En medio de una tarde fría, pero hermosa, donde la cordillera se vio como pocas veces gracias a la lluvia que cayó a media tarde sobre Santiago, Lucas Cepeda nos dejó en claro que es un delantero que no puede seguir en Chile. El zurdo juega a otra cosa, con velocidad internacional, desequilibrio y una facilidad de remate que hace daño en una competencia donde el disparo de media distancia no abunda.

“No hay zurdito malo”, decía Cayetano Re, el entrenador paraguayo que dirigió a su país en México ’86 y nos dejó fuera de esa cita en el Repechaje de 1985. Suena a exageración, pero tenía razón en algo: los zurdos son distintos, proponen un juego diferente, alguien dirá que se ven hasta más elegantes cuando transitan de tres cuartos de cancha en adelante.

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En la apacible goleada 4-0 de Colo Colo sobre Deportes Iquique, Cepeda resultó un quebradero de cabeza para Marcelo Jorquera y Salvador Sánchez, lateral y central izquierdo, respectivamente, de los nortinos. El ex Wanderers se para en diagonal, desde la derecha, y ahí encara hacia adentro o va por fuera, siempre con la pelota cerca del botín. Una faceta que no encontró soluciones en el fondo iquiqueño, sobre todo porque Mauricio Isla pasó con criterio por la franja derecha.

En la acción del primer gol, Cepeda se recoge casi a la altura de un mediocampista central, con enorme libertad, mete un pase rasante y fuerte para Vicente Pizarro, ubicado a la altura de la mitad del campo, quien alarga para el pique de Marcos Bolados, que con un fino toque de zurda vence la resistencia de Daniel Castillo. En esa acción, Cepeda exhibió comprensión del juego, lo mismo que en la maniobra previa al segundo gol, cuando observó la posición de Castillo y buscó el segundo palo con un tiro chanfleado y fuerte.

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El porteño destaca en un año en el que Colo Colo cumple una campaña decepcionante. Frente a Iquique su versión mejoró. Es cierto que la medida no es alta. Al frente estaba el colista del campeonato, de nula resistencia. Sin embargo, luego de casi un mes de trabajo, se percibió la mano de Fernando Ortiz. Hubo un alza de rendimiento evidente, a partir del ordenamiento de los futbolistas.

Arturo Vidal jugó de volante central, bien parado en la zona media, sin esos recorridos anárquicos que le restaban eficacia. Con su técnica y panorama, fue una salida clara y profunda, bien secundado por Víctor Felipe Méndez a la derecha y Vicente Pizarro a la izquierda, quienes empujaron y lideraron la presión que espoleó a Iquique a sus últimos metros. Vidal disputó los 90 minutos y su tanto de zurda premió la buena actuación del 23 albo.

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Otro que levantó fue Claudio Aquino. Más cerca del área, moviéndose desde la izquierda hacia adentro, para despejar el callejón a Erick Wiemberg, jugó a un toque, apuntó a los espacios e incluso apareció dos veces con riesgo, al ejecutar un derechazo en el poste a los 32 minutos y una tijera alta en el complemento. Anotó el penal del tercer gol, pero, ante todo, se apreció sin estrés.

Si algo vimos en el equipo del “Tano” Ortiz fue una mayor resolución en el manejo de la pelota. El trámite fue más directo, con mayor movilidad de los volantes y olfato de los laterales. Control y pase, pero hacia adelante, más una buena presión sobre un oponente que se vio obligado a jugar en sus 30 metros finales.

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Veremos si lo del viernes fue un oasis o el comienzo de una mejoría, a esta altura urgente para intentar colarse en la Copa Sudamericana. Todo esto en un clima institucional espeso, con recriminaciones desmesuradas de Ángel Maulén, del grupo Vial-Ruiz Tagle, a Aníbal Mosa y Eduardo Loyola.

Responsabilizarlos de los fallecimientos del 10 de abril es desproporcionado. No sabemos si en una acción planificada o genuina, Maulén optó por plantear la renuncia del directorio de Blanco y Negro, manteniendo solo a los representantes del Club Social. Es quizás una alternativa adecuada para una institución que no termina de fagocitarse en un centenario espeluznante.

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