No nos olvidemos de los delincuentes chilenos en Avellaneda

Los barra brava de Independiente merecen la cárcel por su violencia, crueldad y salvajismo. Pero seguramente ni siquiera serán detenidos. Eso no puede significar que los delincuentes chilenos en Avellaneda queden impunes y no paguen por sus delitos y conductas homicidas. Allá o acá.

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Barristas delincuentes chilenosNo pueden quedar impunes o tratados como víctimas.
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Es inhumano no poder empatizar con la indignación e impotencia que sienten todos los hinchas de Universidad de Chile. La paliza de la que fueron objeto seguidores de la U por parte de los barra brava de Independiente en las graderías del estadio Libertadores de América y el abuso con violencia de las fuerzas policiales argentinas en las inmediaciones del estadio -y en otros sectores de Buenos Aires-, pasarán a la historia como el peor registro de un acto de salvajismo en el contexto de un partido protagonizado por clubes argentinos y chilenos.

Ya se ha hablado y comentado mucho de la conducta desalmada de los barristas-delincuentes argentinos, de la complicidad de la policía argentina, siempre con ese tufillo de corruptela y prepotencia tras sus uniformes, y del comportamiento psicopático del presidente de Independiente, Néstor Grindetti, inquieto por la pérdida material de su club en caso de ser castigado, cuando en su estadio recién corría la sangre ajena. Ellos, los dirigentes argentinos, hace décadas que perdieron el combate con estos maleantes y optaron por integrarlos a sus clubes, como un brazo armado.

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Pero en lo que respecta a los chilenos, el tema no puede terminar porque Gabriel Boric solidarizó y envió a su embajador a terreno, que debería haberse activado aunque el mandatario no lo hubiera llamado, y al día siguiente movilizó al ministro del Interior. (El Presidente también pudo ser así de diligente en junio pasado, cuando los mismos hinchas azules sufrieron discriminación para el partido ante Botafogo, en Brasil, por Copa Libertadores. Claro que ese era territorio de su amigo Lula, no como el de ahora, que es de su antagonista ideológico, Javier Milei. A no engañarse: en política nada es gratuito o generoso).

Retomando: este feroz incidente no se puede cerrar una vez que los hinchas heridos se restablezcan y los detenidos que sean liberados -ni procesados- retornen a Chile. Acá hay que realizar una investigación profunda del origen de la barbarie que, por el brutal alcance de sus consecuencias, se ha mirado con cierta inocencia o se ha buscado minimizar, en un exceso de empatía o también como producto de las traumáticas escenas de vejación de los hinchas chilenos la noche del miércoles.

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Si fueron diez, treinta o cincuenta los barristas-delincuentes chilenos que comenzaron a lanzar objetos contundentes a los hinchas de Independiente desde la tribuna (bandeja superior) donde estaban apostados, es imperativo individualizarlos, identificarlos y sancionarlos con extremo rigor, o entregarlos a la justicia argentina. Fueron ellos los que pusieron en riesgo la vida del resto (miles) de seguidores de Universidad de Chile que se ubicaron en la tribuna reservada para la visita, solo a disfrutar de un partido de fútbol.

Fueron esos delincuentes chilenos los que lanzaron de manera brutal objetos contundentes con el propósito de dañar, malherir o incluso matar a los hinchas de Independiente. No eran flores ni papeles ni agua (hubo orines, sí) las que tiraban para abajo; eran elementos suficientemente sólidos para herir mortalmente si llegaban a impactar en algún órgano vital.

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Es evidente que estos tipos, que sí saben cómo y cuándo huir al verse en desventaja o en peligro, aparecerán ahora integrados como unos más de los cientos de víctimas inocentes. No extrañaría que más de uno haya sido o sea entrevistado por los medios para que narre su testimonio de sobrevivencia. Estos delincuentes que acompañan a Universidad de Chile a todas partes -vaya a saber uno cómo se financian- quedarán para la memoria colectiva como una suerte de veteranos de guerra que debieron huir de sus ‘colegas’ argentinos, bastantes más avezados y crueles que ellos, sin pagar por su verdadera responsabilidad en la tragedia de Avellaneda.

Así como Michael Clark, el presidente de Azul Azul, cumplió una elogiada labor liderando las tareas de rescate, asesoramiento y colaboración de los chilenos hospitalizados y detenidos en Buenos Aires, también debería instruir que se investigara a fondo quiénes son estos barristas que siguen a la U a todas partes, solo para delinquir y causar desórdenes dentro y fuera de los estadios. Identificarlos e impedirles de por vida el ingreso a un estadio en Chile, e informarle al resto de los países que son sujetos peligrosos para la sociedad y para el espectáculo futbolístico, vayan donde vayan. Solo así el club Universidad de Chile podrá sacar algo positivo de esta tragedia.

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