
Hace casi treinta años que Iván Zamorano se fue desde el Real Madrid al Inter de Milán. La frialdad del cuadro merengue, donde alcanzó la cúspide de su rendimiento, fue reemplazada por el calor institucional del cuadro milanista. Los números no fueron, ni de cerca los mismos, pero Bam Bam se sintió más a gusto jugando en Italia que en España. Más de una vez lo dijo públicamente, se sentía más cercano al Inter de Milán que al Real Madrid. Y las veces que fue a ver a Internazionale en el Guiseppe Meazza fue anunciado por los parlantes mientras el estadio explotaba en aplausos.
Pero Zamorano es hábil y paciente. Juega el juego. Se encontró, tal vez sin darse cuenta, que su leyenda es cada vez más grande gracias a las redes sociales. Hoy, cuando miles de archivos están a un click de distancia, sus goles en el Real Madrid, sobre todo los diez que le metió al Barcelona entre 1992 y 1996, llegaron a un grupo de hinchas merengues que poco sabían de su paso por el Santiago Bernabéu.
El triplete a Busquets en la Liga 1994-1995 en la actualidad es objeto de culto por millones de nuevos seguidores madridistas y refrescó la memoria de otros millones que habían ocultado a Zamorano bajo capas de Benzema, Ronaldo, Cristiano, Van Nistelrooy y otras grandes estrellas. En los videos sujetos a la red, Iván Zamorano juega cada vez mejor.
Y cuando el ojeroso y hábil Joseph Pedrerol lo sienta a la mesa con un café y le lanza el desafío, Zamorano, que juega el juego como ya dijimos, devuelve todas las paredes. Entonces, pone a Lamine Yamal en un estrato donde no cumple con los requisitos para ser un jugador del Real Madrid por vicios fuera de la cancha. Con o sin razón (Vinicius tampoco es una suma de virtudes), Zamorano la clava en el ángulo preciso de la rabia que sienten los hinchas del Madrid en contra del talentoso delantero del Barcelona. Dijo lo que querían oír los más fanáticos y se ganó el odio de otros tantos seguidores catalanes que no sabían de su existencia.
Luego, sin que se le mueva un músculo, se pone por sobre Haaland, Van Nistelrooy, o Morata, se empata con Luis Suárez, Benzemá y Lewandowski y apenas se inclina ante Mbappé. Si se tiraba al suelo y decía que todos los delanteros tienen sus méritos y que no se siente mejor que nadie, hubiera quedado como un mojigato cobarde, que después de 23 años retirado sigue con el casete en la boca. Si se agrandaba tipo Hugo Sánchez, poniéndose arriba de todos, hubiera parecido un delirante, sin termostato emocional, incapaz de hacer un análisis serio. Pero, como es Iván Zamorano, devuelve las paredes y la va a buscar para pegarle al arco ¿Tiene razón? No es relevante, dejó la mesa servida para la discusión. Bam Bam tenía una virtud en la cancha que resaltaba muy por sobre las otras: la inteligencia. Parece que esa inteligencia sigue tan vigente como en esas noches goleadoras del Bernabéu.







