Los hinchas de Coquimbo Unido deben haber salido del Sánchez Rumoroso eufóricos. El triunfo sobre Ñublense tuvo la dosis exacta de suspenso, emoción y agonía. El gol decisivo, esa carambola inenarrable que Cecilio Watterman celebró como propio, aunque en el camino hubo rebotes, agarrones, manotazos al aire y confusión generalizada. Feísimo, pero tan valioso, que es de una belleza que sólo el fútbol le puede dar.
Ahí está Coquimbo Unido. Encumbrado, lejos de todos, con espectaculares 56 puntos a falta de siete partidos por jugar. Un campeonato que se divisa, ya no en el horizonte, sino que a bocajarro. Los piratas pueden ver sus rostros reflejados en el curvado metal del trofeo 2025.
Pero deberán esperar. Mucho. Un verdadero desierto. Una vez acabe esta 23ª fecha, el fútbol chileno entrará en una fase de hibernación completa por casi cinco semanas. Coquimbo, específicamente, con el sabor dulce sabor del título a un bocado de distancia, no volverá a jugar hasta 37 días más tarde, cuando se enfrente a Colo Colo de local. Mientras, a entrenar, jugar amistosos insulsos con equipos de la zona y esperar cómo la ansiedad va anudando los nervios ante lo absurdo de la programación.
Las razones de la locura ya fueron expuestas en la columna de la semana antepasada: el Mundial Sub 20. La fiesta o el capricho personal de Pablo Milad y su agonizante gestión al mando de la ANFP.
Pero es necesario profundizar. Si este año, puntualmente, es el Mundial Sub 20 el que degüella el calendario sin piedad, antes fueron la Copa América, los Juegos Panamericanos, el Mundial de Qatar, lo que venga. Se instaló viciosamente el no jugar. Ni hablar de la mala costumbre -Jorge Almirón estandarte- de suspender para “darle descanso” a los jugadores por lo “apretado del calendario”. La U siguió este pésimo ejemplo en la Supercopa: sin fútbol desde la cancelación del partido ante Independiente de Avellaneda, Michael Clark hizo todos los malabares posibles para que el duelo ante Colo Colo no se juegue. Y llevan tres semanas sin jugar por los puntos. Demente.
Es difícil adherir al fútbol chileno hoy. Ese hincha candoroso, fiel, que se conforma con ver a su equipo pagando la entrada y el abono de la televisión es maltratado cada temporada. El último eslabón de la cadena. Me encantaría un estudio de nivel de satisfacción del espectador corriente, el que paga su entrada y no hace problemas, no el hincha profesional que transa con su pasión delictiva. A esta altura es un héroe. Pide lo mínimo, que se juegue el fin de semana, y no se lo dan. Luego se extrañan porqué en las calles se ven más camisetas del Inter de Miami, de la Selección Argentina o del Real Madrid que de equipos chilenos.