
Gustavo Álvarez dijo, en un momento inoportuno, que se quería ir de la U. Lo hizo sin profundizar razones, pero dejando en claro que creía que lo mejor para la institución era contratar a otro entrenador para la temporada que viene.
Como ya todo el mundo sabe, el técnico argentino tiene contrato vigente con Azul Azul, y para finiquitarlo debe pagar una indemnización. Trámite que, aparentemente, no está dispuesto a hacer, lo que le ha valido la crítica y la repulsa de buena parte de los hinchas y del medio. Han comparado, además, su situación con la vivió Jorge Sampaoli cuando de manera unilateral cesó su contrato con la Selección, señalando que se sentía “un rehén” en Chile, después que el presidente de la Federación, Sergio Jadue, había sido detenido por el FBI para que delatara a sus pares.
Me imagino que Álvarez apresuró su salida en conocimiento de su situación. Quisiera, en virtud del conocimiento que alcanzamos a tener de él, que haya sido por razones fundadas. Se ha querido interpretar que fue por la falta de refuerzos y de compromiso financiero con sus necesidades técnicas. Viajar en vuelos chárter, por ejemplo.
Supongo que para el entrenador debe haber sido difícil lidiar los últimos años con sus directivos. Primero, porque no se sabe a ciencia cierta quien toma las decisiones en Azul Azul. Si forzamos los datos, debió negociar con Michael Clark. Como sabemos, el presidente del club está abocado a su defensa ante los organismos de control financiero del país, que lo acusan de abuso fiduciario sistemático, de falsedad contable, de conflicto de interés y de atentados graves contra la fe pública. En otras palabras, al otro lado de la mesa, en representación de la Universidad de Chile, estaba un ejecutivo acusado de tomar el dinero de sus clientes para utilizarlo para fines de beneficio propio, cargos de los que se está defendiendo mientras, suponemos, configura el plantel para la próxima temporada.
Si no fuera así, y los verdaderos gestores del cuadro azul fueran Victoriano Cerda y Marcelo Pesce -a quienes Álvarez conoció en Huachipato y que fueron claves para su llegada a la U-, significaría que el entrenador negocia con dos dirigentes que han insistido en mantener el anonimato sobre su participación, por desconocidas y sospechosas razones, pero que el adiestrador argentino debe conocer bien, por tan larga relación mutua.
Dadas así las cosas debe ser complejo poner las cartas sobre la mesa, sabiendo que el duelo se librará con una contraparte que domina -en ambos casos- el arte del “carepalismo”. Uno para insistir quedarse en un club de añosa tradición, pese a los cargos que pesan en su contra; otros ejerciendo el arte del ghosting de manera permanente.
En ese escenario, si me disculpan, prefiero estar del lado de quien pretende escapar, sobre todo porque ha sido testigo presencial de una bien representada pantomima futbolera que sobrepasó al directorio, a la Casa de Estudios y, lo que es más fácil, a las autoridades del fútbol.
Es probable que Álvarez sea un rehén, efectivamente. Pero entiendo que quiera arrancar, aún pasando por una negociación que lo sumerge en un tanque con tiburones. A veces huir tiene sus costos.







