El Príncipe hace la diferencia

El volante de Universidad de Chile conserva intacto su nivel, aunque la intensidad del trajín no sea el mismo de antes. Pero no se puede decir lo mismo del resto de la Generación Dorada que se vino a retirar al fútbol chileno.

PUBLICIDAD
Charles AránguizEl jugador de la U justifica plenamente su regreso y la relación precio-calidad. Foto: Felipe Escobedo
PUBLICIDAD

Corría 2017 cuando un director deportivo reflexionaba sobre el momento en que llegarían los jugadores de la Selección Nacional al fútbol local. Su mirada tenía pleno sentido. Los futbolistas tendrían la sartén por el mango. Definirían cuándo volver, por supuesto que sus remuneraciones no serían las que obtuvieron en el pináculo de sus carreras, pero encabezarían las escalas de sueldo de sus instituciones. Contarían además con el aval de los hinchas, que desde las redes sociales y la caja de resonancia que éstas poseen en las pautas de los medios de comunicación actuales, obligarían a los clubes a recibirlos con los brazos abiertos, aunque internamente fruncieran el ceño.

Los aficionados empujarían sus fichajes amparados en el recuerdo del crack que se fue. No vislumbrarían que a esta altura, en promedio una década después, estarían muy lejos del rendimiento que los catapultó.

PUBLICIDAD

Una mirada premonitoria. Al realizar un balance de los seleccionados chilenos que vinieron luego de concluir su etapa en el fútbol internacional, es necesario concluir que el grueso no respondió a las expectativas. En la visión economicista, donde conviven la relación precio-calidad, salvo Charles Aránguiz, ninguno satisfizo con plenitud. El 20 de Universidad de Chile demuestra en cada acción que su nivel está intacto, que por cuestiones naturales no dispone de la misma intensidad en su trajín, pero la técnica, conocimiento del juego y sentido colectivo permanecen íntegros. Cuando no está en el campo, la escuadra de Gustavo Álvarez lo siente.

En estos días se especula la posibilidad del retorno de Eduardo Vargas, aunque los cercanos al delantero sostienen que no hubo acercamiento de la U. Los números del atacante que militó en el primer semestre en Nacional de Montevideo son pobres. Sus campañas recientes son discretas, pero la magia de su nombre lo convierte en un imán.

PUBLICIDAD

El caso de Marcelo Díaz está en un punto intermedio. Arribó a Audax Italiano desde Libertad y en sus primeros diez partidos mostró su jerarquía. Luego decayó, en una campaña zigzagueante de los verdes. Pasó a Universidad de Chile y en el sistema de Gustavo Álvarez encontró un espacio y aportó. En la temporada actual, con 38 años, exhibe un declive natural, aunque su manejo en la circulación de la pelota es relevante.

Aníbal Mosa, en Colo Colo, jugó todas sus fichas en la repatriación de Arturo Vidal. El King no destiñó en 2024, pero tampoco fue la figura que su costo expresaba. Asistimos a los estertores de su jerarquía, ante Alianza Lima en Perú, o en la fecha final en Copiapó, cuando era el único que pedía la pelota mientras el título se le iba al Cacique ante un rival descendido.

PUBLICIDAD

Esta temporada su nivel es bajo, con expulsiones infantiles en partidos relevantes (Racing y Audax), sin gravitación y con un costo empresa que superaría los cien millones de pesos. En la lógica de Mosa, Vidal puede seguir en el Cacique hasta el día del juicio final. El tiempo pasa para todos, incluido el histórico mediocampista.

El caso de Mauricio Isla es especial. Nunca había jugado en Chile hasta que aterrizó en Universidad Católica (2022). Bien al comienzo, decreció cuando la UC salió de San Carlos de Apoquindo. Se fue a Independiente de Avellaneda, donde volvió a ser un lateral incisivo. En 2024 vino a Colo Colo. No se pedía al mismo que descolló en Europa, pero sí al que triunfó en Argentina. Eso no sucedió y nos encontramos frente a un marcador de punta normal. Hoy es uno más.

En Universidad Católica estaba escrito que Gary Medel retornaría, más allá de que el año pasado solo disputó 16 partidos. Símbolo de los cruzados, le costó demasiado jugar en el fondo. Daniel Garnero lo ubica como mediocampista, pero hasta hoy es un futbolista común, que no trasciende y tampoco responde a la relación precio-calidad. Sin embargo, para la dirigencia de la franja era imposible decir que no a su llegada. En rigor, era una cuestión política más que futbolística.

En la precordillera hubo otro caso con Fabián Orellana, completo fracaso en Universidad Católica. El formado en Audax estuvo lejos de su nivel y se fue casi de manera anónima de San Carlos de Apoquindo.

No son fáciles las decisiones en los clubes grandes. Se requiere convicción para sostener criterios impopulares frente a figuras que casi siempre poseen un peso mayor que los dirigentes y el entrenador de turno.

PUBLICIDAD