Fernando Ortiz, alias El Tano, dirige a Colo Colo amenazado, como en los tiempos de Don Vito. O clasifica a los albos a una competencia internacional o su contrato expirará en diciembre. Aunque cuesta creer la imposición de una cláusula como esa en un club grande y en los tiempos que corren, nadie ha desmentido la especie.

Es verdad que otras opciones más renombradas que Ortiz se barajaron para reemplazar a Jorge Almirón. Y por cierto la oportunidad de dirigir a los albos puede ser interesante para un entrenador en ciernes, pero caminar por la cornisa siempre es delicado para un profesional del fútbol.

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La dirigencia alba -enfrascada como siempre en rencillas miserables, acusaciones cruzadas, reproches increíbles y multas ignominiosas de los organismos financieros del país- hizo debutar a su flamante director técnico en una Supercopa que quisieron jugar a como diera lugar. Es, como ha sido todo en este año del centenario, un disparo en el pie, un error no forzado, un autogol innecesario.

Ortiz, joven y ganoso, revolvió las piezas y propuso un esquema que revalorizaba a Vidal, Bolados, Isla y Aquino y contó con el gentil auspicio de un timorato y conservador Iquique para golear, mostrar una nueva cara y reencantar al público del Monumental, que respondió con antorchas tecnológicas en la fría noche de Macul. Faltó poco para que le cantaran el himno.

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Aunque resulte paradójico, lo único que tiene a favor Ortiz es tiempo, aún asumiendo a ocho fechas del final. El largo receso le permitirá afiatar piezas y seguir experimentando, ya con un objetivo más nítido en el panorama: justamente el que por contrato está obligado a conseguir. Por lo pronto, en la conferencia de prensa, enfatizó que su próxima tarea será ganarle al puntero como visitante. Tiró el tejo y espera acertar frente a un Coquimbo que parece intratable.

Pero en el todo o nada, sabiendo que no cosecha si no arriesga, El Tano pone todas las fichas. Peor a como venía jugando es difícil, y además cuenta con el estelar momento de Lucas Cepeda, que es capaz de abrir partidos por sí solo.

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A lo menos, el técnico argentino pudo, por única vez en años, conseguir unanimidad en un directorio donde hay mala leche, golpes y rencores infinitos, donde la única causa común es el beneficio propio y pegarse una pasada accionaria si es posible. Dirán que era la alternativa más económica y que la cláusula en cuestión resulta beneficiosa para el balance de fin de año -que igual la oposición va a cuestionar-, pero Ortiz es audaz y tiene manejo escénico: reparte empanadas, reprocha a los que se quedan dormidos en sus conferencias y no elude los temas difíciles.

Apostará fuerte por los juveniles, tendrá una relación amable con Arturo, mandará a la banca a Salomón y aspirará siempre a más dinámica. La goleada frente a Iquique le dará bríos y tranquilidad hasta que vuelva a la cancha. Ante el puntero, como ya está dicho.

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Capaz que cuando caiga el telón aún esté vivo en el banco. Y pueda administrar ese tumultuoso futuro de una institución que este año lo hace todo mal. Hasta armar un cadalso para el recién llegado si las cosas no andan bien.

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