Pocas veces se vio algo parecido: ocho miembros del Consejo de la FIFA, órgano principal de decisión de la organización, se mandaron a cambiar del salón de actos en abierto desacuerdo con Gianni Infantino, el presidente.
¿El motivo? En el último Congreso de FIFA, realizado en Paraguay, Infantino llegó tarde de un viaje al Medio Oriente con Donald Trump, el Presidente de EE.UU., que en sí mismo ya tenía muy molestos a los dirigentes europeos.
La tensión en FIFA está en un nivel pocas veces visto. La geopolítica del fútbol es un tema muy sensible y se necesita más que un hábil directivo financiero para que no explote una bomba de racimo en la sede del fútbol mundial. Por eso que el abandono de la salón de actos de los ocho directivos ha remecido los pasillos en Asunción, puesto que no fue el atraso de tres horas en la llegada de Infantino a la reunión en Paraguay lo que exacerbó los ánimos, sino que haber aceptado la invitación de Trump, calificada por los delegados europeos de “intereses políticos privados”.
La salida en masa de los europeos fue interpretado como un incidente diplomático que va más allá del fútbol. Además de Aleksander Ceferin, el presidente de la UEFA, entre los miembros de la protesta está Debbie Hewitt, jefa de la Asociación Inglesa de Fútbol. “La actitud de Infantino es decepcionante y preocupante. El Congreso anual de la FIFA es el momento más importante para garantizar la buena gobernanza del fútbol internacional. 210 delegados viajaron desde todo el mundo para asistir, esperando diálogo y liderazgo profesional al más alto nivel. Esperamos que la FIFA ofrezca explicaciones adecuadas y garantice que las voces de sus asociaciones miembros sean plenamente escuchadas y respetadas”, cuestionó Hewitt.
Infantino más cerca de Trump que de la UEFA
En el centro de la tormenta está claramente la controvertida agenda del presidente Infantino, que prefirió una serie de reuniones en la Península Arábiga antes que el Congreso en Asunción. Se reunió con líderes de Qatar, Estados Unidos y Arabia Saudita, los países que fueron y serán sede de Mundiales. Sus asesores dicen que está cumpliendo con el deber institucional, pero sus detractores le cuestionan su patrocinio político a gobernantes.
La explicación formal de Infantino llego cuando todos lo esperaban. A través de un correo electrónico comunicó el retraso a la llegada al Congreso en Asunción debido a “circunstancias imprevisibles”. Sin embargo, varios no creyeron la versión y rastrearon los movimientos del timonel de FIFA mediante un radar aéreo. La contingencia no era un atraso, era la superposición de agendas.
Cuando Infantino llegó a Asunción, los asientos vacíos de las primeras filas durante su exposición fueron una imagen nunca antes vista. Las recurrentes excusas citando problemas con su vuelo, y remarcando la importancia de representar al fútbol en las grandes reuniones políticas mundiales, no tuvieron mucho eco. “Como presidente de la FIFA, es mi responsabilidad tomar decisiones que beneficien a la organización: sentí la necesidad de estar allí en nombre del fútbol y de todos ustedes”, manifestó.
La respuesta desde UEFA no tardó. “Estos cambios de último minuto son profundamente desafortunados”, dijo un portavoz de las federaciones europeas. “Teníamos un horario preestablecido y se desestimó simplemente para satisfacer intereses políticos privados, dejando en segundo plano los del fútbol”.
El impasse solo hizo que se acentuaran las diferencias que tienen antecedentes cercanos, centradas en la toma de decisiones de forma autónoma y sin la debida consulta. Desde la ampliación del Mundial a 48 equipos (que pronto se ampliará a 64) hasta el cuestionado proceso que llevó a la selección de las sedes para las ediciones de 2030 y 2034. La FIFA está que arde.