
El cierre no respondió a los que fue la campaña de Universidad de Chile en su regreso a la escena internacional. La batahola en la cancha de Lanús, consumada la eliminación en la semifinal de la Copa Sudamericana, reflejó la amargura y frustración de una jornada donde la escuadra no fue menos que la de Mauricio Pellegrino, pero tampoco fue más. Este aspecto es determinante para entender lo ocurrido.
Fuerzas equilibradas, en una llave que se resolvió con polémica. El gol de Rodrigo Castillo nació en una mano, donde el VAR no llamó al juez Alexis Herrera. En una jugada tan fina era necesario que el referí viera en la pantalla el comienzo de la maniobra. Tampoco lo convocaron a los seis minutos, cuando Agustín Cardozo metió un planchazo de expulsión. Detalles relevantes, esenciales en el trámite, pero que no explican la caída de los azules.
En Santiago y Buenos Aires la zaga universitaria dudó tres veces y lo pagó con tres tantos de Castillo. Luego de la mano de Salvio, Marcelino Moreno se llevó con facilidad a Matías Zaldivia, quien no recibió la colaboración adecuada de Franco Calderón. Una jugada de 60 metros, que en estas circunstancias tiene que ser cortada. Es fútbol profesional y de alta competencia. Las faltas forman parte de la táctica y se tienen que ocupar.
La ausencia de Lucas Assadi se notó, más allá de que en Estadio Nacional no gravitó. Su gambeta, aceleración y definición se extrañaron ante un oponente que aguanta cerca de su arco con dos líneas de cuatro que no se alteran y buscan el contragolpe. En rigor, dos de los tres tantos vinieron por ese expediente. En el balance, tal como sucedió en el segundo semestre, a la U le faltó la claridad que mostró durante una temporada y media.
Universidad de Chile se posicionó en el terreno rival, manejó la pelota, pero no hizo daño. A diferencia de lo que sucedió en Ñuñoa, Fabián Hormazábal no fue esa ganzúa que desbordó o metió diagonales en búsqueda de su remate con la izquierda. Felipe Salomoni irrumpió y encontró espacio en el primer tiempo, incluso anotó un gol anulado, pero lo reemplazó Matías Sepúlveda. Una modificación que no caminó. La desesperación llevó a la U buscar con muchos centros frontales, una faceta del juego que este equipo no maneja y en la que tampoco cree.
El aterrizaje laico es bravo. Necesita, a partir del duelo con Huachipato, torcer el rumbo de una segunda rueda muy baja. Universidad Católica viene dulce y se transformó en el principal candidato para el ‘Chile 2’ a la Copa Libertadores. En la rueda de revanchas se evidenció que el plantel tenía carencias. El técnico quería otro delantero. Un volante combativo en la recuperación le hizo mucha falta, aunque da la sensación de que para el DT esa función no es prioritaria.
El dolor nubla los análisis. Es necesario observar cómo termina la película, pero hablar de fracaso no parece sensato. Gustavo Álvarez valorizó y mejoró a futbolistas, pero, ante todo, reposicionó a un club que se había acostumbrado a pelear abajo. A pesar de que sus palabras sonaron a despedida, por su alusión a la hinchada, el ciclo está vivo. Los nubarrones directivos eclipsaron el desarrollo. Eso es indudable. Recobrar el prestigio extraviado nunca es fácil, sobre todo en los clubes grandes. Lo de Álvarez, cambios más, cambios menos o errores puntuales, se ilustra con el pulgar arriba. Por estas razones, no es un despropósito que sea el nuevo inquilino de “Pinto Durán”.







