
Esteban Conde, en diálogo con En Cancha, repasó dos de los momentos más memorables de su carrera: la histórica conquista de la Copa Sudamericana con Universidad de Chile en 2011 y la final del Apertura del mismo año ante la UC.
Entre anécdotas, emociones y reflexiones, el exfutbolista explicó cómo se fue gestando la convicción dentro del plantel para pelear en serio por un torneo que el club nunca había logrado. Además, destacó la intensidad y la emoción de aquellos partidos, señalando que la euforia tras ganarle a Católica fue incluso mayor que la de la Sudamericana.
“La final contra la UC fue una montaña rusa: nos hicieron un gol, teníamos que marcar cuatro y lo logramos. Esa explosión de fe, rabia y desahogo fue más intensa que levantar la Copa Sudamericana”, aseguró.

- ¿En qué momento el plantel tomó verdadera conciencia de que podía ir en serio por la Copa Sudamericana?
Mira, lo primero que hay que decir, porque nobleza obliga, es que en ese momento la dirigencia llegó con la idea muy clara de que el objetivo era la Copa Sudamericana. Y claro, decirlo suena fácil, bonito incluso, pero lograrlo… eso es otra historia. Uno no termina de creerlo hasta que el proceso realmente comienza a tomar forma, sobre todo en un club que nunca había conseguido algo así.
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La convicción nació desde arriba y después se fue contagiando. Se fue construyendo paso a paso, especialmente tras ganar el Torneo de Apertura. De hecho, te confieso algo: la euforia de darle vuelta la final a la UC por ese torneo fue incluso mayor que la que sentimos al ganar la Sudamericana. Y tiene sentido, porque aquella final con Católica fue una locura: ellos tenían la ventaja deportiva, nos convirtieron, y aun así logramos hacer cuatro goles. Fue una emoción desbordante, casi irrepetible. Ese día hubo una mezcla de fe, rabia y desahogo que desbordó todo. Fue una explosión mucho más intensa que la que vivimos al levantar la Copa internacional.
La final de la Sudamericana, en cambio, se vivió distinto. En Quito fuimos superiores, ganamos 1-0, y luego cerramos con un 3-0 muy sólido en casa. Lo disfrutamos, claro, pero sin esa explosión emocional del Apertura.
Al final, ese campeonato local terminó de asentar las bases del ciclo de Sampaoli. Porque no fue un camino fácil: hubo momentos donde el proceso tambaleó, costó entrar a los playoffs, hubo dudas. Pero se sostuvo por convicción. Y en definitiva, para lograr algo tan grande, todo tiene que alinearse: jugadores, cuerpo técnico y dirigencia tirando del mismo carro. Esa vez, todo se dio perfecto: un modelo ofensivo, futbolistas en su mejor nivel y una directiva estable. Así se construyó esa estrella que quedó grabada en la historia del club.
El día después de la derrota en la ida contra la UC
- ¿Cómo se vivió dentro del plantel al día siguiente de la derrota en la ida? ¿Sintieron la presión y el respaldo de los hinchas, que agotaron las entradas para la revancha en cuestión de minutos?
Sí, me lo siguen recordando y se me eriza la piel. Porque era una final muy cuesta arriba. Hubo una charla que tuve con Pepe Rojas que se hizo conocida, pero no era solo una arenga: había sustento detrás. Uno puede decir muchas cosas lindas en un camarín, pero si no hay convicción real, no sirve. Hoy vemos muchas arengas en redes, pero siempre de los que ganaron; las del que pierde nunca se muestran, como si valieran menos.
Esa vez tomó relevancia porque el equipo lo dio vuelta. Pero detrás de eso había una base muy sólida: confianza, carácter, y un convencimiento total de que se podía. Ese grupo tenía una determinación enorme para ir a buscar los partidos, y eso nos sostuvo. El empuje de Pepe fue clave, pero estaba apoyado en el trabajo, en la calidad de los jugadores y en un espíritu colectivo impresionante.
- ¿Cuánto influyó que la UC llegara celebrando?
Fue el último impulso. Nos tocó el orgullo. Fue un acto de rebeldía, de salir a callar un festejo anticipado. Y eso, en el fútbol, es una lección: no se puede celebrar antes. Pasa mucho, incluso hace poco le ocurrió a un equipo colombiano (Once Caldas en Copa Sudamericana). Mientras el rival siga de pie, no hay nada ganado.
Cuando el nivel de competencia es parejo, o incluso el otro puede ser superior, no se tiene nada hasta que el árbitro pita el final. A nosotros eso nos sirvió como combustible. Nos rebelamos ante esa imagen, y esa rabia, esa determinación, fueron parte esencial de la hazaña que vino después.







