Hay derrotas que remecen. Hay eliminaciones que avergüenzan. Y hay fracasos que destruyen.
Si en Colo Colo no pasa nada después de esta indigna marginación de Copa Chile -que se entienda bien, no porque sea Limache el equipo que lo dejó fuera con total justicia-, en el club albo lo que suceda de esta semana en adelante puede tornarse peligroso. Porque en unos pocos días más, se puede producir otro desastre en la Libertadores, y como la fortuna tampoco está asistiendo, hasta la Sudamericana entra en el descarte de copas.
Ya la campaña de este año de Jorge Almirón, después de la goleada y el sometimiento futbolístico ante Fortaleza, era “saca-técnico”. Con la humillante boleta que se comió el equipo albo este sábado, no quedan muchas alternativas ni campeonatos como para que la propiedad siga esperando que este destino catastrófico se vaya a torcer por efecto de la inercia.
Es una majadería advertir que Colo Colo 2025, el más caro de la historia, no ha entregado respuestas futbolísticas a lo que se subentiende es un planteamiento táctico, un intento de diseñar una identidad de juego, una apuesta por algún arranque individual que remueva al resto (mención honrosa a Lucas Cepeda). En el plano colectivo o a nivel personal, no hay reacción al estímulo mínimo de un deportista de alto rendimiento que es competir. Es muy difícil encontrar en este siglo una versión del Cacique que se haya entregado tanto a su suerte como fueron estos dos últimos partidos en Ceará y Quillota. Ni siquiera en esa magra campaña del 2020 donde la categoría estuvo en juego.
Es cierto que a Almirón le va a costar mucho dar un paso al costado, sobre todo si fue el propio Aníbal Mosa quien se le acercó para que extendiera otro año más su contrato, ante la sorpresa del propio argentino. Son muy pocos los entrenadores en este nivel de clubes que asumen haber llegado a un límite, por una cuestión de orgullo o prestigio, y son aún menos los que renuncian a un documento legal que les garantiza, por largos meses, un trabajo con todas las comodidades y muy bien renumerado.
Pero el problema de Colo Colo es práctico: el diseño y las instrucciones de Almirón son erradas o no están siendo entendidas o son desobedecidas por sus hombres de confianza. Cualquiera de las alternativas son preocupantes, si no irreversibles. Frente a esa problemática, todos los clubes de fútbol profesional tienen una salida estándar: se va el que supuestamente manda. Porque hacer que se marchen los que no escuchan ni obedecen, aunque lo merezcan, es inviable.
Colo Colo se descompuso después de aquella invasión delincuencial en el Monumental. El golpe emocional debió ser fuerte. Las consecuencias institucionales serán profundas. Pero cuesta comprender que aquel episodio haya afectado con tanta brutalidad y determinación la lucidez técnica y el rendimiento deportivo.
Por más que los delincuentes disfrazados de hinchas quieran amedrentar a los jugadores, por más que la dirigencia se apure por dar vuelta la página, por más que los líderes del plantel declaren que ahora sí que se tocó fondo, en las malas decisiones de los refuerzos, en la cantidad de millones de dólares gastados para conformar “un equipo competitivo”, en los pésimos números a nivel local este año, en los resignados rostros de quienes lideran el Cacique este ‘glorioso año del centenario’, subyace la sensación de que este ciclo llegó, impensadamente en otoño, a su fin.
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