
Aníbal Mosa no tendría que abandonar prematuramente la presidencia de Colo Colo por el tecnicismo del rechazo del balance financiero de 2024. Se tendría que ir porque la gestión que él ha encabezado este año es lacrimógena.
Si finalmente el bloque Larraín-Vial consigue el propósito de defenestrar al presidente en vigencia por el balance financiero del año 2024, la victoria será pírrica. Técnicamente, obedecerá a que una auditoría externa le hizo reversar un ingreso operacional y llevarlo a un activo que se denomina “ingreso anticipado”, con lo que afecta el resultado final del balance en negativo, lo que la directiva de Mosa defiende como cifra positiva. Una interpretación propia de auditores contables al momento de tener que enfrentar la Comisión para el Mercado Financiero (CMF), nada más sutil de lo que debería primar en un club deportivo para sentenciar a un timonel.
Mosa tendría que renunciar porque el Centenario de Colo Colo se ha convertido en el año más nefasto desde que el club se salvó de descender a la B en un partido de definición o de aquella época en que la institución estuvo bajo la administración de un síndico de quiebras y los acreedores hacían fila en las puertas del Monumental.
Gastando el dinero que no se tenía y apostando ciegamente a ganador, la administración de Mosa lideró la constitución del plantel más caro de su historia para tratar de repetir o mejorar la campaña del año pasado en Copa Libertadores, afianzar el poderío de la institución en sus 100 años, retener el título de campeón nacional y brindar el espectáculo futbolístico más excelso de la plaza. Fines que confirman su innegable pasión por el club, pero que hoy se trasuntan en apenas la disputa por un cupo para la Sudamericana, en la salida con escándalo de Jorge Almirón y, lo peor, varios episodios lamentables de inseguridad, violencia y desgobierno durante la realización de partidos, que han culminado con la vida de tres hinchas y castigos durísimos.
Si Blanco y Negro no viviera en un estado de guerrilla permanente entre los dos bandos accionarios, y no existiera esa organización tan descaradamente voluble y vociferante llamada Club Social y Deportivo, que actúa como un remedo de departamento de contrainteligencia, mejor dicho, de contraespionaje, las cosas debieran transitar por un carril de normalidad institucional, en el que las pésimas gestiones se sancionan con la marginación del poder.
Pero en este Colo Colo concesionado a ByN la orden tácita de administración es dirigirse hacia la eterna neutralización de fuerzas de los bloques societarios, derrotero que solo varía cuando el enorme potencial deportivo del club a nivel local se impone por sobre las destructivas dinámicas internas. En otras palabras, cuando el equipo sale campeón y oficialistas y opositores se olvidan de hacerse la vida imposible por un limitado período de festejo.
Se ha escrito hasta el hartazgo sobre esta desgastadora batalla intestina que empobreció a Colo Colo en todos sus ámbitos, dándole además a los barristas-delincuentes de sus decenas de piños un poder inédito en la historia, que ha afectado la reputación y los recursos económicos del club. Y lo más probable es que ahora, luego que los accionistas rechazaran por tercera vez los balances a la mesa directiva, volvamos a entrar en una fase de intento de aniquilamiento de Aníbal Mosa y adláteres.
Cuánto ahorro de tiempo y energía, y qué enorme beneficio le harían al club, si en ByN operaran con sensatez y se fueran calladitos cada vez que lideraran una gestión tan desastrosa como ésta. Otro Cacique cantaría.