Hace más de 55 años, mi abuela se embarazó de mi madre y de otros cuatro hijos más. Ella era una joven casada, con un hogar propio y dedicada a la importante y difícil labor de criar y ser dueña de casa.
Por mi parte, recién hace siete años viví el proceso de gestar por primera vez, con solo 19 años de edad, cursando una carrera universitaria y viviendo en casa de mis padres. Un contexto completamente diferente al del primer caso.
Sin embargo, la principal distinción entre ambas no es esa, sino que la forma en que criamos a nuestro primer descendiente. Existe la posibilidad de que mi abuela lo haya hecho tal como le enseñaron a ella: a palabras y a golpes, pero yo, por mi parte, lo llevo a cabo con base en la paciencia y el respeto.

¿Qué es la maternidad tradicional y la crianza respetuosa?
La imagen de la madre como una figura protectora está profundamente arraigada en todo el mundo. Sin embargo, a medida que la sociedad evoluciona, el concepto de maternidad también experimenta una importante transformación.
Actualmente, el género femenino está redefiniendo sus roles, buscando un equilibrio entre continuar con la tradición o aprovechar las oportunidades de un universo que está en constante cambio. En ese sentido, surge un significativo versus entre la maternidad tradicional y la crianza respetuosa.
En primer lugar, se suele llamar maternidad tradicional a toda aquella práctica basada en roles de género establecidos, disciplina a través de reglas y consecuencias, además de una visión más jerárquica de la familia.
Por su parte, la Psicóloga Rafaella Tavolari, indica que esta “es una maternidad que muchas veces pone énfasis en el sacrificio, la obediencia, la autoridad y el cumplimiento de normas, sin necesariamente considerar las necesidades emocionales del niño. En ese modelo, el adulto ocupa un rol de control, donde se espera que el niño obedezca, “se porte bien” y se adapte al entorno sin cuestionar".
Por otra parte, la crianza respetuosa tiene relación con el respeto mutuo, la empatía y la comunicación abierta entre padres e hijos, sin importar los roles de género. “Surge como una alternativa a ese modelo, proponiendo una forma de vincularse con los niños desde la conexión emocional, el respeto por sus tiempos, su individualidad y sus necesidades afectivas. No se trata de una crianza sin límites, sino de límites puestos con amor y coherencia, donde se prioriza el vínculo y la validación emocional”, según indica la experta.
¿Cómo afecta al desarrollo humano del niño la forma en que es criado?
La crianza tiene un impacto profundo en el desarrollo humano, pues esta moldea aspectos cruciales en la vida del niño, tales como la personalidad, el comportamiento y el bienestar emocional de cada individuo. Asimismo, la forma en que los padres interactúan con sus hijos, desde la primera infancia hasta la adolescencia, influye significativamente en su desarrollo social, emocional y cognitivo.
En ese sentido, Tavolari indica que “alrededor de 8 de cada 10 personas que consultan refieren algún tipo de dolor vinculado a su infancia o a la forma en que fueron criadas. A veces lo nombran directamente como “trauma” y otras veces va apareciendo de forma más sutil en el proceso terapéutico, cuando se dan cuenta de cómo ciertas vivencias marcaron su forma de vincularse, de pensar sobre sí mismos o de manejar sus emociones".
También, y según detalla el sitio enfocado en psicología, Policlinica Omega, “un estilo de crianza positivo y afectuoso puede fomentar la salud emocional y el bienestar general de los niños, mientras que una crianza negativa o negligente puede aumentar el riesgo de problemas de salud mental como ansiedad, depresión, baja autoestima y dificultades en las relaciones interpersonales”.
De todas formas, es importante considerar que los estilos de crianza no solo determinan el estado emocional en que se encontrará el menor, sino que también influirán en sus habilidades para desarrollarse fuera de casa.

Por ejemplo, personas que crecen en lugares donde se promueve el respeto, la autonomía y el diálogo, tienden a desempeñar una mejor capacidad para resolver problemas, adaptarse a diferentes contextos y tomar decisiones de forma más sencilla.
Por otro lado, un entorno familiar marcado por la sobreprotección o el autoritarismo puede limitar la libertad de expresión del niño y generar inseguridad, dependencia o miedo al fracaso. En consecuencia, este tipo de crianza puede impactar negativamente en sus relaciones sociales y en su desarrollo como tal.
Asimismo, destaco que el vínculo afectivo entre padres e hijos es esencial a la hora de enseñar y formar a un menor. El apego que se establece en los primeros años de vida puede determinar cómo el niño percibe el mundo y a sí mismo. En ese sentido, un apego seguro fomenta la confianza, la empatía y la estabilidad emocional, mientras que uno de carácter inseguro puede generar dificultades en la gestión de emociones y en la construcción de relaciones sanas.
Finalmente, hago hincapié en que la crianza no se lleva a cabo en un mundo aislado. Al contrario, factores como el contexto cultural, la situación socioeconómica, el nivel educativo de los padres y el acceso a redes de apoyo también desempeñan un papel fundamental. Estos elementos pueden facilitar o dificultar una enseñanza saludable y equilibrada, la que afectará directamente al desarrollo de un hijo.