No recuerdo un caso igual pese a que tengo más de cincuenta años de fútbol: la situación de Fernando Ortiz en Colo Colo es de una discreción absoluta. Acaso mal acostumbrados a personalidades en la banca alba que manejaban todo el arco de expresiones y argumentos: ora víctima, ora desafiante, ora épico, ora humilde, el nuevo entrenador de Colo Colo es la contrafigura de personajes como Pablo Guede, Mario Salas, Gustavo Quinteros o Jorge Almirón. Parece que su intención es la de no incomodar ni herir a nadie. Hasta sus inmaculadas zapatillas blancas transmiten una sensación esterilidad.

Habla lo justo o no dice mucho. No sé si es el casete habitual de los entrenadores para no meterse en líos o le nace del alma. Los partidos son difíciles, los rivales complicados, se está trabajando, se va mejorando, se tienen objetivos. En un comienzo, Jorge Almirón también hablaba desde la frase hecha y el optimismo. Pero su sonrisa irónica develaba la mascarada. Después, en la cancha, el ex Boca se transformaba en un energúmeno que reclamaba hasta los laterales. Ortiz no. Da la sensación que esas expresiones tan vistas, tan rayadas, tan previsibles del fútbol, realmente las cree. Hay una convicción total en la frase reposada. Y, si otra comparación con su predecesor es necesaria, en el banco se mantiene calmado, casi inexpresivo, dando las instrucciones justas y callando la mayor parte del tiempo. No pide tarjetas, no acosa al cuarto árbitro, no regala nada que el director de la transmisión pueda utilizar. De ahí que apenas lo enfocan.

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Es así, no parece entrenador de Colo Colo, siempre expuesto, nadando en la polémica, en estado de emergencia y obligado a ganar o ganar. Esta situación se ve potenciada por varios hechos contextuales. Para empezar, llegó justo en medio de estos parones eternos del fútbol chileno donde la actividad entra en una hibernación casi total. Sin muchos partidos para ganar o perder, se puede estar en segundo plano. Incluso en Colo Colo.

Otra razón es más pesada y compleja: Ortiz tiene una cláusula que obliga a revisar su contrato a final de temporada. Ahí se evaluará si continúa o no en función de los resultados. Es decir, el técnico argentino está “a prueba”. Eso, sin dudas, lo obliga a caminar pisando huevos. No como Almirón o Quinteros que podían hacer desastres y tirar todos los platos al suelo amparados por cláusulas de salida millonarias. Ortiz no, los dirigentes albos prefirieron no arriesgar y dejaron un atajo listo.

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Con este piso tan endeble es lógico que el entrenador albo mida todo lo que hace y dice. Por el momento zafa con calma. Ni la goleada ante la U lo cuestionó demasiado, aunque el equipo no mostró nada, ni el triunfo contundente ante Iquique augura un “nuevo Colo Colo”. Como Ortiz le ganó a Iquique, Almirón le ganó a Unión Española y Cobresal. Es decir, si los albos encuentran un rival pajareando y blando en el Monumental, lo van a golear. Difícil argumentar que en el 4-0 sobre Iquique se vio la mano del nuevo entrenador. Apenas cositas, Arturo Vidal centralizado, dos delanteros abiertos, más agresividad en los laterales. En fin, un barniz.

A Fernando Ortiz le quedan tres semanas para el próximo duelo frente a Coquimbo en el Sánchez Rumoroso. Ahí habrá de seguro más boche. Por el momento, podrá continuar con su vida tranquila y sin sobresaltos. Hará una rueda de prensa por ahí y dirá cosas sensatas y sin maldad. Un tipo tranqui.

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