"La familia siempre es primero”, “La sangre nunca se abandona”, “Jamás uno debe darle la espalda a quien te vio nacer”. Estas son frases que hemos escuchado, quizás, un millón de veces para justificar que el lazo con quienes tenemos como parientes jamás debe destruirse.
Pero, ¿qué pasa cuando estas personas dañan increíblemente tu bienestar y salud mental? Algunos toman la radical decisión de alejarse completamente de aquellos que no suman, mientras que otros insisten en seguir manteniendo esta unión por un bien mayor que, incluso, atenta contra el equilibrio emocional.
Según Marisol Sagredo, psicóloga y escritora, el círculo familiar es parte fundamental del crecimiento y el apego como individuo. “La familia debería ser nuestro primer refugio, donde desarrollamos lo que llamamos apego seguro: esa base emocional desde la que sabemos que podemos explorar, caer, equivocarnos y regresar siempre sin miedo a ser juzgados. Es como tener una red invisible que nos sostiene cuando las cosas se ponen difíciles”, explicó.
Sin embargo, muchas personas jamás se han sentido cómodos o realmente queridos en este entorno que debería ser incondicional. De hecho, el reciente estudio de Psychology Today reveló que casi un 17% de la población encuestada ha decidido alejarse completamente de familiares tóxicos como madres y padres, ya sea por diferencias marcadas en orientación sexual, falta de apoyo, comportamientos destructivos, e incluso, la religión.
Tal es el caso de Karla Saldía, una joven de 26 años que no tiene ningún vínculo con su padre. A pesar de que por muchos años sintió un apego realmente fuerte, optó por el bienestar mental de ella y de su familia: su madre y hermana pequeña.
“Durante toda mi infancia tuve una muy buena relación con él, sin embargo, de un momento a otro, su inestabilidad sentimental con mi mamá afectó en su relación conmigo. Invalidaba las opiniones de todas las mujeres del núcleo, muchas veces ni nos hablaba y como adolescente, esas cosas van marcando. Además de situaciones de maltrato psicológico, él comenzó a tener una doble vida y, entonces, las peleas iban en aumento. Como mi mamá no podía alejarse de él, para mantener la ‘familia perfecta’, decidimos después de mucho tiempo que era momento de que nosotras teníamos que actuar (con su hermana menor). Tenía 17 años y tuve que echarlo de la casa y poner restricción en Carabineros”, relató.

¿Cómo identificar a familiares tóxicos?
Según Marisol Sagredo, estas alertas pueden ser identificadas cuando algunas actitudes comienzan a desestabilizar este panorama cotidiano. “Si se comienza a notar que ciertas interacciones familiares generan ansiedad constante, se evita llegar a casa o no se quiere hablar con los papás o hermanos, eso ya es una señal clara de que algo no está funcionando bien. Al haber una percepción de ser juzgado, invisibilizado o poco comprendido en la propia familia, se debería izar una bandera roja. Hay que conocernos a nosotros mismos para notar que ‘hay algo que no está bien’, o ‘no me siento cómodo’”, señaló.
Aunque a veces no es tan sencillo encontrar las señales dentro de un núcleo familiar supuestamente consolidado. Lo cierto es que lo primero que hay que saber distinguir es cuando alguna situación, por más pequeña que sea, te hace sentir incómoda.
Según explicó Sagredo, lo primero es hablarlo, comunicarlo y hacer entender a la otra persona nuestros sentimientos. “Cuando estamos inmersos en una dinámica familiar insana, puede ser difícil distinguir si realmente estamos exagerando o si, efectivamente, hay algo dañino en esa relación, y claramente no siempre es fácil hacer este análisis por nuestra cuenta. A veces, las dinámicas son tan complejas o tan arraigadas que necesitamos una mirada externa para validar lo que estamos sintiendo. Aquí es donde entra la importancia de buscar ayuda: un amigo, alguien en quien confiemos o un profesional. No debemos ignorar esas señales”, recomendó.
También es sumamente relevante entender que si no hay un buen recibimiento ni algún ajuste con la persona con quien tienes ese desencuentro, lo ideal sería tomar conciencia y reflexionar sobre ello, es decir, ser consciente y preguntarte “¿qué está pasando aquí?”, y “¿qué puedo hacer para protegerme?”.
Algunas de las red flags claras y que hay que poner atención es cuando se transgreden ciertos pilares que son fundamentales como, en primer lugar, la falta de apoyo emocional. Esto tiene netamente que ver cuando no existe ningún tipo de escucha, feedback o comunicación, por lo que muchas veces se pueden desatar inseguridades, soledad y algún cuadro de ansiedad.
Por ejemplo, Karla Saldía reveló que aunque en su niñez tenía una buena relación con su padre, poco a poco, esta se fue deteriorando. “A medida de que fui creciendo, no teníamos nada en común, discutíamos hasta por quién iba a botar la basura. Yo sentía que él era un ente en la casa, como que nunca estaba, le reclamaba y siempre se hacía lo que él decía. Al final prefería quedarme callada, porque si no alteraba a mi hermana chica y mi mamá tomaba partido para proteger su relación”, contó.
En ese mismo sentido, uno de los factores claros son las dinámicas de poder que muchas veces están desequilibradas. Además de la relación padre-hijo, también existen las de tíos-sobrinos y así sucesivamente, donde una persona queda en desventaja de otra. Esto puede hacer que muchas veces algunos impongan sus ideales, se limiten en tomar decisiones sin consultar o utilicen su rango para manipular y así conseguir lo que desean.

