Tratando de reverdecer laureles, la revista Barrabases lanzó este año una serie de nuevas aventuras. La de esta semana enfrenta al equipo de Mr. Pipa con Colo Colo en la final de Copa Libertadores, como un homenaje al Centenario albo. En semis -y en accidentado partido- el Cacique derrota a Jeta Juniors, mientras los de Villa Feliz se enfrentan a Olimpo, al que ganan con goles de un inspiradísimo suplente.

Para no hacer demasiados spoilers, diremos que en la super final van a penales, pero Mirko decide no cambiar al arquero, como lo hizo en la vida real ante Cruzeiro en la Recopa de Tokio. El mismo día que compré mi historieta favorita, fui al cine a ver “Eterno”, la producción de Fábula para conmemorar el aniversario. Fui con algún temor, pensando que estaría lleno de barristas y fanáticos, que encenderían bengalas, saltarían en las butacas y cantarían en los momentos más emotivos del documental.

Quizás porque fui a las tres de la tarde, mis acompañantes en la función fueron dos, que aplaudieron tímidamente al final, pero se emocionaron en los malos momentos: la quiebra, la derrota injusta del ’73, la agonía de irse a la B. Pero vibraron al ver a sus ídolos, a Mirko y el Loro Morón empujando el auto el día de la final y, sobre todo, cuando aparece la gente, de norte a sur, para inflamarse en el sentimiento.

Vi, hace no mucho, un capítulo de “Raza Brava”, la idea que Hernán Caffiero transformó en serie para exhibirla internacionalmente, tratando de trazar la frontera donde la pasión se transforma en violencia y la violencia en delito. Y recordé esta semana junto a Juan Pablo Sáez la trama de “Azul y Blanco”, la película del 2004 de Sebastián Araya que es una especie de Romeo y Julieta con barras bravas que limitan su amor y su vida por defender los colores.

Esta semana, para seguir con el largo camino al infierno que decidieron recorrer los albos, Arturo Vidal le respondió con furia a Angel Maulén, dirigente del sector Vial-Ruiz Tagle en el directorio, quien había puesto en duda la actitud del plantel y culpado a Aníbal Mosa del fracaso. Un pelo más en la sopa en una temporada donde no ha quedado escándalo por opacar la fiesta soñada.

En la mesa alba, los directores -los que tienen prontuario, los que litigan actualmente con la justicia, los que pontifican sin moral- deberán hacerse cargo del peor año en la historia del club, que no está en los documentales, ni en Barrabases ni en las ficciones. Está en la tabla de posiciones, en la ausencia de liderazgos, en la vergonzosa comedia que levantaron para anunciar un nuevo estadio que jamás fue; está en un técnico interino que depende de un improbable objetivo para extender su contrato y de jugadores que declaman que “les chupa un huevo” lo que pueda pasar el próximo año.

Todo el material conmemorativo del equipo de Arellano -el propio y el ajeno- se convertirá en un amargo recuerdo, en material de desván, en un chiste cruel cuando la niebla de los escándalos se disipe. Quisiéramos creer que alguien está pensando en lo que viene, que hay quienes intentan pensar en el futuro, que persisten los que luchan para que toda esa historia no se convierta en un adefesio en manos de los insensible de cuello y corbata que controlan el club o los flaites irracionales con aspiraciones de poder que lo tienen secuestrado y sumiso.

Aún queda espíritu y emoción. Que surge maravillosamente cada vez que se mira el pasado y las raíces. Hay en el documental una alegoría de la fundación donde la mítica frase “Vámonos Quiñones” sirve para expresar el cansancio y el hastío de los males que se vivían hace cien años, en un mundo que parecía más lindo, más amplio, más generoso.

Aunque a muchos, hoy, les chupe un huevo.

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