“Las actas de Marusia”, “El chacal de Nahueltoro” y “Ya no basta con rezar”.
Las dijo sin titubear, con voz ronca. Podría agregar que fumaba uno de esos cigarros con fuerte olor a tabaco que le habían dejado el bigote amarillo, pero sería mentir. Lo que es un hecho, indesmentible, es que cuando Xabier Azkargorta recitaba sus tres películas chilenas favoritas lo hacía desde el conocimiento profundo, porque era un amante del cine.
Cuando estuvo internado en una clínica de Paysandú, tras perder contra Estados Unidos en la Copa América de 1995, logré ingresar hasta la pieza donde estaba conectado al suero y a una línea de oxígeno. Para entrar tuve que jurarle a Harold Mayne Nicholls -que estaba a cargo de la delegación- que no lo iba a entrevistar, sino sólo a saludarlo. Él también era médico por lo que tenía claro que lo suyo no era grave, sino sólo tensional. Y que, hiciera lo que hiciera, no seguiría por mucho rato más en la Selección Chilena.
Cuando Ricardo Abumohor lo contrató, convocó por intermedio de Darío Calderón a una reunión en el diario La Tercera para comunicarlo a un grupo de periodistas. Traer al entrenador que había llevado a Bolivia a un Mundial por primera vez parecía sensato, casi tanto como traer a Ricardo Gareca a hacerse cargo de los últimos estertores de la generación dorada.
A ‘Bigotón’ no le fue bien. El equipo nunca jugó a la altura, y por más que hiciera debutar a la dupla Salas-Zamorano, sólo obtuvo la repulsa del público, de Eduardo Bonvallet -que comenzaba a ser influyente- y de Nelson Acosta, que aspiraba legítimamente a hacer cargo de la Roja. Amparado en su cultura, el vasco fue cesado después de un empate agónico con Venezuela en Barinas, y se fue dejando dos frases: “Una vez muerto el perro se acaba la rabia” (lo que fue cierto) y “Nos vemos en Francia ’98” (que también lo fue).
Nos topamos en la puerta del estadio de Toulouse, porque estaba asesorando a la Selección japonesa, que acababa de perder por goleada frente a Argentina. Habló sin rencores ni nostalgias, dijo honestamente que le alegraba el juego de Chile y mencionó a Akira Kurosawa, el cineasta japonés que lo había maravillado “porque he logrado comprender algo del idioma”. Un tipo culto, qué duda cabe.
Fue el técnico más joven en dirigir en la Liga española, llevó al Bolívar a semifinales de la Copa Libertadores y fue embajador por América del Real Madrid. Murió en Santa Cruz porque, obviamente, su lugar en el mundo estaba en Bolivia, donde creó su propia generación dorada con Platini Sánchez, el Diablo Etcheverry, Baldivieso, Melgar y un Mundial que vimos desde lejos porque estábamos castigados.
Quería conocer a Miguel Littin y lamento no haber hecho más esfuerzos para lograrlo porque ‘Bigotón’ era un tipo llano y abierto, al que le tocó una década inmisericorde. Colo Colo fue campeón de la Libertadores, la UC finalista, la U y los albos llegaron a semis. Estaba el Chino Ríos, conquistamos por partida doble el Everest, derribamos una dictadura en las urnas y éramos los tigres de Sudamérica. No había lugar para dudas, experimentos ni mediocridades, y fuimos cruelmente críticos de su tarea porque estábamos apurados. Y Azkargorta era todo lo contrario. Un tipo con tiempo.