Nadie niega que el grupo mexicano Pachuca, liderado por Jesús Martínez, pone plata en Everton. A veces mucho dinero, que lleva a confundir a quienes siguen la competencia nacional. Porque existe la tendencia a creer que abrir la billetera, reflejada en futbolistas de contratos altos, es sinónimo de armar buenos equipos o en el mejor de los casos planteles generosos cualitativa y cuantitativamente.
La campaña de los ruleteros, candidatos al descenso, demuestra lo contrario. Tres entrenadores en 26 fechas, sin considerar la Copa Chile y el partido por la Copa Sudamericana ante Unión Española, ilustra una temporada olvidable, en la que sufrirán hasta el final. El cadalso no es un despropósito, fruto de una administración a distancia, que desconoce los méritos de los ejecutivos locales o de los extranjeros que mandan a Chile para llevar las riendas del club.
Icónica es la decisión de Jesús Martínez, quien molesto por la eliminación en la Copa Sudamericana 2024 frente a Unión La Calera, decidió echar a Francisco Meneghini. El año de trabajo del actual DT de O’Higgins importó un comino frente al capricho de un millonario que controla la institución de manera remota. Un propietario que no entiende razones ni el contexto de una liga lejana. Después vino Esteban Solari, quien finalizó la competencia.
Este año enviaron a Gustavo Leal, un brasileño que hacía sus primeras armas y luego de cesarlo optaron por Mauricio Larriera, un entrenador educado, que en Chile tuvo un pésimo paso por O’Higgins. Con las llamas quemando el rancho, fueron por Javier Torrente, un viejo conocido, quien asume el rol de bombero. Veremos cómo termina la historia.
No sabemos si la situación persiste, pero por largos meses Everton pagó a tres entrenadores e incluso cuatro. Un lujo asiático que refleja inestabilidad, pero también frivolidad. La cabeza del grupo Pachuca, da la impresión, mira al club de Viña del Mar como un mero número de una planilla Excel, sin entender la identidad de un cuadro que siempre jugó por abajo, que respetó la pelota, que sus hinchas valoran la elegancia antes que el esfuerzo. No lo desdeñan, pero en Sausalito siempre importó que la pelota rodara y no viajara por arriba.
Ese dato, tan preciso y relevante, no se tomó en cuenta en el armado del plantel. Sus centrales son lentos y con ripios técnicos. Necesitan jugar bien guarecidos. Leal quiso otra cosa y lo pagó caro. Ramiro González (34) no está para un cuadro protagonista (no es el de la Unión Española de Martín Palermo), Hugo Magallanes muestra pasos por clubes chicos de Uruguay y Diego García venía de bajar con Deportes Copiapó. El zurdo Diego Oyarzún sobrevive de los planteles anteriores, pero no le alcanza para sostener el buque. No se pedía un defensor de la envergadura del brasileño Eduardo Bauermann, acaso el mejor zaguero del campeonato nacional 2024, pero al menos un sucedáneo.
En la mitad son casi todos de la misma cuerda y esta temporada, por lesiones y otras razones, la dupla Benjamín Berríos-Álvaro Madrid careció de continuidad y extravió su gravitación. Ahí empezó el drama. El “Topo” y el capitán fueron siempre el barómetro. Cuesta entender las incorporaciones del colombiano Enrique Serje y el mexicano Sergio Hernández, dos volantes como hay 500, que no hacen diferencia y ocupan cuota de extranjero. Claro, el modelo es implacable: hay que usar a los futbolistas de la empresa, aunque no sirvan para la idea de juego o las necesidades que reclama la plantilla.
La ausencia de mirada se exacerba en el ataque. Tres centrodelanteros de cuerda similar: Sebastián Sosa Sánchez (31), Cristian “Chorri” Palacios (35) y Matías Campos López (34). El primero con algo más de movilidad, pero no muy disímil de sus compañeros. En el análisis global es claro que sobra uno. Si a esos sumamos la irregularidad de Rodrigo Piñeiro, se entienden las razones del fracaso de un equipo con buenos nombres, aunque varios de ellos veteranos. Las ganas del uruguayo Alan Medina no alcanzan.
No extraña, entonces, el drama viñamarino. Y si se salva, nada augura que se modificará el cuadro de situación. Jesús Martínez y algún orejero interesado persistirán en una estructura insostenible, que no respeta la idiosincrasia evertoniana y desconoce hasta la médula el mercado y las necesidades que se fraguan en el fútbol chileno.