Los rebeldes Caballeros

En el nuevo estadio de Universidad Católica hay algo más importante que las placas, los palcos y los abonados. Es el espíritu que alguna vez gobernó el club. Valiente, confrontacional, desafiante. Caballeros que lucharon, en buena lid. Verdaderos cruzados.

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Estadio Claro ArenaAyer, el San Carlos de Apoquindo, una gesta directiva que cambió la historia del fútbol chileno. Foto: Felipe Escobedo
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Seamos claros. Las cruzadas fueron una orgía de sangre, violencia y aberraciones en nombre de Dios y la religión, que marcó uno de los momentos más tristes e infames de nuestra historia. Mitificar a los caballeros que las encabezaban fue un ejercicio vano por reivindicar los fracasados intentos de recuperar los lugares santos del cristianismo.

Por eso me cuesta tanto hablar de los cruzados caballeros sin asociarlos a ese período, pero en la inauguración del nuevo estadio de la Universidad Católica volví a encontrarme con una generación de dirigentes que cambió -en mi criterio- la historia del fútbol chileno para siempre.

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Alfonso Swett, Fernando Bolumburu, Cristián Lyon, Manuel Díaz de Valdés y un puñado de “rebeldes caballeros” -entre los que está el fallecido Manuel Vélez-, decidieron convertir a la Universidad Católica en un club modelo, pero para lograrlo tuvieron que dar una guerra justa. Una lucha santa, si quieren. La UC había tenido hacía rato su momento estelar en la década de los ‘60, venía saliendo de una travesía por el ascenso y había perdido su histórico estadio en Independencia.

Agobiados por las viejas estructuras de la Asociación Central de Fútbol, decidieron encabezar una rebelión para cambiar sus estructuras. Junto a Colo Colo, Palestino, Everton, Unión Española y la U, se enfrentaron a los generales que comendaban el organismo rector del deporte chileno durante la dictadura militar: la Digeder. Frente a Sergio Badiola y Carlos Ojeda, iniciaron una serie de transformaciones que comenzaron por el nombre a la estructura, que pasó a llamarse ANFP. La férrea oposición de Miguel Nasur y de los clubes de regiones demandó varias luchas y amenazas. Un día, antes de las elecciones, Antonio Martínez, dirigente de Everton, fue detenido por un juicio bancario y en el antejardín de Guillermo Weinstein, directivo de la U, apareció un artefacto explosivo.

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No eran fáciles los cambios, sobre todo porque desde Digeder se gatillaba el reparto de dineros de la Polla Gol y se había amparado la gestión de Rolando Molina y Ambrosio Rodríguez, que ampliaron de manera populista el torneo con fines políticos. La reestructuración impulsada llevó al fútbol chileno a construir tres estadios con recursos propios a fines de los ’80, a dos finales de Copa Libertadores en los ’90 y a una década prodigiosa con planteles estelares y estadios llenos. ¿Lo malo? Hubo dirigentes en Colo Colo y la U que empujaron el nacimiento de las barras bravas.

Pero la gesta de los “valientes caballeros” de la UC -entre los cuales debo mencionar a Raúl Torrealba, lo siento- fue construir San Carlos de Apoquindo. Lo quisieron hacer, casi irresponsablemente, en Lo Saldes, en las faldas del cerro San Cristóbal, frente a Santa Rosa de Las Condes, y no se los permitieron. No había vías de evacuación suficientes.

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Entendiendo que sin estadio jamás serían una institución grande e influyente -como lo había sido la Unión Española en los ’70, llegando incluso a una final de la Libertadores y sobrepasándolos en títulos- desafiaron a la autoridad militar, a los influyentes vecinos de Las Condes y a fuerzas políticas de la misma universidad para construir San Carlos… ¡en secreto!

Cuando su inauguración ya era irremediable, los encopetados caballeros, orondos y orgullosos, entendieron que la UC sería un club grande. Jamás pudieron colocar a uno de los suyos en el sillón de la ANFP, se demoraron en jugar los clásicos en su casa, pero a la larga ganaron influencia, títulos, una final de la Libertadores y múltiples ídolos y participaciones internacionales.

Verlos en la inauguración del magnífico Claro Arena fue refrescar aquellos años insolentes, sobre todo ahora que los dirigentes del fútbol no son ni valientes, ni rebeldes ni caballeros. Se someten con sumisión a la autoridad política, policial y de la ANFP sin ánimo de incomodar, defender intereses propios o consolidar un crecimiento.

Los nuevos dirigentes son, en su mayoría representantes de jugadores a los que la infraestructura, los estadios, las canchas y las instalaciones les dan lo mismo. La UC reedificó su sueño para hacer conciertos, es verdad, y aumentar los aforos. Pero debería recordar de su historia esos años rebeldes en que cimentaron su presente. No fue con genuflexiones ni parasitando de los intereses de quienes hoy comandan la actividad.

En el nuevo estadio hay algo más importante que las placas, los palcos y los abonados. Debería ser el espíritu que alguna vez gobernó el club. Confrontacional, valiente, desafiante. Aunque les cueste creerlo a las nuevas generaciones, hubo caballeros que lucharon, en buena lid. Y que, por su camiseta, creencias y formación podían llamarse, con orgullo, cruzados.

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