[ Por Marcelo Gómez @cojeliOpens in new window ]
Había serpentinas, había regalos, había una tarima y había una copa, pero nadie quería celebrar al cumpleañero.
Ayer Club Deportes Antofagasta cumplía 51 años de existencia, pero sólo sus pocos seguidores sabían de ello; tampoco era una fiesta sorpresa, ya que todos los festejos estaban preparados para Colo-Colo
, el puntero que venía con el ánimo arriba por el agónico triunfo ante Everton, motivado por jugar en su estadio a capacidad llena, e ilusionado con consagrarse campeón si derrotaban al Puma y la U caía ante O’higgins en Rancagua. El local quería ser el centro de atención en la celebración que preparó durante toda la semana. Y todo parecía pensar que eso se cumpliría, ya que los primeros veinte minutos fueron una conga terrible, en la que el único antofagastino que no quiso bailar fue el portero García. Solo sus intervenciones le daban vida al CDA, y lo dejaban con permiso para quedarse hasta el final de la fiesta en vez que ser la Cenicienta que se iba primero sin siquiera haber probado el siempre embriagante arco contrario. Todos en CC llegaban a probar suerte: Valdés, Rivero, Fernández, Paredes y hasta Barroso habían intentado claramente anotar, pero fue el uruguayo quien puso el primer hit a los 23’ para que los 40 mil invitados saltaran, bailaran y celebraran. Parecía que de ahí en adelante solo serían besos y abrazos para el local, que se paraba con su línea defensiva en mitad de cancha viendo pasar el partido, ya que
la única gracia que tenía el cumpleañero no festejado era algún pelotazo hacia adelante para que Ciampichetti o Muriel Orlando
aguantaran y alejaran un poco el peligro, porque generarlo era mucho pedir, salvo ese tiro libre de Droguett que fue el único guiño a la entretención hecho por el Puma hasta ese momento. Pero vino el 2T e, inexplicablemente, la fiesta se fue desvaneciendo.
El local que parecía querer comerse todo minutos antes, prefirió cuidar la figura y se sentó; o mejor dicho se retrasó entregándole la pista, la pelota y el partido a disposición del CDA
. Ese equipo partido en dos y sin gracia que fue el en el 1T, vió como Villagra y Sandoval se despegaban de la línea de centrales, estos últimos por fin podían salir pelota al piso, y Droguett lograba conducir el balón conectándose con el ingresado Carvallo. El volumen del público comenzaba a bajar, y ya no eran pocos los que preferían que todo terminara rápido, en vez de alargar la jornada y pasarse a un after.
Así, sin más armas que la dignidad deportiva, Antofagasta sintió que la cancha se inclinó a su favor,
pero sin un tiro claro a puerta, hasta que a los 75’ Muriel Orlando estuvo a punto de lograr el empate con un cabezazo que milagrosamente Salazar sacó con los pies. Y aquí un detalle ínfimo pero tan clave que llega a definir campeonatos: el arquero albo comenzó a hacer tiempo y fue amonestado. El arquero del puntero hacía tiempo ante el decimotercero de la tabla, de local y a estadio lleno.
Había miedo a perder la corona y había que ir a por ese olor a sangre.
Hasta que llegó lo impensado. Los últimos diez minutos se jugaron en el arco sur del Monumental, con el ingresado Salinas haciendo diagonales y combinando en la entrada del área colocolina, llena de piernas temblorosas y cambios errados. Así fue como a los 87’ un córner desde la derecha, Salazar sale mal y estorbado por un compañero, dejándole a Villagra un cabezazo limpio y en arco descubierto para poner el 1-1.
El cumpleañero al que nadie había saludado porque la fiesta no era suya, era el único que salía feliz de algo que se había transformado en funeral,
donde los invitados se fueron puteando al dj por los pésimos cambios que hizo en su setlist, porque la atracción principal finalmente no sólo no llegó sino que se acercó más a la puerta de la casa del vecino y porque
el cincuentón humilde que llegó del norte mascando lauchas, agarró la torta, el trago y los regalos y se fue para su casa con una linda anécdota para contar.