menos provocación. El mejor ejemplo lo dieron esta semana con Universidad Católica y Ñublense. Y la tardanza para proponer una solución acorde con una industria seria sólo desnudó el desdén con que se mira la competencia desde Quilín.
Es probable que en la tendencia pendular vayamos al otro extremo. Torneos cortos con playoffs, liguilla de Promoción, Supercopa de cuatro equipos, Copa Chile con infinidad de participantes, porque nada en Quilín se hace planificadamente ni con estudios, sino apurada y obligadamente, en un cónclave playero y raro, con fotos grupales que esconden la verdad y nos muestran participantes improbables y disfrazados. Extraños.
Por lo pronto, la comisión que quedó a cargo de negociar se parece demasiado a la comisión que no quería negociar, lo que también nos exige un esfuerzo de comprensión. Y, como de platas se trata, pensar en aumentar los cupos en Primera significa disminuirlos en el ascenso, para que no haya más manos picoteando de la torta, lo único que queda para salvar el negocio es hacer más salchichas, lo que no tiene mucho sentido si no se mejora la esencia del producto. Si hay que jugar más partidos habrá menos margen para suspenderlos, depender de la fuerza política o hacer largos recesos.
Para mejorar cabalmente tendrían que hacer algo más que un cónclave. Tendría que ser una especie de residencia balnearia permanente. Un congreso termal. Un retiro espiritual. Un largo y tortuoso viaje con oleaje encrespado en un barco sin timón ni capitán, entregado a aventureros con vocación de filibusteros. Y quizás ni así les alcance.