Por estos días los medios han desplegado una serie infinita de notas, reportajes y entrevistas conmemorando los diez años de la obtención de la Copa América. El añorado quiebre de la maldición centenaria que pesaba sobre el fútbol chileno. Decenas de protagonistas, desde los ejecutantes de los penales hasta el humilde hincha que se coló en la cancha y fue a consolar a Lionel Messi, han dado su nostálgico y feliz testimonio del fundacional momento.
Una década es un plazo demasiado corto, incluso improbable y hasta ilógico, para transformar a la Selección Chilena de ser la mejor del continente (como fue refrendado el año siguiente en la Copa Centenario) hasta la peor. Del primer lugar al décimo. Una caída libre que debe tener pocos antecedentes en la historia del fútbol mundial.
¿Cómo ocurrió esto? ¿Cuál fue la bisagra que separó el antes y el ahora de nuestro balompié? Como todo proceso histórico, fue un asunto gradual, donde se acumularon una serie de errores, picardías, delitos y omisiones. Alguien puede decir que en el momento exacto en que Claudio Bravo levantaba la Copa mientras Mauricio Isla calzaba a Sergio Jadue con una patada en el poto, fue una especie de pistoletazo simbólico para el despeñadero.
O tal vez esa noche pocos meses más tarde, cuando Chile enfrentaba a Uruguay por las eliminatorias mientras Sergio Jadue huía a Miami a esconder su delator cuerpo en los brazos compensadores del FBI. O quizás el día en que Jorge Sampaoli convocó a distintos grupos de periodistas para hablar mal de sus propios jugadores y crear un ambiente propicio para su salida de la Selección ¿Y si Manuel Pellegrini hubiera aceptado la propuesta, informal, de Arturo Salah para tomar las riendas de Juan Pinto Durán a comienzos del 2016? Seguro que nos ahorrábamos unos cuantos problemas disciplinarios en la Roja. Pero Don Manuel prefirió irse a China. Como que la vio venir.
Como ya señalé, no hay un momento exacto, una hora cero que señaló el comienzo de derrumbe, el mismo, que no ha terminado del todo. Lo más grave de esto, pienso, fue la incapacidad de rentabilizar deportiva y estructuralmente lo ocurrido en la Copa América 2015 y luego en la Copa Centenario 2016. Muy a tono con la forma de pensar de los dirigentes de la ANFP de entonces, y los de ahora, se actuó con una mentalidad de agarrar todo lo que se pudiera y salir corriendo. En lugar de aprovechar el momento para, por ejemplo, construir un nuevo Juan Pinto Durán y hacer una restructuración profunda de las divisiones inferiores, se priorizó, festiva y alegremente, por repartir cheques entre dirigentes, entrenadores y jugadores.
Nadie fue capaz de mirar un poco más allá. Nadie lo intentó tampoco. Como nuevo rico, los estamentos del fútbol chileno se dedicaron a despilfarrar todo lo logrado, hasta no dejar nada. Si pasaste de campeón de América, perdón, bicampeón de América, a último en la tabla, es que te lo llevaste todo.
Tan triste es el panorama, que Pablo Milad exhibe como gran logro los “regadores automáticos” de Juan Pinto Durán. El resto sigue tal cual. Hasta el mismo ‘Teletubbie’ se para hoy muy solo frente a los portones del recinto de Avenida Las Torres, atrapado en un paradojal rizo, mientras el sol quema su polvoriento disfraz. Que alguien le avise que dentro ya no queda mucho. Algunos fantasmas quizás.