El futbolista, por Luis Urrutia O´Nell (Chomsky)

El 9 de agosto de 2001, el periodista Luis Urrutia O’Nell, con el seudónimo de Chomsky, publicó en The Clinic esta crónica que representa el tránsito de los jugadores de fútbol desde sus inicios en el barrio hasta el retiro. Dos décadas después mantiene su vigencia. En un mundo donde las luces gambetean, el relato no deja de llamar la atención.

El Futbolista Crónica de Chomsky. (Pepe Alvujar)

Por: Luis Urrutia O’Nell

En un mundo donde las luces gambetean, el relato no deja de llamar la atención. De niños descubrieron que el fútbol les permitía volar. Jugaban horas yhoras sin cansarse y se olvidaban de las carencias materiales y afectivas que hubiera encasa. Eludir al contrario era un deleite y convertir un gol, impagable. Lo mismo que evitarlo con una atajada de palo a palo. Y rechazar con un cabezazo, hacer saltar a otrocon una trancada, despachar un cañonazo...

Cuanta más destreza, mayor la popularidad. La escuela era un recreo para patear el balón, un placer interrumpido por tediosas horasde clases.Las radios, los diarios, las revistas y la televisión les hablaban de estadios llenos, detriunfos, de ovaciones, de astros a quienes imitar. La pichanga en la calle de tierra, parando mientras pasaban los automóviles y huyendo cuando llegaban los pacos, se trasladó a una multicancha con piso de cemento, luego a una cancha de verdad, con pasto y una acequia cerca que servía de camarín, con la manguera como ducha. Más tarde alguien avisado de que había un huevón bueno pa’ la pelota, lo recomendaría a un club.

El comienzo fue duro, porque los consagrados se hacían respetar a patá en el traste y al ponerse en la barrera, puchas que dolían los pelotazos, pero con el tiempo fueron conquistando un lugar y antes de lo que pensaban debutaron en primera división.Ganaban plata haciendo lo que les gustaba. Los primeros billetes sumaban más que el sueldo del padre, el barrio los reconocía, las vecinas bonitas los miraban distinto.

Los compañeros de más edad les enseñaron lugares que no habían soñado, con luces decolores, espejos, alfombras rojas y mujeres que parecían escapadas del cine. Al principio no les gustó el sabor del alcohol, pero todo fue cuestión de acostumbrarse. Practicando fútbol profesional se creyeron dueños del mundo. Lo único que valía era el presente, el aquí y el ahora. Había que comprar el auto, ojalá rojo y que semejara un ovni, las pilchas de moda y las pulseras de oro. Cambiar de peluquero, adquirir un celular, molestarse por los consejos...Todo estaba programado.

Un funcionario de la institución se encargaba de esto y aquello, del uniforme y los botines, de la comida, de los horarios, de la documentación .Viajarían a otros países y nunca se acercarían a un mostrador de aeropuerto... A medida de que aumentaba el dinero en juego, crecieron la fama, las amantes, las presiones y las órdenes del entrenador. Incluso les dijeron cuál posición sexual debían adoptar, porque era menos desgastante para un futbolista...Empezaron a quejarse por cada detalle. Que el autobús chirriaba, que en el avión las azafatas se demoraban con el pedido, que el hotel no era tan cómodo, que la piscina era fea... Dejaron de recortar las páginas donde figuraban, la crítica era mala leche, los contrincantes solo salían a defenderse, la prensa no apoyaba... Vetaron o amenazaron al periodista al que antes trataban de señor y le agradecían cada parrafito...

Crónica escrita por Chomsky.
El futbolista.Crónica escrita por Chomsky.

Un día descubrieron que la velocidad no era la misma, que la habilidad había perdido desenvoltura, que la recuperación de las lesiones tardaba más... Que los juveniles se ponían insolentes, que los rivales anticipaban constantemente, que el entrenador los tenía cortados... Iniciaron el viaje de regreso a su asociación de origen, fue disminuyendo la calidad de los clubes y de los establecimientos, la plata que recibieron fue menor, casi no firmaban autógrafos y no pocas veces extrañaron a su primera mujer...Cuando el fútbol los desecha se hallan en “El día después”, la crueldad del retiro.

Para seguir ligados van a los clubes de barrio, de vuelta con la acequia. De tanto pegarle al balón perfeccionaron la técnica y siguen creyendo que podrían estar en primera, pero nunca falta el adversario que quiere patearlos o echarles la choreá para después vanagloriarse ante los amigos. Cada vez cuentan con menos recursos económicos, ellos que lo tuvieron todo y tantos conocidos que se acercaron con la proposición de un negocio redondo en que las ideas eran de los otros y siempre el capital era el propio.

Perpetuamente las inversiones resultan una estafa o un fracaso. Claro, nunca estudiaron porque el fútbol parecía eterno y, millonarios prematuros, extraviaron el contacto con la realidad. La depresión los invadió. En la feria recorrían los puestos de revistas viejas buscando una donde aparecían ellos. Un exvolante de contención caminaba por la playa rumiando qué hacer con su futuro cuando reparó en ese exarquero sentado en la arena, ensimismado. Tuvo la intuición de que sentían lo mismo y quiso hablarle, pero no se atrevió.

Unas semanas después los diarios daban cuenta de que el golero se había pegado un tiro en el corazón. Otro pensó que la solución era arrojarse al Metro. O colgarse de un árbol o lanzarse desde una azotea. Cualquier cosa era menos dolorosa que no encontrar un espacio en la vida. Una minoría afortunada sigue vinculada con la actividad. Lentamente, la mayoría se resigna a la rutina de los demás y a sobrevivir con un salario. Una noche el exjugador pone la cabeza en la almohada y se lamenta: “¡Qué pena que se haya acabado! El fútbol es ser feliz siempre...”