Este domingo 14 de diciembre se conocerá el nombre del próximo Presidente de la República, que a partir de marzo de 2026 dirigirá los destinos del país por cuatro años. Aldo Schiappacasse, columnista de En Cancha Prime, hizo un memorioso ejercicio de sus aproximaciones, en su función como periodista de deportes, con cinco mandatarios elegidos en democracia. Un repaso exótico.

Frei: Lo que dura un suspiro

Fue agitado 1991. Colo Colo ganó la Copa Libertadores, Chile organizó la Copa América, Cantatore se había llevado recién a Iván Zamorano al Sevilla y la Chispa del Deporte de Radio Chilena se había consolidado como un programa líder, que rivalizaba con Ovación en Cooperativa.

Por desconocidas razones, el director de la radio me ofreció trabajar como jefe de comunicaciones de Eduardo Frei, quien incubaba la idea de lanzarse a la carrera por la dirección del partido Demócrata Cristiano en su primer peldaño hacia la presidencia. Lo había entrevistado varias veces desde el Plebiscito de 1989 y teníamos un trato cordial, pero nada fuera de lo común para la época. Intenté explicarle que no era DC, que no tenía experiencia y que no quería abandonar el periodismo deportivo, pero Ernesto Corona no atendió razones.

Una noche de septiembre, en la casa familiar, no tuve tiempo de repetir mis argumentos ante el candidato. Un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) había secuestrado a Cristián Edwards, y tuve que dar mis primeros consejos para abordar la situación. Y gratis. Frei escuchó, hizo un par de preguntas, y se fue a su oficina para llamar a la familia del secuestrado ejecutivo de El Mercurio, hijo de Agustín Edwards. Yo quedé citado para el día siguiente a la casona de calle Hindemburg.

Defendiendo la camiseta del club de su vida: la U.
Eduardo FreiDefendiendo la camiseta del club de su vida: la U.

A la mañana siguiente, sentado en una enorme oficina, con todos los diarios -que en esa época eran muchos- desplegados sobre el escritorio, esperé media hora un mensaje divino, un destello de luz, una señal premonitoria, pues el ofrecimiento era carta segura.

Al cabo de esa media hora me levanté, golpeé en la puerta de la oficina de Carlos Figueroa y le dije, lo más calmado posible, que no entendía por qué estaba allí, porque lo mío era otra cosa. Figueroa se sacó los lentes, se levantó parsimoniosamente y me extendió la mano, dando por concluido el segundo trabajo más breve que tuve en mi vida.

Lagos: Explique de una vez

Cuando aún no era Presidente electo, entrevisté a Ricardo Lagos para preguntarle sobre sus planes deportivos. Era la época de las Sociedades Anónimas Deportivas, de la nueva ley de donaciones y de crear un organismo que combatiera la incipiente violencia en los estadios. Pero Lagos esa vez adelantó un proyecto interesante: abrir los colegios por las noches para que la comunidad practicara deportes.

Eso había sido en enero del 2000. Y, tres años después, la medida no se había implementado. En la cuenta presidencial del 2003, de hecho, el Presidente Lagos anunció un proyecto de ley que buscaba asegurar al menos 60 minutos de actividad física diaria en los establecimientos educacionales, considerándolo un paso clave para la salud física y mental de los estudiantes.

En una columna en el suplemento deportivo de El Mercurio, titulada “¿De vuelta al colegio?”, critiqué que las iniciativas no avanzaban con la urgencia que se requería, y que no pasaban del anuncio. El mismo día de la publicación me llamaron desde la oficina presidencial, citándome al despacho a las cinco de la tarde. A las seis y media todavía esperaba, hasta que se abrió la puerta de la oficina y, con el talante que lo caracterizaba (y hasta diría un dedo amenazante), el Presidente me gritoneó a diez metros de distancia, sin saludarme siquiera, frente a toda la gente y sin proferir ni una sola mala palabra.

Acto seguido, y sin derecho a réplica, giró hacia Francisco Vidal -que estaba a su lado- y le dijo “explícale a este señor todo lo que hemos hecho”, tras lo cual se dio vuelta y volvió a su oficina. Vidal, solidario, me tomó del codo, me sacó de ahí y me condujo a su oficina, cerró la puerta y, curioso pero sonriente me preguntó: “¿qué cosa tengo que explicarte y por qué?”.

Con la Selección Nacional que ganó la Copa América.
Michelle BacheletCon la Selección Nacional que ganó la Copa América.

Bachelet: El secreto peor guardado

Todos en la mesa veraniega creyeron que era broma. Mientras comían el postre, yo hablaba con la Presidenta Michelle Bachelet en el balcón mirando la playa de Maitencillo. La mandataria me citaba a una reunión en La Moneda en medio de la crisis de Chiledeportes, que dirigía Catalina Depassier, que por esas cosas del destino vacacionaba muy cerca nuestro, en una casa siempre vigilada por periodistas que esperaban una declaración suya tras la polémica renuncia al cargo.

Puse sólo una condición para la cita: que no se supiera, lo que llevó a una serie de intrincados procedimientos para entrar de incógnito a Palacio. Escoltado por un oficial de Carabineros que me esperó en Morandé con la Alameda, recorrí varios pasillos subterráneos hasta llegar a la antesala de la oficina de la mandataria, donde esperaba una mujer joven con un computador. Nos sentamos en silencio hasta que ella preguntó por qué estaba ahí. “Me citaron”, dije cortante. “Yo soy periodista de la revista Qué Pasa y estoy haciendo un reportaje de un día con la Presidenta”, me comentó. El secreto se fue al carajo.

