Lo que nos toca

Dentro de las barrabravas chilenas, en su veloz proceso de atomización en infinito piños, hay grupos operando con una violencia tan irracional como estúpida. En Argentina, esto ya es una industria eficiente, coludida con el poder.

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Barrabravas de Independiente.Organizados para delinquir, coludidos con el poder. Foto: Aton.
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El miércoles pasado en el Libertadores de América de Avellaneda se encontraron dos caras de la violencia barrabrava: la chilena, dispersa en piños, violenta desde la festividad absurda, irracional con tintes ya no barbáricos, sino prehistóricos; la argentina, industrial, eficiente, comercial, jerárquica, coludida con el poder político y represivo.

Ganó la eficiencia del barrabravismo argentino. No tenía cómo perder en todo caso. Son más de cincuenta años de perfeccionamiento de un negocio criminal que ha terminado por permear profundamente la estructura, no ya del fútbol, sino de toda la sociedad argentina. Como se han encargado de explicar colegas argentinos y especialistas en la materia, las barrabravas de nuestros vecinos lejos de ser una expresión violenta en la cancha, es un complejo modelo donde el club negocia con grupos organizados diferentes fuentes de ingresos: estacionamientos, venta de comida, reventa de entradas o seguridad privada entre otros.

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En la trama comercial, donde la barrabrava negocia con el único activo que tiene, la violencia, están involucradas las policías, la política y los empresarios. En Argentina no existen los piños como acá, son verdaderos ejércitos organizados, con liderazgos, jerarquías y cajas pagadoras. Empresas por todo lo alto. La “zona liberada” que tuvo la barrabrava de Independiente en la “Pavoni Alta” de su estadio no fue una casualidad de la mala organización. Ocurrió con la complicidad de la Policía Federal que miró para otro lado mientras una cincuentena de matones entraba con total impunidad a masacrar a los pocos hinchas de la U que ahí quedaban.

Ese grupo de barras de Independiente pertenecían a la facción “Los del Norte”, una de las tres que pujan por tener el control del negocio de la violencia al interior del club y los líderes serían traficantes de peso en un par de villas multitudinarias de Buenos Aires. Su actuar no fue tan gratuito como se piensa, deben mandar un mensaje a las otras facciones: nosotros mandamos acá. Como toda organización criminal, “Los del Norte” no pueden darse el lujo de mostrar debilidad, de lo contrario podrían ser desplazados por los grupos rivales. Hay demasiada plata en juego para fijarse en una nimiedad como una cabeza fracturada o un hombre apuñalado en grada.

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Así funcionan las cosas en Argentina. Acá han corrido por otro cauce y es hora que nos hagamos cargo. El barrabravismo no será el negocio a gran escala y los grupos más violentos no tendrán la organización y complicidad tan profunda con la policía y política que tienen ellos, pero de que tenemos un problema grave, lo tenemos.

Dentro de las barrabravas chilenas, en su veloz proceso de atomización en infinito piños, hay grupos operando con una violencia tan irracional como estúpida. Es un actuar demente, inconexo y ciego, que utiliza la excusa del fútbol como reñidero permanente, donde el único objetivo de ir al estadio parece el volarle la cabeza al prójimo. Estos piños salvajes, generalmente compuestos por adolescentes y hasta niños, desde el minuto cero estás haciendo destrozos, arrojando proyectiles, trepándose a los techos y buscando un enemigo a quien golpear. De no haberlo, se lo inventan.

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El fenómeno de la violencia en los estadios y las barrabravas está bastante extendido en América Latina. Pero sólo en Chile se ven estos grupos cuya única entretención es pelear o pelear. Sin objetivo, sin sentido, sin relato. Los colores y el fútbol son apenas una cobertura para satisfacer su necesidad de romper y golpear. La banalidad del mal en todo su esplendor.

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