
Comienza una etapa clave del torneo, y las sospechas de que los arbitrajes serán decisivos para definir los descensos y las clasificaciones son fundadas. Pero cuidado: no porque la honestidad profesional de los de negro esté en duda. Es porque hay certeza de que escasea la aptitud referil.
Desde hace años que el consenso en el medio futbolístico nacional es inamovible: los árbitros chilenos son de baja calidad. Una de las pruebas sistemáticas que los deja en evidencia es la disparidad de criterios, mala práctica recurrente en el referato nacional. No hay fecha en que, ante una idéntica situación futbolística, haya una variedad tan amplia de interpretaciones como la cantidad de jueces existentes en el universo local. Y ni siquiera el dudoso consuelo de que arbitran mal para todos por igual, los exime.
El margen de error apenas mejora con la asistencia técnica de los que operan el VAR, porque aquellos tampoco gozan de una credibilidad que debiera estar con índices altos, ante la enorme ventaja de que las acciones dudosas pueden revisarse en cámara lenta o sencillamente con imágenes detenidas. La colaboración que puedan prestar estos asistentes remotos muchas veces colisiona frontalmente con la ceguera -consciente o involuntaria- del árbitro que revisa alguna jugada crítica y que ve lo que quiere ver. Sin contar, por supuesto, que un alto porcentaje de quienes procesan las jugadas en el VAR no tiene la sensibilidad ni el conocimiento para analizar el juego.
En esta crudo análisis hay dos planos que se complementan, el técnico y el reputacional. En tal sentido, la función que ha ejercido Roberto Tobar, como jefe de la comisión arbitral, y la de sus colaboradores directos no ayudan para nada a corregir la percepción de incompetencia. Por más que Tobar se esmere con algunos medios periodísticos para atender las consultas periodísticas cada vez que hay cuestionamientos arbitrales, las resoluciones y las designaciones siguen teniendo poquísima transparencia, mejor dicho, total oscuridad.
¿Cuáles son los criterios de Tobar y compañía para asignarles los partidos a tales jueces? ¿Cuál es el ranking que tienen los árbitros a lo largo de la temporada? ¿Qué sanciones puntuales reciben en caso de malos rendimientos? ¿Cómo se les premia a quienes lo hacen bien? ¿Cómo se informa a la opinión pública que un árbitro fue castigado o que tuvo una buena o mala calificación? ¿Por qué la mayoría de los árbitros no pueden defenderse más allá del informe que evacúan?
Tobar y compañía, en una extensión recíproca a la opacidad política-directiva que domina la ANFP, se escudan en que se debe velar por la integridad personal de los árbitros, como si éstos no fueran figuras conocidas que se someten, tal cual lo hacen los jugadores o los técnicos, a un examen evaluado cada vez que dirigen. Por algo son profesionales, por algo se preparan y se dedican en la semana con clases prácticas y teóricas, por algo perciben altas remuneraciones que, finalmente, el consumidor del fútbol es quien las sustenta, ya sea a través de la asistencia a los estadios o pagando la suscripción de la televisión. La defensa corporativa que asume la comisión arbitral ha construido un muro que funciona más al servicio de los intereses del Consejo de Presidentes que al de la justicia deportiva (al igual que el Tribunal de Disciplina, que ya será motivo de otro análisis).
No hay que olvidar que la independencia de Tobar y su representación simbólica de autonomía quedó en el subsuelo cuando se dejó arrastrar hace un par de meses por el apanicado Jorge Yunge. El secretario general de la ANFP, en su afán electoral por no perder votos para una futura presidencia, intentó abuenarse con el timonel de Colo Colo, Aníbal Mosa, y le ordenó a Tobar acompañarlo a rendir pleitesía al mismísimo estadio Monumental, para asegurar que no existía ningún tipo de persecución arbitral en contra del club albo. Una vergonzosa maniobra política de Yunge que Tobar no calibró y que, por mantener la pega, lo terminó emporcando a él y al resto de los referís.
Pero tampoco se puede omitir en el análisis el pobrísimo nivel de los árbitros que dirigen el fútbol chileno. Una lista que comienza con Piero Maza, esa suerte de imitador de comediante amateur y réferi absolutamente sobrevalorado, que continúa por una numerosa nómina de aprendices e iniciados a los que les cuelga la insignia FIFA casi gratuitamente -donde Francisco Gilabert es el guaripola- y que concluye por el autoritario y a ratos maltratador Diego Flores, el eternamente discreto Héctor Jona y el lastimosamente contemplativo Nicolás Millas y una serie de secundarios que mejor no mencionar. Ninguno de ellos otorga garantías mínimas de que su conducción no será determinante en el resultado final.
Párrafo aparte para el número chileno, Piero Daniel Maza Gómez, quien suele mostrarse como un referí dialogante e hiperventilado, objeto de un empujoncito pocas veces visto desde Asunción, donde opera quirúrgicamente la comisión arbitral de la Conmebol, una entidad que digita cada pitazo. Basta revisar el listado de partidos relevantes que ha dirigido estos últimos años a nivel continental, para tasar lo bien valorado que está internacionalmente. Basta evaluar los partidos que dirige en la liga chilena, para confirmar que desde Paraguay los padrinos que tiene son muy poderosos.
El mismísimo José Humberto Cabero Rebolledo es otro buen ejemplo. Sorprendente juez que no da el tono ni tiene la altura para imponerse con los jugadores de los clubes grandes, pero que cuando debe dirigir a los equipos de menos convocatoria, camina la cancha como si fuera un zar del imperio ruso en el siglo XIX. Aunque Cabero no es el único con personalidad múltiple. El infladísimo Cristian Garay, el errático Fernando André Vejar, el manipulable Gastón Phillipe, el neófito Miguel Araos, el insulso Mathias Riquelme, en fin... en Chile estamos llenos de jueces que frente a graderías semi vacías o con equipos de baja convocatoria vociferan como sargentos a su tropa, y que en estadios llenos o ante hinchadas masivas, la voz se les adelgaza y el silbato se les silencia cada vez que hay que cobrar en contra a los locales.
A poner atención entonces: se viene un final de torneo con importantes definiciones, y el arbitraje, dentro y fuera de la cancha, no tiene un reparto que otorgue garantías suficientes de idoneidad porque, vaya paradoja para la justicia, sus intérpretes están más ciegos que nunca.







