
Pocas veces la organización del fútbol chileno enfrentó un panorama más oscuro que el actual, donde el desprestigio de la industria es evidente: torneos con pocas fechas y muchos recesos, problemas en el fútbol formativo y una Selección que protagonizó las peores Clasificatorias de la historia.
Sin embargo, es en los momentos más críticos y dolorosos donde surge la posibilidad de encontrar un nuevo líder que tenga el temple, la convicción y la capacidad para cambiar la crisis por la ilusión y no hay un nombre más idóneo que el de Manuel Pellegrini.
¿Por qué Pellegrini? Porque tiene todo lo que se necesita en un momento como éste. Pensando en la cancha, está su enorme capacidad para darle un sello competitivo a cada uno de los planteles que dirigió. El escenario más reciente en el Betis es muy valioso, ya que convivió constantemente con las dificultades económicas que debió enfrentar el club de Sevilla. Su palmarés y su experiencia a nivel técnico hablan por sí solos.
El sólo nombre de Manuel Pellegrini genera confianza y credibilidad. No tengo dudas de que revalorizaría el ‘producto Selección’, atrayendo al hincha y también a los auspiciadores.
Pero el Ingeniero -en la actual estructura del fútbol chileno- no sólo debería tener incidencia en las decisiones de la Selección Adulta, sino también en las bases. Su capacidad planificadora debería darle la potestad para intervenir en las Selecciones menores, en las competencias de menores de clubes y en la mejora de las competencias locales a nivel profesional.
El arribo de Pellegrini provocaría un giro absoluto en lo que se viene haciendo, significaría ir a las bases y comenzar un proceso de reconstrucción, con el objetivo principal de devolverle el prestigio extraviado al fútbol chileno, a través de resultados, por supuesto, pero también con paciencia y con un trabajo fundamentado y consistente que permitiría construir una visión de largo plazo que priorice el ámbito deportivo para salir del pozo sin fondo.
El estratega nacional pocas veces se abrió a flexibilizar su postura con La Roja como ahora, y es una oportunidad que debemos aprovechar. “Lo confieso ampliamente, he estado muy tentado de ir a la Selección Chilena. Sería un orgullo ir a un Mundial, es mi país, siempre he dicho que soy chileno. Pero tampoco creo que uno pueda ser mago y porque va una persona puede cambiar el fútbol. Debe haber una conciencia de un plan de desarrollo de la actividad”, le dijo en diciembre pasado al periodista Eugenio Salinas.
Palabras certeras que, entre líneas, describen, en primer lugar, la intención real de que los caminos se encuentren y segundo, los requisitos que necesita para considerar viable el Proyecto Selección. De todas formas, su contrato con el Betis termina en julio de 2026 y, según las últimas informaciones, no hay punto de encuentro.
Ahora bien, todo lo descrito necesita de manera urgente ciertas garantías. Ni Ricardo Abumohor ni Reinaldo Sánchez ni su amigo de toda la vida, Arturo Salah, pudieron convencer al Ingeniero de encabezar un proceso clasificatorio. ¿Por qué podrían seducirlo Felipe Correa y Pablo Milad?
La actualidad del fútbol nacional no tiene nada de aleatorio, es la suma de malas decisiones, de desorganización, de decisiones improvisadas y de la errada visión de parte importante del Consejo de Presidentes. Para que en su llegada Pellegrini pueda pasar realmente la retroexcavadora, necesita garantías del directorio y de los accionistas de los clubes para tomar decisiones drásticas y profundas, no superficiales y que sólo maquillen la realidad.
Para soñar con el reencuentro de Manuel Pellegrini y La Roja, no sólo se requieren intenciones, sino que es fundamental postergar la ambición individual por el bien común, que es el desarrollo del fútbol chileno. El actual técnico del Betis necesitará de una estructura seria que empuje el carro, porque Pellegrini es ingeniero, no un mago.