Se agotan los adjetivos. El fútbol chileno vivió la noche del miércoles 20 de agosto su tragedia de Heysel, aunque a diferencia de lo ocurrido hace 40 años en Bruselas, cuando los hinchas del Liverpool masacraron a los de la Juventus, por un milagro no hubo muertos.
En el “Libertadores de América”, un grupo de lumpen que sigue a Universidad de Chile cruzó todas las veredas, al poner en grave riesgo a los hinchas de la U. Porque esto es lo primero: desde su ignorancia y totalitarismo, creyeron que su comportamiento criminal no tendría consecuencias. Desconocían que, en Argentina, la policía no tiene miramientos en reprimir, pagando justos por pecadores, pero que, desde hace décadas, existen relaciones incestuosas entre el poder y las barras bravas, que actúan cuando lo estiman conveniente.
Eso explica que la policía trasandina y/o los guardias de seguridad hayan liberado la zona de acceso a la tribuna donde se instaló a la parcialidad de Universidad de Chile. Estaba cantado que eso sucedería. Al mejor estilo de las cárceles, cuando los vigilantes permiten el paso de una banda para aniquilar a sus adversarios.
Sin eufemismos, lo que observamos en la cancha de Independiente respondió a códigos caneros, carcelarios, con linchamientos y vejaciones que nos retrotrajeron, a través de videos e imágenes en las redes sociales, a postales de la serie “El Marginal”. En las tribunas vimos a “Diosito” y “Borges” haciendo purgar a quienes no alcanzaron a salir de la ratonera en la que fueron instalados.
En 50 años yendo al estadio, con 38 de ejercicio profesional, pocas veces sentí la angustia que vivimos con mi compañero Alberto López, de radio ADN, al observar a los rezagados de Universidad de Chile devolverse por una de las bocas de la galería cuando eran emboscados por los barras bravas de Independiente.
Azuzados por los hinchas locales, que en el primer tiempo les cantaron “la barra tiene miedo”, ante la agresión que sufrían los dueños de casa que estaban en la parte inferior de la “Pavoni” y los palcos al costado izquierdo, operaron con la lógica del ojo por ojo, diente por diente, de la peor manera.
Lo sucedido en el cancelado partido de vuelta por los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente de Avellaneda y Universidad de Chile, es quizás el mayor escándalo que hayan protagonizado hinchas locales en el exterior. A esta altura, los barristas chilenos, en especial los de los clubes grandes, se han transformado en indeseables. Nos dirán que ocurre en todas partes. Eso no significa que sea correcto. No deben haber sido más de cien los delincuentes que pusieron en cuestión la vida de casi tres mil simpatizantes de la U, muchos de ellos niños, jóvenes o adultos mayores.
Desastrosas las declaraciones del presidente de Independiente de Avellaneda, Néstor Grindetti. Cuando circulaban rumores sobre eventuales fallecidos (se pensaba que la persona que cayó de la tribuna estaba muerta), sólo se preocupó de los puntos en juego, de ir a “defender” los intereses de Independiente en la Conmebol. Una actitud miserable.
Es cierto que el episodio comenzó en el sector visitante, que en la llegada al estadio los barra brava atacaron a los empleados de limpieza del club y a un puesto de hamburguesas (versiones de los medios bonaerenses hablan de que los desnudaron e “hicieron asquerosidades” con ellos), pero lo descrito no puede tener la respuesta brutal y criminal que observamos.
En rigor, durante un largo rato no hubo Estado. Las fuerzas policiales no actuaron ni cumplieron con su deber. No hubo control de nada y, a vista y paciencia de las redes sociales, los delincuentes de la barra brava de Independiente masacraron a hinchas de la U. No sabemos quiénes eran. Da lo mismo. A nadie se le puede torturar y degradar de esa manera.
Este columnista ha sido crítico de Michael Clark, el presidente de Universidad de Chile. En esta ocasión, el timonel laico cumplió su deber. Habló en la noche, visitó los centros hospitalarios, comisarías y se reunió con el embajador José Antonio Viera Gallo.
Vendrá el proceso de la Conmebol. Independiente, en su condición de organizador, tendría que ser sancionado, tal como ocurrió con Colo Colo. Universidad de Chile recibirá un duro castigo por la inconducta de un lote pequeño que usa los colores del Chuncho como excusa para sus tropelías. No sería raro que la Conmebol impida que los hinchas chilenos visiten Sudamérica, tal como lo hizo la UEFA luego de Heysel. Será, quizás, el golpe de gracia que requiere nuestro fútbol.