Ignaz Semmelweis: El pionero del lavado de manos para evitar contagios y muertes

Hace 150 años, el médico húngaro revolucionó la norma sanitaria al darse cuenta que la muerte de mujeres que daban a luz se debía a las falta de higiene.

El médico húngaro Ignaz Semmelweis ha saltado a la popularidad en las últimas semanas en Internet, luego de que se conociera la historia de cómo logró convertirse en uno de los más importantes procursores del lavado de mano para evitar contagios y muertes, algo tan presente hoy ante la amenaza del Covid-19.

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La historia se remonta a 150 años atrás, cuando el galeno demostró que cuando los doctores se lavaban las manos, bajaba notoriamente la posibilidad que las mujeres que daban a luz pudieran perder la vida por posibles infecciones.

Pero hace un siglo y medio atrás, el hoy célebre doctor Semmelweis debió lidiar con el rechazo de sus colegas, quienes no le perdonaron que este recomendara a las mujeres no parir en hospitales, precisamente por el riesgo de contraer alguna infección, dado que la hoy simple práctica de lavarse las manos no estaba instaurada entre el personal de los servicios sanitarios.

El médico húngaro de solo 30 años, nunca pudo lograr comprobar científicamente algo que en estos días parece una obviedad. Además, el haber acusado de asesinos a otros, le valió grandes problemas y debió ser encerrado en un manicomonio en el que murió con solo 47 años, siendo víctima, precisamente de unas las infecciones con las que luchó, a causa de una herida que, no se sabe si fue accidental o hecha por si mismo.

Ignaz Semmelweis: El precursor de la antisepsia sanitaria

Según describe el diario El País de España "de lo que no cabe duda es que el investigador húngaro fue el pionero de la antisepsia sanitaria, más tarde trasladada a la cirugía por Joseph Lister, y quien allanó el camino a Louis Pasteur para que elaborara su teoría del germen".

Los estudios de Semmelweis comenzaron en marzo de 1846 cuando fue nombrado ayudante del director y jefe de Residentes en la Clínica de Maternidad del Hospital General de Viena. Por esos años, la muerte por la denominada fiebre puerperal, cobraba la vida de cientos de mujeres que daban a luz.

Se creía que los decesos se producían por los aires nocivos que circulaban en los hospitales, pero las muertes no lograban disminuir, pese a que se hicieron mejoras en la ventilación de los recintos. Los quirófanos, finalmente, eran tan sucios como los médicos que practicaban las operaciones de parto.

Ignaz Semmelweis comenzó a realizar anotaciones de lo que veía en el hospital en el que trabajaba. Se dio que cuenta que había una diferencia notable entre las dos salas obstétricas del Hospital General de Viena, cuyas instalaciones eran idénticas. La que era supervisada por los estudiantes de Medicina tenía una tasa de mortalidad tres veces más alta que la de las matronas.

El húngaro se dio cuenta de que "los alumnos que examinaban a las pacientes acudían de sus prácticas de anatomía con cadáveres sin haberse lavado antes las manos y en esas condiciones exploraban a las mujeres", señala El País. Sin embargo, las matronas, al no hacer trabajos forenses, no tenían infecciones en sus manos y la tasa de mortandad en su sala era mucho más baja.

Así, Ignaz Semmelweis llegó a una conclusión que se traducía en simple tres palabras. "Lavarse las manos", esto es lo que debían hacer los médicos y estudiantes para que bajara el índice de muerte de las mujeres que daban a luz.

El triste final y el posterior reconocimiento para Ignaz Semmelweis

La conclusión no gustó a sus colegas, quienes se sintieron indirectamente culpables de los decesos. Por lo mismo, en octubre de 1846 Semmelweis fue destituido del Hospital General de Viena. Pero un año más tarde, el doctor se enteró que un amigo suyo y profesor, había fallecido por un corte accidental durante una autopsia, con los mismos síntomas que las mujeres.

“Su sepsia y la fiebre puerperal deben tener el mismo origen. Los dedos y manos de los estudiantes y doctores, sucios por las disecciones recientes, portan venenos mortales de los cadáveres a los órganos genitales de las parturientas”, señaló.

Con esto, logró volver al Hospital del que fue despedido y obligó a los estudiantes a que se lavaran las manos con una solución que él mismo preparó a base de cloruro. En 1849, sin embargo, tras el rechazo de estudiantes y médicos a seguir con la medida, por falta de evidencia científica, nuevamente fue despedido.

Pese al triste terminar de su vida y las constantes difamaciones con las que debió lidiar, Ignaz Semmelweis hoy cuenta con una estatua en Vienna donde se le reconoce como "El Salvador de Las Madres" y su legado hoy cobra importancia vital por la sencilla necesidad de lavarse las manos para evitar focos de contagios con el coronavirus.

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