No contaré qué se dijo en esa reunión, pero, una semana después, mientras renovaba mi licencia de conducir en la municipalidad de Puchuncaví, volvió a llamar La Moneda. Perdí mi puesto en la fila y comencé a rodear la plaza implorándole a la Presidenta que no me ofreciera el cargo que dejaba vacante Depassier. Fue difícil, pero lo logré, aunque me demoré lo suficiente para perder mi cupo para la licencia, que era urgente.

Cuando viajaba, en aquel verano del 2007 a encontrarme “en secreto” con la mandataria, un carabinero me detuvo en el camino y me dijo, sin más trámites, que debía quedar detenido. Le juré que apenas volviera, haría el trámite y le llevaría el documento a la comisaría. Me creyó a medias, pero finalmente cumplí.

De vuelta a Santiago, y en medio del Festival de Viña, el diario La Tercera tituló que había rechazado el ofrecimiento porque… una periodista había publicado “Un día con la Presidenta” en la revista Qué Pasa.

El fallecido mandatario en el estadio Monumental. Foto: Photosport.
Sebastián PiñeraEl fallecido mandatario en el estadio Monumental. Foto: Photosport.

Piñera: Si no sabe, calle

A Piñera lo entrevisté muchas veces. Como hincha de la UC, como senador, como propietario de Colo Colo, como candidato y como Presidente.

Pero el diálogo más sabroso que tuvimos fue a fines del 2007. Colo Colo se había coronado campeón en un ciclo brillante, pero la relación de Claudio Borghi con la directiva estaba evidentemente desgastada.

El Bichi era de mecha corta, y ya había amenazado con marcharse en más de una oportunidad. Colo Colo venía de ganarle la final a la Universidad de Concepción, había levantado la cuarta estrella consecutiva y había acuerdo para que Borghi siguiera por una temporada más. Pero era, en enero, terreno incierto.

En la puerta de la radio Cooperativa me sorprendió el llamado de su secretaria, tan ejecutiva como él: “Le va a hablar Sebastián Piñera”. Y no se anduvo con rodeos. Quería una alternativa para plantearle al directorio en caso de que se quedaran sorpresivamente sin técnico.

Le expliqué, demasiado risueño quizás, que no correspondía, que un periodista no podía andar recomendando técnicos, que quedaría inhabilitado en la crítica y un puñado de buenos argumentos más. Hastiado, y con la sensación de estar perdiendo el tiempo, Piñera picaneó: “Bueno, si no sabes no hay problema”.

“La mejor alternativa es tratar de convencer a Borghi”, le dije. “Pero si quiere hablar de fútbol, vaya a Rosario donde está encerrado en su hacienda un tipo que se llama Marcelo Bielsa”. Creyendo que estaba cantinfleando, el futuro Presidente me colgó contrariado.

A Bielsa lo había entrevista largo en 1992, cuando dirigía a Newell’s, en una nota que ya he narrado muchas veces, creo. Pero haré público hoy un detalle menor: el rosarino me pidió que le mandara revistas -un trabajo que me pareció fatigoso y que luego asumió Danilo Díaz-, y que lo contactara con alguien de la Universidad Católica porque siempre le había interesado la estructura del club. Y, quizás, trabajar algún día allá.

Por ende, era lógico que le gustaba Chile y que, tras el fracaso de Argentina en el Mundial del 2002, algo se podía hacer. Borghi finalmente renunciaría en marzo, los dirigentes le dejaron el equipo a Fernando Astengo y luego a Marcelo Barticciotto; vendría el Puerto Ordazo en Venezuela y, tentado por el germen de la Generación Dorada y la oferta de Harold Mayne Nicholls, Bielsa terminó en Chile.

Nunca, en las muchas veces que volvimos a encontrarnos, se lo referí a Piñera. Seguramente lo olvidó apenas me cortó el teléfono.

Y su viralizada chilenita en el Claro Arena.
Gabriel BoricY su viralizada chilenita en el Claro Arena.

Boric: La tarea incumplida

-Hola, Aldo. Aquí Gabriel Boric...

El mensaje entró al whatsapp el 17 de febrero del 2022. A las 14.26.

-¿Y yo cómo sé que es de verdad?”, contesté.

-Buena pregunta. Te puedo decir la formación de Católica 94.

-Fácil. ¿Quién hizo el gol en el primer clásico del 94?”, contrapropuse.

-¿El cabezazo de Charly Vásquez cuando estábamos con 9? Eso sí estaba fácil.

-Dígame, Presidente. ¿Qué se le ofrece?

Pues se le ofrecía comentarme una columna publicada en El Mercurio, titulada “El sello del Presidente”, sobre las tareas que debía emprender el nuevo gobierno en el deporte, con un eje central: el control de la violencia en los estadios, los fracasos estatales para contener este fenómeno, tarea central que debía asumir el Ministerio del Deporte, más urgente que la del Ministerio del Interior.

Boric entendió la urgencia, al menos en ese diálogo. Propuso contarme sus ideas “cuando pase la vorágine” y me dijo que me contactarían desde el ministerio, lo que ocurrió, pero con mucho menos entusiasmo del que supuse.

La vorágine nunca pasó, obviamente. Y la deuda del Estado -y por ende de este y todos los gobiernos- se hizo más evidente, visible y preocupante. Nos topamos varias veces, pero nunca tocamos el tema.

Quizás cuando pase la vorágine.

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