Me tocó ver el sorteo del Mundial con la televisión en mudo. Cada vez que levantaba la mirada estaba Gianni Infantino en la pantalla. Grabado, en vivo, en croma, en una oficina, entrando al escenario, saliendo del escenario, anunciando estrellas, aplaudiendo, sonriendo, presentando, serio, sermoneando… Joâo Havelange era bandido, pero guardaba las formas, es decir, aun en su ambición infinita y sus nulos escrúpulos intentaba mantener el circo dentro de ciertos márgenes. Lo mismo el defenestrado Joseph Blatter: discursos cortos, formas discretas, protagonismo justo.

“Ah, pero ellos hicieron del fútbol”… muchos creen que con el FIFA-Gate la corrupción más profunda fue desterrada del organismo. La verdad, y no hay que ser muy vivo, es que una vez cortadas las cabezas de los dirigentes más importantes se abrió el espacio para los que estaba esperando en la segunda línea. Las cosas no han cambiado demasiado, basta mirar a Claudio Chiqui Tapia para darnos cuenta.

En ciertos aspectos creo, incluso, que vamos para atrás. Y vuelvo a la figura de Havelange. El brasileño era muy conservador y apoyaba la dictadura militar de su país, pero tenía la habilidad de proclamar una prescindencia hipócrita. Amigo del alma de Henry Kissinger, no tuvo problemas en celebrar un Mundial en Argentina con un campo de concentración clandestino a un kilómetro del estadio donde se jugó la final. Pero ladinamente circunscribió la figuración del general Jorge Rafael Videla y su banda a un par de discursos y la entrega de la Copa. No se iba a inmolar. Años después llevó el Mundial Juvenil a la Unión Soviética cuando gobernaba el ex director de la KGB Yuri Andropov. Él vendía un producto que se llamaba fútbol, como le gustaba proclamar. Todo gobierno le servía.

El párrafo anterior es para contrastar la relación insólita de Gianni Infantino con Donald Trump. Una cosa es agenciarse el apoyo del gobierno de turno para la organización de un campeonato mundial, en eso Havelange y Blatter eran unos maestros, otra es transformar a la FIFA en una especie de sucursal de MAGA. La sensación, y de esto ya se dieron cuenta los colegas en Estados Unidos que han escrito bastante sobre el tema, es que Infantino se desvive por complacer a Trump por razones no muy entendibles. O tal vez sí son entendibles: el caso FIFA-Gate comenzó, precisamente, en una acción de los tribunales de Estados Unidos y el FBI. Tal vez está creando algún tipo de impunidad futura. Vaya uno a saber.

Lo cierto es que ese “Premio FIFA de la paz” no colaba por ninguna parte y el mundo del fútbol debió aplaudir porque la orden es hacerlo. Me recordó a esos pastores evangélicos que Alejandro Domínguez metió a predicar en la Copa América. Absurdo, antojadizo, innecesario y vulgar. Luego la misma FIFA manda cartitas amenazando a los gobiernos de “no intervenir” en las federaciones. Como ya dije, siempre hubo hipocresía en este organismo, pero al menos intentaban parecer coherentes, aunque no lo fueran ni de casualidad. Hoy las apariencias son un lujo que Infantino no se puede permitir o no se quiere permitir. Si a Trump hay que darle un premio inventando, pues se le da. Y si hay que poner a Village People a cantar en el sorteo, que canten. Y si el próximo Mundial va a ser de 120 equipos, pues que sea de 200. Aunque esté pelado, al presidente de la FIFA hace rato que se le soltaron las trenzas.

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