Como una forma de afianzar la identidad, esta semana “31 minutos” se convirtió en tendencia y orgullo con un simple pero completo recital en el Tiny desk de la Public Radio en Washington. Audaces y valientes, le agregaron elementos nuevos a una creación que marcó el siglo XXI de nuestra música y de una generación de niños que creció fiel y agradecida del trabajo realizado.

Sirve para compensar, un poco, la herida grande que dejó otro hito del siglo que corre: la competitividad futbolística. Lo que fue un orgullo se nos disipó muy rápido, y esta semana vivimos, una tras otra, varias de las sensaciones más tristes para un momento desolador. Un presidente, Pablo Milad, que cobardemente se escondió tras el fracaso de la Selección Sub 20, dejando abandonados a su cuerpo técnico y jugadores para convertirlos en únicos culpables de la derrota.

En el confuso discurso final de Nicolás Córdova, lo más comprensible fue distribuir las culpas consignando que se habían pedido cosas que finalmente no fueron concedidas. Milad, otra vez, erró al no asumir que ahorrarse unos pesos para que la Sub 20 no jugara en público fue otra aberración digna de los tiempos que corren. Con un equipo y un técnico no habituados a la crítica y la presión, el resultado fue evidente. Todo para no desembolsar unos cuantos pesos o no hacer un esfuerzo mínimo. Si Córdova no es capaz de ganar esta pulseada con la directiva y efectivamente lo presionan para que “se disculpe” señalando que lo mal interpretaron, habrá cedido en un aspecto fundamental de su futura labor, cualquiera que ésta termine siendo.

En los momentos de crisis profunda como los que estamos viviendo, los liderazgos son claves. Milad dejó pasar todas las oportunidades que tuvo, cayendo cada vez más hondo en el pozo de su descrédito. Lo más insólito, dio por cerrado su ciclo anunciando que se irá… en un año más.

El patético discurso elaborado por los asesores comunicacionales de Milad sólo sirve para acrecentar la vergüenza. Donde la actual dirigencia opera como artista en el desenfrenado lobby parlamentario para dilatar y modificar los aspectos fundamentales de la ley de sociedades anónimas. Una aspiración justa para transparentar y modernizar la industria quedará aparentemente enredada en la inexplicable acción de nuestros representantes, que en la discusión han abierto resquicios impresentables que lograrán, de ser aprobados, el efecto inverso de lo que se buscaba. Y la escasa esperanza de cambio se diluiría permanentemente.

Mientras tanto, sin que nada haya cambiado en el panorama cercano, con programaciones inexplicables, estructuras oxidadas y ninguna posibilidad de inversión en los proyectos urgentes que demandan las selecciones y los procesos formativos, el discurso sigue siendo incongruente, vago, irritante y esquivo.

Condenados a la depresión, prefiero quedarme esta semana con la nueva versión de ‘Objeción denegada’, un clásico de “31 minutos” que me llena de nostalgia y admiración. Tocarle la oreja al imperio a metros de su propia casa siempre será muy lindo.

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