Como suele ocurrir, tras un fracaso de proporciones o una crisis institucional en el fútbol -y en otras áreas de nuestra sociedad- lo más fácil y rápido es repartir culpas. Sacudirse de responsabilidades para atribuírselas a otros. De la manera más amplia y difusa posible.
De tan vieja y repetida la fórmula, desanima analizarla, criticarla o cuestionarla. Pero bien vale, en estos momentos de profunda crisis, puntualizar algunas cosas. Javier Correa, por ejemplo, después de la triste eliminación de los albos, creyó pertinente opinar que “se habla mucho, tienen que llenar mucho. Nosotros no le hacemos caso a nada, seguimos entrenando, jugamos. Entendemos que Colo Colo vende mucho más que todos los equipos de Chile y se tiene que hablar de nosotros, pero estamos tranquilos”.
Deberá saber Correa que lo que más vende es el triunfo. Un Colo Colo ganador es dinero en el banco, para la televisión, la prensa, las redes. Un equipo humillado es pérdida total, en derechos, en esfuerzos, en viajes y en ventas. Y, por estos días, si se habla de su club es porque los dirigentes se han esmerado para cometer errores, han batido el récord de declaraciones estúpidas y nos han regalado vergüenza ajena. Que la barra se superó a sí misma para perjudicar al club en su miserable fiesta de Centenario y que los jugadores y el cuerpo técnico nos han brindado una clamorosa falta de jerarquía para disputar una Copa que pasará a la historia alba como una de las más olvidables. Con eso, Javier, créeme, no vendemos nada.
José Luis Sierra, ídolo de Unión Española, volvió al club para comandar un plantel que tenía pretensiones en el torneo local y en la Sudamericana. Tras un interminable calvario, evidentemente malhumorado y agresivo, decidió marcharse con pésimos números a cuestas. Campeón con los rojos y con Colo Colo, viviendo el fútbol por décadas, repitió varias veces en sus conferencias que “eso es lo que les gusta a ustedes” para responder preguntas inocuas sobre la débil situación de su escuadra.
Habrá que insistirle al Coto que lo que nos gusta -a los periodistas, a los comentaristas, a los ex jugadores y entrenadores que hoy participan del debate- son las victorias, el buen juego, la adecuada competencia. Las gestas inolvidables, los personajes carismáticos. Analizar tristezas y derrotas para luego masticar mal genio no hace ni buenos programas ni videos memorables, como los que usted puede encontrar con facilidad en la web. Como testimonio imperecedero de buenos momentos, José Luis.
Ricardo Gareca confesó en entrevista con La Tercera que le gustaría quedarse para un nuevo proceso en la Selección. Sin embargo, explicó su ausencia de los estadios porque “podrían generarse situaciones complicadas”, lo que también le impide compartir más socialmente. Ir a la feria, o al cine, o a comer, o a tomarse un café. Resulta difícil creer que viviendo en esas condiciones quiera prolongar su estada por cuatro años más, pero las personalidades a veces son complicadas de leer.
“La Selección en algún momento va a tener que respaldar un proceso más allá de los requerimientos de la prensa o de la gente”, agregó, dando a entender que no ha encontrado cabal comprensión para sus ideas. Si algo aprendimos en la última década es que los procesos surgen, se desarrollan y se juzgan a partir del entusiasmo que generan, de la pasión para explicarlos, de los resultados obtenidos. El mismo en Perú gozó del reconocimiento a esa labor. La inentendible última nómina, su ausencia en el debate y su falta de interacción en Chile ayudan a comprender el poco entusiasmo que despierta su pedido de un nuevo proceso, más que el deseo de la prensa y de la gente.
Si Ricardo estuviera y paseara un poco más por Chile, sabría qué es lo que quiere la gente. Lo que importa, lo que entusiasma, lo que anhelamos. Lo que vende.
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