Unión Española está a punto de irse al descenso por segunda vez en su historia. Fundado en 1897, sólo había perdido la categoría en el año del centenario, demorándose dos temporadas en retornar a la máxima división. Después de Colo Colo, figura en la estadística como el cuadro con más torneos de Primera disputados.

Los rojos adhirieron con firmeza a la maldición de los torneos internacionales que acecha desde hace rato al fútbol chileno. El plantel que le armaron a José Luis Sierra suponía jugar la Copa Sudamericana, en fase eliminatoria con Everton y luego con Fluminense, Once Caldas y San José en la grupal, que fue tan triste como la de la mayoría de los equipos chilenos en los últimos años.

Con un propietario como Jorge Segovia, que maneja el club a distancia, con control remoto pero evidente influencia, los hispanos no se esmeraron ni con su propia casa. La cancha del Santa Laura estuvo casi siempre mala, cuando finalmente se animaron a cambiar las luces arruinaron el proceso de todas las maneras posibles y el recinto sufre un abandono indigno de su larga historia, esperando el fin de un litigio con la Municipalidad de Independencia que se arrastra igual el equipo en la tabla de posiciones.

El Coto Sierra es el principal símbolo vivo del club, sin dudas, pero llegó a dirigir con desánimo, apatía e impotencia a un plantel que se suponía estaba armado a su gusto. Y la llegada de Miguel Ramírez coincidió con su peor año en la banca, incapaz de asumir los problemas de vestuario ni en Iquique ni en Santa Laura, prolongando la imagen de entrenadores resignados, abatidos y prematuramente derrotados que proyectaron esta temporada.

La Unión ha tenido peores momentos en su historia, por cierto. Entró en receso por la Guerra Civil española en 1939; intentó competir con el nombre de Central cuando la colonia se dividió; debió bajar en los ’80, cuando comenzó el éxodo en las gradas y hubo que defender el estadio de los afanes depredadores de los nuevos financistas del fútbol, pero lo salvaron por secretaría. Tuvo vacíos importantes de liderazgo cuando los inmigrantes le transfirieron la pasión a los herederos, que ya no tuvieron tanto empuje y salero, aunque el nuevo siglo trajo nuevos bríos. Los hispanos han jugado trece Copas Libertadores.

Hace un par de semanas, en un partido clave frente a Colo Colo, apenas un puñado de hinchas llegó a Independencia, porque las entradas estaban muy caras para compensar la ausencia de público visitante. No hubo liderazgos ni dentro ni fuera de la cancha para frenar la caída libre.

Cuando bajó la U, en 1988, Manuel Pellegrini se ganó la furia de la hinchada al declarar en los vestuarios, con la tragedia recién consumada, que a veces golpes como ese sirven para recomponer al club. La Unión jugará -casi con seguridad- en la B la próxima temporada y su estadio debe ser de los más feos y descuidados de la categoría, por ejemplo. Me dirán que es propio al menos, y es cierto, pero no quita que a la Catedral le llora una remodelación profunda. Y luces de una vez por todas. Y una cancha decente.

La Unión se merece un presidente presente, que dé la cara, que lidere y ponga el hombro para que la hinchada llore o se desahogue. Recuperar los verdaderos símbolos del club, honrar los colores y prepararse para una lucha feroz en una categoría donde hay plazas potentes y leales.

Porque lo que está a punto de consumarse no es una tragedia. Ni una mancha. Ni una deshonra. Hubo una época en que el juego del ludo futbolero tenía a la Unión como cuarto escudo junto a los tres grandes, pero fue reemplazado por Cobreloa por mera sumatoria de estrellas. Y es verdad: los rojos son el quinto grande.

Ya es hora de que vuelvan a comportarse como tales.

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