El reloj marcaba las 20:57 horas en la oscuridad de la noche del sur de Buenos Aires, resonaba el pitazo final en el estadio Ciudad de Lanús y, en medio de un tumulto de futbolistas peleándose, como tratando de llenar el vacío que provoca una sensación de despojo, Universidad de Chile ponía fin a su sueño continental de alcanzar la segunda final internacional de su historia.

Lo de la noche del jueves invita, como siempre, a hacer un análisis futbolístico, pero se hace muy difícil soslayar el perjudicial arbitraje que recibió el equipo chileno.

El referato del venezolano Alexis Herrera fue fundamental para inclinar la balanza en la llave. El partido de revancha estuvo absolutamente condicionado por una patada alevosa de Agustín Cardozo a Javier Altamirano en la rodilla, al minuto 6 de juego. Una acción que tiene todos los condimentos para ser merecedora de tarjeta roja: poner en riesgo la integridad del rival, la violencia, la altura del contacto y la superficie del impacto. Herrera y el VAR sabían, claramente, lo que hacían al no sancionar lo que correspondía.

De ahí en más, fue un partido marcado por las pocas ocasiones de gol y los offside milimétricos, pero que tendría como protagonista al árbitro venezolano, otra vez.

El gol de Rodrigo Castillo tiene como origen una mano de Eduardo Salvio que está abierta y que intercepta un pase al área de Charles Aránguiz. Nuevamente, Herrera se hizo el desentendido. ¿Será por su poca personalidad o por lo que necesitaba la Conmebol en un partido de estas características?

Jugar de visitante con estas adversidades no es sencillo. De todas maneras, a la U le costó el partido, generó pocas ocasiones de gol y se sintió vulnerable defensivamente en varias oportunidades ante el excelente nivel de Marcelino Moreno y Rodrigo Castillo.

En el global, fue una llave en la que, defensivamente, los azules no parecieron un equipo fiable, ya que cometieron demasiados errores para una instancia tan determinante. En ataque, tuvo control y dominio, pero careció de profundidad. De hecho, en la vuelta ante Lanús, estuvo lejos del buen segundo tiempo que jugó en Santiago y que no sólo le permitió llegar con vida a Argentina, sino que hasta le podría haber significado el triunfo.

Da la sensación que la noche de Buenos Aires estaba escrita para la Universidad de Chile, porque después de lo ocurrido en Avellaneda, para la Conmebol era un problema tener a la U en una final, sobre todo tras la descalificación de Independiente tan bullada por la prensa argentina.

Ahora bien, más allá del arbitraje, la U debe hacer una revisión interna sobre lo que le ocurrió al equipo en este segundo semestre. El elenco de Gustavo Álvarez ha perdido cierta estabilidad en el tramo decisivo del año, combinando presentaciones arrolladoras con partidos en los que parece frágil. De hecho, en la segunda rueda de este 2025, tiene apenas 11 puntos, muy poco para un aspirante al título nacional. Dentro de la cancha, ha carecido de contundencia ante el arco rival, sumado a la gran cantidad de lesiones y de algunos errores individuales en momentos críticos de los partidos.

Fuera de la cancha, el equipo se ha quedado corto en los momentos de quiebre. Si bien, ha logrado armar, mercado tras mercado, un muy buen equipo, no ha podido dar el salto con ciertos futbolistas a los que fue a buscar y no pudo amarrar. En términos logísticos, va con lo justo pensando en algunas condiciones que debe tener un equipo de élite, por ejemplo, no viajar en chárter a ninguno de los siete encuentros internacionales que tuvo.

En el balance general de su participación internacional, el saldo es positivo. Los azules jugaron catorce partidos, de los que perdieron en cuatro oportunidades y se dieron el lujo de ganarle a equipos brasileños, argentinos, peruanos, venezolanos y paraguayos. No cabe duda que la U recuperó su impronta competitiva en el continente.

Mirar hacia dentro será fundamental para sostener un proceso que ha vuelto a ilusionar a sus hinchas. Conseguir el título nacional e instalarse constantemente a competir a nivel internacional deben ser los desafíos. La continuidad de Álvarez no está clara, ya que son varias las veces en que el técnico azul ha manifestado su disconformidad con la plana ejecutiva. Darle continuidad a su proceso sería garantizar la competitividad. De todas formas, si decide partir, la U deberá seguir pensando en mejorar su plantel, ya que, con algunas piezas, podría seguir compitiendo tanto a nivel internacional como en el ámbito local.

Se acabó el sueño internacional de la U. Fue un sueño en el que el club se demostró a sí mismo que se puede competir, fue un sueño en el que el entrenador y los jugadores le devolvieron el sello a una institución que venía de capa caída y que tiene el deber de levantar la cabeza y sostener el tranco competitivo.

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