Esto nos lleva al siguiente punto al que estar atentos y que es muy fácil de reconocer: el control que ejercen ciertas personas; y es que los familiares tóxicos imponen poderío para mantener bajo sumisión a otros, identificando un punto débil y usándolo a su favor para obtener lo que anhelan.
Para Marisol Sagredo es fundamental entender que se debe analizar profundamente estas situaciones. “No se trata de culpar ni de victimizarse, sino de reconocer qué dinámicas están afectando y tomar decisiones conscientes para sanarlas”, explicó.
¿Hay que podar el árbol genealógico?
A veces suena como una medida de lo más extrema, sin embargo, son muchos los que han tomado esta decisión por el bien de la salud mental, y por consiguiente, el equilibrio emocional.
En varios casos resulta prácticamente imposible mantenerse totalmente alejado, pero son prácticas que, según la ayuda profesional que requieras, suelen ser la solución al problema. “‘Podar ese árbol’ es una opción que de hecho uno de los padres de la terapia familiar, Murray Bowen, dijo que a veces es la única forma de romper un ciclo dañino, mediante una distancia emocional o física. Esto no significa que sea fácil ni que deba hacerse a la ligera, pero en ciertos contextos puede ser un acto de autocuidado necesario”, señaló Sagredo.
Eso sí, cortar todo lazo familiar es recomendable cuando aquella persona que tanto nos afecta no toma cartas en el asunto y omite todos nuestros sentimientos. Sin embargo, si al momento de analizar esta situación te das cuenta del cambio, se debería aprovechar esta oportunidad debido a que la familia es parte fundamental de cualquier individuo.
En el caso de Karla Saldía, la joven enfermera decidió “podar el árbol” y no tener ningún tipo de relación. “Yo decidí cortar todo vínculo con mi papá, incluso me cambié hasta el apellido. Él ya no era una persona que necesitaba a mi lado, todo lo contrario, cuando todas les dábamos otra oportunidad para que volviéramos a ser la ‘familia perfecta’, nuevamente lo arruinaba, y yo necesitaba estar en paz conmigo, y creo que también con mi hermana lo hicimos para que mi mamá finalmente pudiera terminar ese círculo enfermo que a todas nos afectaba”, confesó.

A pesar de que Karla decidió “cortar por lo sano”, también es una realidad que muchos prefieren mantener aquel vínculo que tanto daño hace. Esto, incluso, tiene una base muy profunda debido a las normas sociales que te dicen expresamente que a la familia jamás se le abandona, incluso, cuando todo pueda ir mal.
Y es que, esta “lealtad” se escuda, normalmente, bajo el sentimiento de soledad. Es decir, al miedo de quedarnos realmente sin nadie en la vida, por ende, vivimos pensando que en algún punto las cosas cambiarán o incluso ponemos todas las esperanzas en que esa persona recapacitará cuando es probable que jamás lo haga.
Esto nos lleva a la culpa, porque incluso si pensamos en alejarnos, luego nuestra mente comienza a invadirnos con miles preguntas que nos hacen cuestionarnos nuestra decisión que ya teníamos pactada. “¿Qué va a pasar con ellos si nos alejamos?”, “¿Qué va a pasar si dejamos de ayudar?” “¿Estamos traicionándolos?”.
Por ello, y tal como ya lo mencionó Marisol Sagredo, este proceso es netamente personal y sumamente doloroso, por lo que hay que evitar juzgar, y etiquetar al resto como “malos de la película”, sino que entender que, si es necesario cortar una rama del árbol familiar, esta decisión se toma para proteger tu bienestar. “Alejarte de alguien no significa que no los quieras; significa que te quieres a ti mismo lo suficiente como para dejar de tolerar el daño”, señaló.