Al futbolista que se le ocurrió la frase de que “el jugador es lo más noble de esta profesión” hay que hacerle un monumento. Instaló un eslogan que se convirtió en una suerte de fundamentalismo, que de sustento real tiene poco, pero que suena glorioso viniendo de los protagonistas indiscutibles de esta industria. Quienes, sin embargo, no ejercen su oficio gratuitamente. Todo lo contrario: ganan bastante bien, lo que posiblemente se justifica en un negocio que mueve cifras obscenas. De ahí a que eso tenga visos de nobleza... en fin.
Vamos al caso: Franco Torgnascioli. Arquero uruguayo, 34 años de edad, 13 años como profesional, casi una década jugando fuera de su país, con un exitoso paso por Everton de Viña del Mar en 2018-19, y otro menos refulgente desde el 2021, nuevamente con los ruleteros, San Luis y Unión Española, club al que llegó a comienzos del año pasado.
Torgnascioli se sumó a esta paupérrima campaña de Unión Española como uno más del lote. Sin ser el responsable principal de nada, tampoco atajó al nivel del 2024, en parte porque la defensa hispana perdió el correcto funcionamiento que la llevó a terminar en la sexta posición del pasado torneo. El uruguayo cayó en la constante depresión futbolística de sus compañeros y que se evidenciaba en el rostro del ex entrenador hispano José Luis Sierra cada vez que su equipo sufría una derrota; a veces sin merecerlo, otras, exhibiendo una impronta anímica alarmante.
Convengamos que esta temporada el contexto institucional y deportivo de Unión Española no ha sido fácil de llevar y que se prolonga fuera del campo de juego. El gerente general Cristián Rodríguez salió despedido sin pena ni gloria (arribó el incombustible Sabino Aguad); la instalación de las nuevas luminarias en el estadio Santa Laura y el mal estado de la cancha tuvieron consecuencias en una efectiva localía del equipo; la competencia paralela en Copa Sudamericana generó un desgaste sin recompensa deportiva; la prolongada continuidad de Sierra en la banca impidió un golpe de timón técnico sin urgencia de resultados, y la remota e inasible conducción del club que ejecuta el propietario Jorge Segovia desde vaya a saber uno dónde, pero que parece dejar sin autonomía de vuelo a sus representantes en Chile, diseñaron un cuadro francamente catastrófico.
En ese frágil y sensible terreno es justamente cuando la falacia de que “el jugador es lo más noble de esta profesión” aparece encarnada en la figura de Franco Torgnascioli. Apenas asumió el entrenador Miguel Ramírez, optó por Martín Parra como portero titular ante Concepción, por Copa Chile, y O’Higgins por el Torneo Nacional. El uruguayo, indignado porque el entrenador no le dio razones para sacarlo del equipo, consideró la decisión como una traición a esos ‘códigos’ que no se escriben pero que muchos futbolistas respetan como si fuera texto bíblico. La interpretación del portero uruguayo, tan libre como arbitraria, fue que con su salida de la titularidad se le estaba culpando por los malos resultados.
Sin importar la delicadísima condición de su equipo, que el club trajera a un técnico serio, para intentar un giro radical y evitar el descenso, y que hubiese un colega arquero que estaba aprovechando la oportunidad, el molesto Torgnascioli esparció su descontento a algunos compañeros en el camarín. Y, obviamente, el lamento llegó donde su representante, quien transmitió el mensaje a la plana directiva. “El noble portero” no está dispuesto a ser reserva y prefiere irse, fue el recado. Ramírez, curtido en el manejo de jugadores, retrucó sin rodeos: el que no quiera estar, puede irse.
El epílogo ya es públicamente conocido: Torgnascioli rescindió con Unión Española y partió a Uruguay. Declaró que hacía diez años que no estaba en su país, que había una oferta, que no le importaba perder dinero, que quería mucho al club hispano, que extrañaría a sus compañeros, que estaba agradecido de la hinchada, que le deseaba la mejor suerte al equipo y que estaba seguro que saldrían del mal momento porque es un gran plantel. Todo lo que un futbolista aprende sobre las frases de buena crianza que los códigos instruyen que hay que decir.
Lo que los códigos no son capaces de establecer, en el caso de Torgnascioli, es que para una buena parte de los seguidores de Unión Española su partida es la viva imagen de un jugador que arranca de un equipo que luchará a muerte por no bajar a la “B”, que no tiene el carácter para afrontar una exigencia mayúscula en lo emocional, que buscó la mínima excusa para esconder su bajo desempeño y que careció de solidaridad con los compañeros que sí asumen el riesgo y se quedan por amor a la camiseta y respeto a su profesión. Y que demuestran con hechos que sí hay nobleza en la profesión.