A Colo Colo no le alcanza con un nuevo técnico

Ambicioso pero pragmático, cercano a los jugadores aunque desconfiado y con un fino manejo político. Quien asuma el camarín albo no puede soslayar que hay ánimo de revancha, pero que la carga emocional y los heridos de este semestre no se subsanarán con un par de triunfos.

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Colo Colo expectante.El club espera por el reemplazante del entrenador saliente, como si fuera la solución al problema de fondo.
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El cierre del vínculo con Jorge Almirón no puede ser el mejor ejemplo de cómo está gestionado hoy Colo Colo. Prescindir públicamente del entrenador, sin que existiera un acuerdo para el finiquito del mismo, grafica el desorden formal de la cabeza directiva y la incapacidad de la gobernanza corporativa para enmendar el rumbo del club.

Eso en lo institucional, porque en lo deportivo hay otro drama. El plantel más caro de la historia del club fue conformado para un Centenario glorioso, donde la base de sustentación eran los cuartos de final de la Copa Libertadores, con un plan B de acceso a la Copa Sudamericana, más las disputas internas en Copa Chile y el Campeonato Nacional. Casi todo se fue a la basura, salvo el torneo local de Primera división. Y se pudrió en parte por factores exógenos -la tragedia en la previa a jugar con Fortaleza-, pero principalmente por un rendimiento futbolístico bajísimo, a ratos, paupérrimo.

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Un análisis superficial indica que el nuevo técnico de Colo Colo debe tener claro que, a priori, los desafíos son mejorar drásticamente el actual estado de las cosas en la cancha y sanar un vestuario malherido, agrietado por sordas disputas internas y que, muy probablemente, se vea disminuido en sus recursos disponibles, porque la tesorería del club se vació para traer refuerzos y requiere de ingresos urgentes para solventar la plantilla millonaria.

Apenas pise el Monumental este entrenador enfrentará un problema emergente: ¿Cómo darle funcionamiento a un equipo que no respondió a una alta exigencia, como fue la Copa Libertadores, y que tampoco dio grandes luces de superioridad en el plano local? Es visible que Almirón careció de la sensibilidad o la flexibilidad para alterar su modelo y murió en la suya. En contrapartida, y para no personalizar el fracaso en el trasandino, también es legítimo argumentar que las piezas clave exhibieron una pobre respuesta y un alto agotamiento hacia un estilo de conducción que terminó por destruir el proyecto.

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¿Hasta dónde la llegada de un nuevo líder modificará los rendimientos de la columna vertebral que armó Almirón y que fue confiada a los decepcionantes desempeños de Arturo Vidal, Brayan Cortés, Esteban Pavez y Javier Correa? La respuesta a la interrogante puede ser implacable con el devenir de esas individualidades, intocables por el saliente DT. Porque a excepción de la regularidad de Lucas Cepeda -hoy el principal capital futbolístico del club- y las reconocidas intermitencias de Claudio Aquino, en Colo Colo no se salva nadie. El propósito de un cambio de mano es justamente ése, dar un golpe de timón y despegar de la inercia, se dirá desde la presidencia, adjuntando un interminable listado de casos exitosos y con el fundamento que el plantel tiene una jerarquía probada con anterioridad.

Sucede, en todo caso, que el reto no se circunscribe solo a la cancha. La tarea del sustituto traerá aparejada empresas mucho mayores y complejas: lidiar con un presidente hincha como Aníbal Mosa, protagónico y populista, ¡que además opina de fútbol!; gestionar a un líder imprevisible como Arturo Vidal, orgulloso y de cambiante criterio, y a otras figuras del equipo no menos secundarias, descontentas por la performance de la campaña y atentas a la muñeca del nuevo jefe; revalidar a un gerente técnico -Daniel Morón- relegado a un cargo funcionario de tercer nivel, para que opere como un escudo protector; desarrollar un perfil político funcional con el sector directivo opositor, que maniobra subterráneamente para desestabilizar a Mosa, y ofertarle a los medios un sólido relato que contenga una mirada crítica de lo que pasa en la cancha y además en la periferia, entiéndase con el grupo de barristas-delincuentes de los piños.

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Y aun cuando este nuevo entrenador lograra sortear todo esta alambicada red de relaciones humanas y públicas con triunfos deportivos, para su desgracia la circunstancia vital del club albo trasciende lo exclusivamente futbolístico. Se puede dar, incluso, la paradoja de que el equipo recupere su nivel competitivo, progrese en la tabla y equilibre fuerzas con su archirrival, sin que la desintegración interna, el proceso de erosión, se detenga.

Por eso la salida de Almirón, justificada por su campaña, más el arribo de su reemplazante, sean apenas un distractor. La crisis de Colo Colo tiene una dinámica tan destructiva que no se vislumbra una medida ni menos un nombre que desate el nudo gordiano. Las diferencias de liderazgos y estilos directivos de los propietarios son abismales e irreductibles, donde resulta fuera de toda lógica inferir que una solución al proceso de fragmentación que experimenta el club pasará por el vuelco de una campaña o la aparición de un caudillo, como hace unos meses se creyó podía ser Jorge Almirón. Se puede ser técnico, pero no mago.

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